Читаем La chica del tambor полностью

- Y también por él, naturalmente -admitió. De una bolsa de papel de embalar dejó caer sobre la cama dos pinzas corrientes, que luego aproximó a la luz del lado para comparar sus sencillos mecanismos. Observándole desde tan cerca, ella reparó en un trozo de piel blanca y arrugada donde la mejilla y la porción más baja de la oreja parecían haberse fundido y vuelto a enfriar.

- ¿Por qué te cubres la cara con las manos? -preguntó El Jalil, por curiosidad, cuando hubo seleccionado la mejor pinza.

- Me sentí cansada por un momento -dijo ella.

- Entonces despierta. Has de estar despejada para tu misión. También para la revolución. ¿Conoces este tipo de bomba? ¿Te ha enseñado Tayeh algo de esto?

- No lo sé. Tal vez Bubi lo haya hecho.

- Pues presta atención. -Sentado en la cama, junto a ella, cogió la base de madera y, con un bolígrafo, trazó sobre ella rápidamente unas líneas, correspondientes al circuito-. Lo que hacemos es una bomba para todas las ocasiones. Funciona como un reloj automático (aquí) y también como trampa explosiva (aquí). No confiar en nada: ésa es nuestra filosofía.

Tendiéndole unas pinzas y dos chinchetas, la observó, mientras ella las colocaba en cada lado de la boca de las pinzas.

- No soy antisemita, ¿sabes?

- Si…

Ella le devolvió las pinzas; él se acercó al lavamanos y comenzó a soldar cables a las cabezas de las dos chinchetas.

- ¿Y cómo es que lo sabes? -inquirió, confundido.

- Tayeh me decía lo mismo. Y también Michel. -«Y unas doscientas personas más», pensó la muchacha.

- El antisemitismo es un invento estrictamente cristiano. Volvió a la cama, esta vez llevando consigo la cartera de Minkel, abierta.

- Vosotros, los europeos, sois anti-todo-el-mundo. Antijudíos, antiárabes, antinegros. Nosotros tenemos muchos amigos en Alemania. Pero no porque amen Palestina. Únicamente porque odian a los judíos. La tal Helga… ¿te cae bien?

- No.

- Tampoco a mí. Es muy decadente, me parece. ¿Te gustan los animales?

- Sí.

Se sentó cerca de ella, la cartera sobre la cama, junto a él.

- ¿Le gustaban a Michel?

«Escoger, no vacilar nunca -había dicho Joseph-. Es preferible ser incoherente a ser vacilante.»

- Nunca hablamos de ello.

- ¿Ni siquiera de caballos?

«Y nunca, jamás, te corrijas.»

- No.

Del bolsillo, El Jalil había sacado un pañuelo plegado, y del centro del pañuelo un reloj de bolsillo barato al que le faltaban el cristal y la aguja horaria. Tras colocarlo junto al explosivo, cogió el cable rojo del circuito y lo desovilló. Ella tenía la base de madera sobre la falda. El le quitó la tabla, le tomó la mano y se la hizo poner de modo que le fuera posible sujetar las grapas, mientras él las clavaba con suavidad en su sitio, fijando el cable rojo a la madera de acuerdo con el modelo que había dibujado. Acto seguido, regresando al lavamanos, soldó los cables a la batería, mientras ella cortaba tiras de cinta aislante para él con las tijeras.

- Mira -dijo él con orgullo al agregar el reloj.

Estaba muy cerca de la muchacha. Ella sentía su proximidad como un calor. Se encontraba inclinado como un zapatero sobre la horma, absorto en su trabajo.

- ¿Era religioso mi hermano cuando estaba contigo? -preguntó él, cogiendo una bombilla y conectándola con el extremo pelado de un cable.

- Era ateo.

- A veces era ateo, a veces era creyente. Otras veces era un chiquillo tonto, demasiado preocupado por las mujeres y las ideas y los coches. Tayeh dice que tú eras modesta en el campamento. Ni cubanos, ni alemanes, ni nada.

- Quería a Michel. Era lo único que quería, Michel -dijo ella, con un entusiasmo que sonó excesivo para sus propios oídos. Pero cuando levantó los ojos hacía él, no pudo evitar preguntarse si su amor fraterno había sido todo lo infalible que Michel había proclamado, porque el rostro del joven estaba marcado por la duda.

- Tayeh es un gran hombre -dijo él, quizá dando a entender que Michel no lo era. La bombilla se encendió-. El circuito está bien -anunció y, de detrás de ella, con delicadeza, cogió los tres trozos de explosivo-. Tayeh y yo… hemos muerto juntos. ¿Te contó Tayeh ese incidente? -preguntó, mientras, con la ayuda de Charlie, comenzaba a sujetar los explosivos, en un solo grupo, mediante cinta aislante, muy fuertemente.

- No.

- Los sirios nos atraparon… Corta aquí. Primero nos dieron una paliza. Esto es lo corriente. Ponte de pie, por favor. -De la caja había extraído una vieja manta parda, que la muchacha sostuvo firmemente ex tendida ante el pecho, mientras él, hábilmente, la cortaba a tiras. Sus rostros, a uno y, otro lado de la manta, estaban muy próximos. Ella percibía la cálida dulzura del cuerpo árabe del hombre.

- En el curso de la paliza se irritaron muchísimo, de modo que decidieron rompernos todos los huesos. Primero los dedos, luego los brazos, luego las piernas. Después nos quebraron las costillas con los fusiles.

La punta del cuchillo que atravesaba la manta estaba a pocos centímetros del cuerpo de ella. El cortaba rápida y limpiamente, como si la manta fuese alguien a quien hubiera dado caza y asesinado.

Перейти на страницу:

Похожие книги