Читаем La chica del tambor полностью

- ¿Entonces por qué la utilizan a ella? Estáis locos. ¿Por qué utilizar a una chica en la que no confías para un trabajo como éste?

- Porque no ha matado -dijo Becker-. Porque es pura. Por eso es por lo que la utilizan a ella, y por eso es por lo que no confían en ella. Por la misma razón.

La sonrisa de Kurtz se hizo casi humana.

- Cuando haya matado por primera vez, Shimon. Cuando ya no sea una novata. Cuando esté ya del lado contrario y sea una persona fuera de la ley hasta su muerte… entonces confiarán en ella. Entonces todo el mundo confiará en ella -le dijo Litvak-. Esta noche a las nueve en punto será uno de ellos; no hay por qué preocuparse, Shimon.

Pero Litvak no quedó contento.


25


Una vez más era hermoso. Era Michel, maduro, con la sobriedad y el encanto de Joseph y el carácter decididamente despótico de Tayeh. Era todo lo que ella había imaginado cuando trataba de hacer de él una persona en la que pensar con ilusión. Tenía hombros anchos y un cuerpo bien proporcionado, con la rareza de un objeto precioso conservado fuera de la vista. No podía haber entrado en un restaurante sin que las conversaciones se apagaran a su alrededor, ni haber salido sin dejar tras él una especie de alivio. Era un hombre nacido para vivir al aire libre, condenado a ocultarse en habitaciones pequeñas, con la palidez del calabozo en la tez.

Había corrido las cortinas y encendido la luz de junto a la cama. No había silla para ella, y el se servía de la cama como de un banco de carpintero. Había arrojado las almohadas al suelo, a un lado de la caja, y había sentado a la muchacha en esa parte del lecho al disponerse a trabajar, y hablaba constantemente mientras trabajaba, mitad para sí mismo y mitad para ella. La voz del hombre sólo conocía el ataque: un enérgico avance de ideas y de palabras.

- Dicen que Minkel es una buena persona. Quizá lo sea. Cuando leí acerca de él, yo también me dije: este muchacho, Minkel, debe de haber necesitado bastante coraje para decir aquellas cosas. Es posible que llegara a respetarle. Soy capaz de respetar a mi enemigo. Soy capaz de reverenciarle. No tengo problemas en cuanto a eso.

Tras haber amontonado las cebollas en un rincón, iba sacando una serie de pequeños paquetes de la caja con la mano izquierda, y desenvolviéndolos uno por uno mientras empleaba la derecha para sostenerlos. Desesperada por concentrarse en algo, Charlie intentaba confiarlo todo a la memoria; luego desistió: dos linternas de pilas, de las que se venden en los supermercados, nuevas, en un solo paquete, un detonador del tipo de los que ella había usado en el fuerte para entrenarse, con cables rojos surgiendo del extremo rizado. Navaja. Alicates. Destornillador. Soldador. Un rollo de cable rojo de buena calidad, grapas de acero, alambre de cobre. Cinta aislante, una bombilla para linterna, clavijas de madera de diversas longitudes. Y un trozo rectangular de madera ligera como base para el aparato. Acercando el soldador al lavamanos, El Jalil lo enchufó en una toma próxima, produciendo un olor de polvo ardiente.

- ¿Piensan los sionistas en toda esa buena gente cuando nos bombardean? No lo creo. ¿Cuándo arrojan napalm sobre nuestras aldeas, asesinan a nuestras mujeres? Lo dudo muchísimo. No creo que el piloto terrorista israelí, allí sentado, se diga: «Estos pobres civiles, estas víctimas inocentes.»

«Habla así cuando está solo -pensó ella-. Y está solo muy a menudo. Habla para mantener viva su fe y tranquila su conciencia.»

- He matado a mucha gente a la que, indudablemente, respetaba -dijo él, apoyado en la cama-. Los sionistas han matado mucha más. Pero yo mato solamente por amor. Mato por Palestina y por sus hijos. Trata de pensar así también -le aconsejó piadosamente. Se interrumpió para mirarla-. ¿Estás nerviosa?

- Sí.

- Es natural. También yo estoy nervioso. ¿Te pones nerviosa en el teatro?

- Sí.

- Es lo mismo. El terror es teatro. Conmovemos, asustamos, despertamos indignación, ira, amor. Educamos. El teatro también. La guerrilla es el mayor actor del mundo.

- Michel me escribió también eso. Está en sus cartas.

- Pero se lo dije yo. Fue idea mía.

El siguiente paquete estaba envuelto en papel engrasado. Lo abrió con reverencia. Tres trozos de plástico ruso de media libra cada uno. Los colocó en primer plano, en el centro del edredón.

- Los sionistas matan por miedo y por odio -proclamó-. Los palestinos, por el amor y por la justicia. Recuerda esta diferencia. Es importante. -Nuevamente la mirada, repentina y dominante-. ¿La recordarás cuando sientas miedo? ¿Te dirás a ti misma: «por la justicia»? Si lo haces, dejarás de sentir miedo.

- Y por Michel -dijo ella.

El no estaba enteramente satisfecho.

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