Linda no contestó. Estaba pensando en el lugar en el que la Cúpula se cruzaba con la Little Bitch Road. Ir hasta allí había sido una experiencia inquietante, y no solo porque los guardias seguían de espaldas a la Cúpula y no se habían inmutado cuando ella les dio los buenos días mediante el megáfono del techo. Había sido inquietante porque ahora había una gran X roja pintada con spray en la Cúpula, suspendida en el aire como un holograma de ciencia ficción. Señalaba el punto de impacto previsto. Parecía imposible que un misil lanzado desde trescientos o cuatrocientos kilómetros de distancia pudiera impactar en un objetivo tan pequeño, pero Rusty le aseguró que era posible.
– ¿Lin?
Linda regresó al aquí y al ahora.
– Sí, cuando quieras.
De pronto sonó la radio.
– Unidad Dos, unidad Dos, ¿me leéis? Cambio.
Linda cogió el micrófono.
– Base, aquí Dos. Te oímos, Stacey, pero la recepción no es muy buena, cambio.
– Todo el mundo dice lo mismo -contestó Stacey Moggin-. Es peor cerca de la Cúpula, pero mejora a medida que te acercas al pueblo. Aún estáis en la Little Bitch, ¿verdad? Cambio.
– Sí -respondió Linda-. Acabamos de echar un vistazo en casa de los Killian y los Boucher. Ambos se han ido. Si ese misil atraviesa la Cúpula, Roger Killian va a tener muchos pollos asados, cambio.
– Pues haremos un picnic. Pete quiere hablar contigo. El jefe Randolph, quiero decir, cambio.
Jackie aparcó el coche patrulla en el arcén. Hubo una pausa llena de interferencias y entonces habló Randolph, que no se molestaba en decir «cambio», nunca lo había hecho.
– ¿Habéis ido a echar un vistazo a la iglesia, unidad Dos?
– ¿A la del Santo Redentor? -preguntó Linda-. Cambio.
– Es la única que conozco por aquí, agente Everett. A menos que haya aparecido una mezquita hindú de un día para otro.
A Linda le parecía que no eran los hindúes los que oraban en las mezquitas, pero no creyó que fuera el momento adecuado para enmendarle la plana a nadie. Randolph estaba cansado y malhumorado.
– La iglesia del Santo Redentor no estaba en nuestro sector. Tenían que encargarse de ella un grupo de los policías nuevos. Thibodeau y Searles, creo. Cambio.
– Id a echar un vistazo -les ordenó Randolph, que parecía más irritado que nunca-. Nadie ha visto a Coggins, y un par de sus feligreses quieren besuquearse con él, o como se diga.
Jackie se puso un dedo en la sien y fingió que se pegaba un tiro. Linda, que quería regresar para ver cómo estaban sus hijos en casa de Marta Edmund, asintió.
– De acuerdo, jefe -dijo Linda-. Lo haremos. Cambio.
– Pasaos también por la casa del reverendo. -Hubo una pausa-. Y también por la emisora de radio; no ha parado de sonar, así que tiene que haber alguien.
– Lo haremos. -Iba a decir «cambio y corto», pero entonces se le ocurrió algo-. Jefe, ¿han dicho algo en la televisión? ¿Ha hecho alguna declaración el presidente? Cambio.
– No tengo tiempo para escuchar todo lo que dice ese bocazas. Buscad al reverendo y decidle que mueva el culo hasta aquí. Y vosotras haced lo mismo. Corto.
Linda dejó el micrófono en el soporte y miró a Jackie.
– ¿Que movamos el culo hasta allí? -se preguntó Jackie-. ¿El culo?
– Él es un caraculo -añadió Linda.
Su comentario debía de ser gracioso, pero no causó efecto alguno. Por un instante se quedaron sentadas en el coche, en silencio. Entonces Jackie, en voz tan baja que apenas la oyó su compañera, dijo:
– Esto es terrible.
– ¿Te refieres a que hayan puesto a Randolph en el lugar de Perkins?
– Eso y la contratación de los nuevos policías. -Hizo el gesto de comillas al pronunciar la última palabra-. Son un puñado de críos. ¿Sabes? Cuando estaba fichando, Henry Morrison me dijo que Randolph ha contratado a dos más esta mañana. Llegaron de la calle con Carter Thibodeau y Pete les hizo el contrato y listo, sin hacerles ninguna pregunta.
Linda sabía qué tipo de amistades frecuentaba Carter, ya fuera en el Dipper's o en Gasolina & Alimentación Mills, donde utilizaban el garaje para poner a punto sus motos de empresa.
– ¿Dos más? ¿Por qué?
– Pete le dijo a Henry que podríamos necesitarlos si la teoría del misil no funciona. «Para asegurarnos de que la situación no se
nos va de las manos», dijo. Y ya sabes quién le metió esa idea en la cabeza.Linda lo sabía de sobra.
– Por lo menos no van con pistola.
– Hay un par de ellos que sí. Y no son reglamentarias, sino personales. Mañana, si esto no acaba hoy, todos tendrán una. Y lo que ha hecho Pete esta mañana, dejarlos patrullar juntos en lugar de ponerlos con un policía de verdad… ¿Qué pasa con el período de entrenamiento? Veinticuatro horas, lo tomas o lo dejas. ¿Te has dado cuenta de que ahora esos críos nos superan en número?
Linda pensó en ello en silencio.
– Son las Juventudes Hitlerianas -dijo Jackie-. Eso es lo que pienso. Tal vez esté exagerando un poco, pero le pido a Dios que esto acabe hoy para que no tengamos que averiguarlo.
– No me imagino a Peter Randolph como Hitler.