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El estudio de la WCIK, acristalado y con el techo bajo, también estaba cerrado, pero en los altavoces que había bajo los aleros del edificio sonaba «Good Night, Sweet Jesus», interpretada por el célebre cantante soul Perry Como. Tras el estudio se alzaba imponente la torre de transmisiones, coronada por la luz roja intermitente, apenas visible debido a la deslumbrante luz del sol matutino. Cerca de la torre había otro edificio, parecido a un granero. Linda dedujo que debía de albergar el generador de la emisora y el resto de suministros necesarios para seguir transmitiendo el milagro del amor de Dios hasta el oeste de Maine, el este de New Hampshire y, a buen seguro, los planetas interiores del sistema solar.

Jackie llamó a la puerta y luego la golpeó con fuerza.

– Creo que aquí dentro no hay nadie -dijo Linda… pero el lugar también le transmitía una sensación horrible. Y el aire tenía un olor raro, viciado y enrarecido. Le recordaba el olor de la cocina de su madre incluso después de que la airearan; su madre fumaba como un carretero y creía que lo único que valía la pena comer eran las cosas fritas en una sartén caliente y con abundante manteca.

Jackie sacudió la cabeza.

– Hemos oído a alguien, ¿verdad?

Linda no respondió, porque era cierto. Habían estado escuchando la emisora durante el trayecto desde la casa del pastor, y habían oído la suave voz de un locutor que anunciaba el siguiente disco como: «Otro mensaje del amor de Dios en forma de canción».

En esta ocasión, la búsqueda de la llave les llevó algo más de tiempo, pero Jackie la encontró en un sobre pegado bajo el buzón. En el interior había además un pedazo de papel en el que alguien había garabateado 1 6 9 3.

La llave era un duplicado, y estaba un poco pegajosa, pero tras unos forcejeos abrió la cerradura. En cuanto entraron, oyeron el pitido de la alarma. El teclado estaba en la pared. Cuando Jackie tecleó los números, el ruido cesó. Ahora solo se oía música. Perry Como había dado paso a un tema instrumental; Linda pensó que era sospechosamente parecido al solo de órgano de «In-A-Gadda-Da-Vida». Los altavoces del interior eran mil veces mejores que los de fuera, y la música sonaba más fuerte, como si estuvieran vivos.

¿La gente trabaja en este antro de mojigatería?, se preguntó Linda. ¿Contesta al teléfono? ¿Hace negocios? ¿Cómo pueden?

Ese lugar también tenía algo horrible. Linda estaba convencida de ello. Era algo más que escalofriante; se palpaba el peligro. Cuando vio que Jackie había quitado la correa de su pistola automática reglamentaria, Linda hizo lo mismo. Le gustaba notar el tacto de la culata. Tu vara y tu culata me infunden aliento, pensó.

– ¿Hola? -dijo Jackie-. ¿Reverendo Coggins? ¿Hay alguien?

No hubo respuesta. El mostrador de recepción estaba vacío. A la izquierda había dos puertas cerradas. Enfrente, una ventana abarcaba un lado de la sala principal. Linda vio unas luces que parpadeaban en el interior. Supuso que era el estudio.

Jackie abrió con un pie las puertas cerradas, pero mantuvo una distancia más que prudencial. Tras una de ellas había un despacho. Detrás de la otra había una sala de reuniones equipada con un lujo sorprendente, dominada por un televisor gigante de pantalla plana. Estaba encendido, pero en silencio. Parecía que Anderson Cooper, casi a tamaño natural, estaba realizando uno de sus reportajes en Main Street de Castle's Rock. Los edificios estaban cubiertos de banderas y lazos amarillos. Linda vio una pancarta en la ferretería que decía: LIBERADLOS, y sintió escalofríos por todo el cuerpo. En la parte inferior de la pantalla se podía leer: FUENTES DEL DEPARTAMENTO DE DEFENSA AFIRMAN QUE EL IMPACTO DEL MISIL ES INMINENTE.

– ¿Por qué está encendido el televisor? -preguntó Jackie.

– Porque quienquiera que estuviera aquí, lo dejó así cuando…

Una voz atronadora la interrumpió.

«Esa ha sido la versión de Raymond Howell de "Christ My Lord and Leader".»

Las dos mujeres dieron un respingo.

«Y yo soy Norman Drake, y quiero recordaros tres hechos muy importantes: estáis escuchando Hora de los clásicos en la WCIK, Dios os ama, y envió a su Hijo para que muriera por vosotros en la cruz del calvario. Son las nueve y veinticinco de la mañana y, tal como nos gusta recordaros, la vida es breve. ¿Habéis entregado vuestro corazón al Señor? Volvemos en unos instantes.»

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