Cuando vio a los hermanos en ese estado a Junior también le entraron ganas de llorar. Sin embargo, se recordó a sí mismo que era policía. Los policías no lloraban, por lo menos cuando estaban de servicio. Le preguntó de nuevo a la niña dónde estaba su madre, pero fue el hermano quien contestó.
– Fue a comprar telitos.
– Quiere decir pastelitos -añadió Alice-. Pero también fue a comprar otras cosas. Porque el señor Killian no cuidó de la cabaña como debía. Mamá dijo que yo podía vigilar a Aidan porque ya soy mayor y que no tardaría en volver, que solo iba a Yoder's. Solo me dijo que no dejara que Aide se acercara al estanque.
Junior empezaba a entender lo que había sucedido. Al parecer la mujer esperaba encontrar la cabaña llena de comida, con algunos alimentos básicos, como mínimo, pero de haber conocido bien a Roger Killian no habría confiado en él. Ese hombre era un estúpido de primera categoría, y había transmitido su exigua capacidad intelectual a toda su prole. Yoder's era una tienda miserable que se encontraba pasado Tarker's Mills, especializada en cerveza, licores de café y espaguetis en lata. En condiciones normales, era un trayecto de veinte minutos. Pero la mujer no había regresado y Junior sabía por qué.
– ¿Se fue el sábado por la mañana? -preguntó-. Fue el sábado, ¿verdad?
– ¡Quiero a mi mamá! -gritó Aidan-. ¡Y quiero mi dezayuno! ¡Me duele la barriga!
– Sí -respondió la chica-. El sábado por la mañana. Estábamos viendo dibujos animados, pero ahora no podemos ver nada porque no hay electricidad.
Junior y Frankie se miraron. Dos noches a solas en la oscuridad. La niña debía de tener nueve años; el niño, cinco. A Junior le horrorizaba pensar en ello.
– ¿Habéis comido algo? -le preguntó Frankie a Alice Appleton-. Cielo, ¿habéis comido algo?
– Había una cebolla en el cajón de las verduras -susurró la niña-. Comimos una mitad cada uno. Con azúcar.
– Joder -exclamó Frankie, que añadió acto seguido-: No he dicho nada. No me habéis oído. Un momento. -Regresó al coche, abrió la puerta del acompañante
– ¿A dónde ibais, Alice? -preguntó Junior.
– Al pueblo. A buscar a mamá y algo para comer. Queríamos ir caminando hasta las otras cabañas y luego atravesar el bosque. -Señaló vagamente hacia el norte-. Me pareció que sería más rápido.
Junior sonrió, pero por dentro se quedó helado. La niña no señalaba hacia Chester's Mills, sino en dirección a TR-90. A una zona donde solo había vegetación y pozos negros. Y la Cúpula, claro. Lo más probable era que ambos hubieran muerto de hambre ahí fuera; Hansel y Gretel sin el final feliz.
Frankie volvió del coche. Traía una barrita Milky Way. Parecía antigua y estaba aplastada, pero tenía el envoltorio intacto. Al ver cómo los niños clavaron la mirada en la chocolatina, Junior pensó en los críos que se veían a veces en las noticias. Esa mirada en unas caras estadounidenses era irreal, horrible.
– Es lo único que he encontrado -dijo Frankie mientras arrancaba el envoltorio-. Ya os compraremos algo más en el pueblo.
Partió el Milky Way en dos y les dio un pedazo a cada niño. La chocolatina desapareció en cinco segundos. Cuando Aidan devoró su trozo, se metió los dedos en la boca para rechupetearlos. Las mejillas se hundían rítmicamente mientras rebañaba los últimos restos de chocolate.
Se volvió hacia Frankie.
– No podemos esperar a regresar al pueblo. Pararemos en la cabaña donde estaban el viejo y la chica, y les daremos a estos niños todo lo que encontremos.
Frankie asintió y cogió a Aidan en brazos. Junior hizo lo propio con la hermana. Podía oler su sudor, su miedo. Le acariciaba el pelo, como si con ese gesto fuera a hacer desaparecer el mal olor.
– No os va a pasar nada -dijo-. Ni a ti ni a tu hermano. Nos os va a pasar nada. Estáis a salvo.
– ¿Me lo prometes?
– Sí.
La niña lo abrazó por el cuello. Era una de las mejores sensaciones que había sentido en toda su vida.
4
El lado oeste de Chester's Mills era la zona menos poblada del pueblo, y a las nueve menos cuarto de la mañana había sido evacuado casi por completo. El único coche de policía que quedaba en la Little Bitch era la unidad Dos. Jackie Wettington iba al volante, y Linda Everett llevaba la escopeta. El jefe Perkins, un poli de pueblo de la vieja escuela, nunca habría enviado a patrullar a dos mujeres juntas, pero Perkins ya no estaba al mando y a las chicas les gustó la novedad. Los hombres, sobre todo los hombres policía y sus continuas bromitas, podían ser muy pesados.
– ¿Estás lista para volver? -preguntó Jackie-. El Sweetbriar estará cerrado, pero si suplicamos tal vez nos den una taza de café.