– ¿Y escaparnos de aquí antes de que llegue aquel charlatán? -Gendron también había visto el Hummer-. Amigo, tú sí que sabes. ¿Al oeste o al este?
4
Se dirigieron hacia el oeste, hacia la carretera 117, y no encontraron el final de la barrera, pero vieron las maravillas que había obrado al caer. Las ramas de los árboles se habían partido y habían creado senderos a cielo abierto donde antes no los había. Había tocones partidos por la mitad y encontraron cadáveres plumíferos por todas partes.
– Qué montón de pájaros muertos -dijo Gendron. Se recolocó la gorra en la cabeza con manos un poco temblorosas. Tenía la cara pálida-. Nunca había visto tantos.
– ¿Estás bien? -preguntó Barbie.
– ¿Físicamente? Sí, creo que sí. Psicológicamente me siento como si hubiera perdido la chaveta. ¿Y tú?
– Lo mismo -repuso Barbie.
A algo más de tres kilómetros de la 119 se encontraron con God Creek Road y el cadáver de Bob Roux tirado junto a su tractor, todavía en marcha. Barbie se acercó instintivamente al hombre caído y, una vez más, chocó contra la barrera… aunque en esta ocasión se acordó en el último segundo y frenó a tiempo para impedir que volviera a sangrarle la nariz.
Gendron se arrodilló y tocó el cuello grotescamente ladeado del granjero.
– Muerto.
– ¿Qué es esa cosa rota que hay a su alrededor, esas piezas blancas?
Gendron cogió el trozo de mayor tamaño.
– Creo que es uno de esos trastos para escuchar música grabada del ordenador. Ha debido de romperse cuando se ha dado contra… -Gesticuló señalando hacia delante-. Contra eso.
Empezó a oírse un alarido procedente del pueblo, más crudo y más fuerte de cómo había sonado la alarma.
Gendron miró hacia allí un instante.
– La sirena de los bomberos -dijo-. Para lo que va a servir…
– Vienen desde Castle Rock -dijo Barbie-. Los oigo.
– ¿Sí? Pues entonces tienes mejor oído que yo. Vuelve a decirme cómo te llamabas, amigo.
– Dale Barbara. Barbie para los amigos.
– Bueno, Barbie, y ¿ahora qué?
– Seguimos caminando, supongo. No podemos hacer nada por este tipo.
– No, ni siquiera puedo llamar a nadie -dijo Gendron con tristeza-. Me he dejado el teléfono. Supongo que tú no tienes móvil…
Barbie sí tenía, pero lo había dejado en el apartamento que había desocupado, junto con algunos calcetines, camisas, vaqueros y calzoncillos. Se había marchado con lo puesto, nada más que con la ropa que llevaba a la espalda, porque en Chester's Mills no había nada que quisiera llevarse consigo. Salvo algunos buenos recuerdos, y para eso no necesitaba maleta, ni siquiera mochila.
Explicarle todo eso a un desconocido era demasiado complicado, así que se limitó a negar con la cabeza.
Había una vieja manta sobre el asiento del Deere. Gendron apagó el tractor, se hizo con la manta y cubrió el cadáver.
– Espero que estuviera escuchando algo que le gustara cuando sucedió -dijo.
– Sí -repuso Barbie.
– Vamos. Encontremos el final de esto, sea lo que sea. Quiero estrecharte la mano. A lo mejor hasta me emociono y te doy un abrazo.
5
Poco después de descubrir el cadáver de Roux -ya estaban muy cerca del accidente de la 117, aunque ninguno de los dos lo sabía-, llegaron a un pequeño riachuelo. Los dos se quedaron quietos un momento, cada uno a su lado de la barrera, mirando con asombro y en silencio.
Al cabo, Gendron dijo:
– Dios bendito.
– ¿Qué se ve desde tu lado? -preguntó Barbie.
Lo único que podía ver desde el suyo era el agua que se alzaba y caía hacia el subsuelo. Era como si la corriente se hubiese encontrado con una presa invisible.
– No sé cómo describirlo. Nunca había visto nada igual. -Gendron hizo una pausa, se rascó las dos mejillas y dejó caer la mandíbula de tal manera que su cara, larga ya de por sí, se pareció un poco a la del hombre que grita en ese cuadro de Edvard Munch-. Bueno, sí. Una vez. Parecido. Cuando le llevé a mi hija un par de pececitos de colores por su sexto cumpleaños. O a lo mejor ese año cumplía siete. Los llevé a casa desde la tienda de animales en una bolsa de plástico, y eso es lo que parece: agua en el fondo de una bolsa de plástico. Solo que esto es plano en lugar de abombado. El agua se amontona contra esa… cosa, y luego se derrama hacia izquierda y derecha por tu lado.
– ¿No pasa ni una gota?
Gendron se agachó con las manos en las rodillas y echó una mirada.
– Sí, parece que algo lo atraviesa. Pero no mucho, solo unas gotitas. Y nada de la porquería que arrastra el agua. Ya sabes, palitos, hojas y esas cosas.
Siguieron avanzando, Gendron por su lado y Barbie por el suyo. De momento, ninguno de los dos pensaba en términos de dentro y fuera. No se les había ocurrido que tal vez la barrera no tenía final.
6