Julia le dirigió una sonrisa débil y lo mandó a hacer sus cosas con un gesto de las manos. Al llegar a la puerta de las oficinas del periódico, Tony miró atrás. Ella lo saludó con la mano para hacerle ver que estaba bien, después miró el polvoriento escaparate de la librería. El cine del centro llevaba media década cerrado, y el autocine de las afueras había desaparecido hacía tiempo (el aparcamiento auxiliar de Rennie estaba ahora donde su gran pantalla se alzaba antaño sobre la 119), pero Ray Towle había conseguido de alguna forma que su pequeño y sucio
Oscuras tramas, justamente.
Comprendió entonces que lo que más le preocupaba (lo que más la asustaba) era lo deprisa que estaba sucediendo todo. Rennie se había acostumbrado a ser el gallo más grande y más cruel del corral, y ella contaba con que en algún momento intentaría incrementar su control sobre el pueblo… después de llevar, pongamos una semana o un mes incomunicados del mundo exterior. Pero solo habían pasado tres días y unas horas. ¿Y si Cox y sus científicos conseguían abrir una brecha en la Cúpula esa noche? ¿Y si desaparecía por sí misma, incluso? Big Jim se encogería de inmediato hasta recuperar su tamaño anterior, solo que también se le caería la cara de vergüenza.
– ¿Qué vergüenza? -se preguntó, mirando todavía hacia las OSCURAS TRAMAS-. Simplemente diría que ha estado haciendo todo lo que estaba en su mano en unas circunstancias muy difíciles. Y le creerían.
Seguramente eso era cierto. Pero, aun así, no explicaba por qué el hombre no había esperado para ejecutar su jugada.
– Además, no creo que esté del todo cuerdo -les dijo a los libros de bolsillo apilados-. No creo que nunca lo haya estado.
Aunque eso fuera cierto, ¿cómo podía explicarse que gente que todavía tenía la despensa llena hubiese protagonizado esos disturbios en el supermercado local? No tenía ningún sentido, a menos que…
– A menos que él lo haya instigado.
Era ridículo, el Especial del Día del Café Paranoia. ¿O quizá no? Julia supuso que podía preguntarles a algunas de las personas que habían estado en el Food City qué habían visto allí, pero ¿no eran más importantes los asesinatos? Ella era la única reportera de verdad que tenía, a fin de cuentas, y…
– ¿Julia? ¿Señorita Shumway?
Julia estaba tan metida en sus elucubraciones que casi perdió los mocasines del salto que dio. Giró en redondo y se habría caído si Jackie Wettington no la hubiera sujetado. Linda Everett también estaba allí; había sido ella la que la había llamado. Las dos parecían asustadas.
– ¿Podemos hablar con usted? -preguntó Jackie.
– Desde luego. Escuchar a la gente es mi trabajo. La parte negativa es que escribo lo que me cuentan. Ustedes, señoras, ya lo saben, ¿verdad?
– Pero no puede dar nuestros nombres -dijo Linda-. Si no accede a eso, dejémoslo.
– Por lo que a mí respecta -dijo Julia, sonriendo-, ustedes dos no son más que una fuente cercana a la investigación. ¿Les parece bien así?
– Si promete responder también a nuestras preguntas -dijo Jackie-. ¿Lo hará?
– Está bien.
– Estuvo en el supermercado, ¿verdad? -preguntó Linda.
La cosa se ponía cada vez más curiosa.
– Sí. Igual que ustedes dos. Así que hablemos. Comparemos nuestras notas.
– Aquí no -dijo Linda-. En la calle no. Es un sitio demasiado público. Y en las oficinas del periódico tampoco.
– Tranquilízate un poco, Lin -dijo Jackie, y le puso una mano en el hombro.
– Tranquilízate tú -contestó Linda-. No eres tú la que tiene un marido que cree que acabas de ayudar a que condenen injustamente a un hombre inocente.
– Yo no tengo marido -dijo Jackie, y Julia pensó que era razonable y afortunada; los maridos muchas veces eran un factor que lo complicaba todo-. Pero conozco un lugar al que podemos ir. Tendremos intimidad y siempre está abierto. -Lo pensó un momento-. O al menos lo estaba. Desde la Cúpula, no sé.
Julia, que hacía un momento estaba reflexionando sobre a quién entrevistar primero, no tenía ninguna intención de dejar que esas dos se le escaparan.
– Vamos -dijo-. Caminaremos por diferentes aceras hasta que hayamos pasado la comisaría, ¿qué les parece?
Al oír eso, Linda consiguió sonreír.
– Qué buena idea -dijo.
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