– Eso no es lo que ha pasado -dijo Alden Dinsmore con tozudez-. Yo estaba en el jardín lateral y he visto cómo la avioneta simplemente…
– Más vale que hagamos retroceder a toda esa gente, ¿no te parece? -preguntó Rennie a Randolph, señalando hacia los mirones.
Había unos cuantos en el lado del camión, prudentemente alejados de las llamas, y bastantes más en el lado de Mills. Aquello empezaba a parecer una convención.
Randolph se dirigió a Morrison y a Wettington.
– Hank -dijo, y señaló a los espectadores del lado de Mills.
Alguien había empezado a revolver entre los restos esparcidos de la avioneta de Thompson. Se oían gritos de horror a medida que descubrían pedazos de los cadáveres.
– Vale -dijo Morrison, y se puso en marcha.
Randolph señaló a Wettington los espectadores del lado del camión maderero.
– Jackie, ocúpate de… -Se quedó a media frase.
Los
Era el humo lo que todos miraban. El humo que ascendía desde el camión incendiado.
Era oscuro y oleoso. La gente que estaba situada de cara al viento tendría que estar medio asfixiada, sobre todo con la ligera brisa que llegaba del sur. Pero no les pasaba nada. Y entonces Rennie vio por qué. Costaba de creer, pero lo estaba viendo, no había duda. El humo se desplazaba hacia el norte, al menos al principio, pero entonces torcía en un ángulo muy pronunciado, casi recto, y ascendía verticalmente en una columna, como si fuera una chimenea. Al subir, además, dejaba un residuo marrón oscuro. Una mancha alargada que parecía flotar en el aire.
Jim Rennie sacudió la cabeza para que esa imagen desapareciera, pero seguía allí cuando dejó de hacerlo.
– ¿Qué es eso? -preguntó Randolph. El asombro le había suavizado la voz.
Dinsmore, el granjero, se colocó delante de él.
– Ese tipo -señaló a Ernie Calvert- tenía a Seguridad Nacional al teléfono, y este tipo -señaló a Rennie con un gesto teatral de tribunal, pero a Rennie no le importó lo más mínimo- le ha quitado el teléfono ¡y ha colgado! No tendría que haberlo hecho, Pete. Porque no ha habido ninguna colisión. La avioneta no estaba ni mucho menos cerca del suelo. Yo lo he visto. Estaba cubriendo las plantas por si llegan las heladas y lo he visto todo.
– Yo también lo he visto… -empezó a decir Rory, y esta vez fue su hermano Ollie el que le dio una colleja. Rory se puso a lloriquear.
Alden Dinsmore dijo:
– Se ha estrellado contra algo. Contra lo mismo que el camión. Está ahí, se puede tocar. Ese joven, el cocinero, ha dicho que deberían decretar una zona de exclusión aérea, y llevaba razón. Pero el señor Rennie -señalaba de nuevo a Rennie, como si se creyera un puñetero Perry Mason en lugar de un tipo que se ganaba el pan colocando ventosas en las tetas a las vacas- no ha querido ni hablar con ellos. Ha colgado así y punto.
Rennie no se rebajó a negarlo.
– Estás perdiendo el tiempo -le dijo a Randolph. Acercándose un poco más y hablando apenas en un susurro, añadió-: El jefe está al llegar. Te aconsejo que aceleres y controles el lugar de los hechos antes de que lo tengas aquí. -Dirigió al granjero una mirada fría y breve-. Ya interrogarás más tarde a los testigos.
Sin embargo, fue Alden Dinsmore, exasperante hasta la desesperación, quien dijo la última palabra.
– Ese tal Barber tenía razón. Él tenía razón y Rennie se equivoca.
Rennie apuntó mentalmente tomar medidas contra Alden Dinsmore en un futuro. Tarde o temprano los granjeros acudían a los concejales con el sombrero en la mano -en busca de una exención, una recalificación de terrenos, cualquier cosa-, y cuando el señor Dinsmore se viera en una de esas encontraría poco consuelo, si Rennie tenía algo que decir al respecto. Y normalmente así era.
– ¡Que controles el lugar de los hechos! -le dijo a Randolph.
– Jackie, aparta de ahí a esa gente -dijo el ayudante del jefe de policía señalando hacia los mirones que contemplaban el desastre desde el lado del camión maderero-. Establece un perímetro.
– Señor, me parece que esa gente en realidad está en Motton…