– Porque la gente se ha dejado arrastrar por un montón de estupideces fruto del miedo. Duke Perkins habría puesto fin a todo esto mucho antes. Ahora, venga. Y hágalo rápido.
– Eso no puedo prometértelo. De hecho, no puedo prometerte nada. No soy patólogo.
– Pues tan rápido como pueda.
Rusty la siguió al interior. Un instante después, Linda lo rodeaba con sus brazos.
9
Harriet Bigelow gritó dos veces y se desmayó. Gina Buffalino se quedó mirando la escena con la mirada vidriosa a causa del shock.
– Sacad a Gina de aquí -ordenó Thurse. Había llegado al aparcamiento, oyó los disparos y regresó corriendo. Y encontró eso. Esa matanza.
Ginny le puso un brazo alrededor de los hombros a Gina y la acompañó al pasillo, donde se encontraban los pacientes ambulatorios, entre ellos Bill Allnut y Tansy Freeman, con los ojos desorbitados y aterrorizados.
– Sácala de aquí -le dijo Thurse a Twitch, señalando a Harriet-. Y bájale la falda, que la chica no pierda la dignidad.
Twitch obedeció. Cuando Ginny y él regresaron a la habitación, Thurse estaba arrodillado junto al cuerpo de Frank DeLesseps, que había muerto porque había ido a cuidar de Georgia en lugar de su novio y se había pasado las horas de visita. Thurse había tapado a Georgia con una sábana en la que habían empezado a florecer amapolas de sangre.
– ¿Hay algo que podamos hacer, doctor? -preguntó Ginny. Sabía que no era médico, pero estaba tan alterada que le salió de forma automática. Estaba mirando el cuerpo despatarrado de Frank y se tapó la boca con la mano.
– Sí. -Thurse se levantó y sus rodillas huesudas crujieron como dos pistolas-. Llamad a la policía. Esto es el escenario de un crimen.
– Todos los que se encuentren de servicio estarán sofocando el incendio -dijo Twitch-. Y los que no estén allí, irán de camino o estarán durmiendo con el teléfono desconectado.
– Pues llamad a quien sea, por el amor de Dios, y averiguad si se supone que debemos hacer algo antes de limpiar este desastre. Tomad fotografías, o yo qué sé. Tampoco es que haya muchas dudas acerca de lo ocurrido. Disculpadme un minuto, voy a vomitar.
Ginny se apartó para que Thurston pudiera entrar en el minúsculo lavabo de la habitación. Cerró la puerta, pero aun así se oyó perfectamente el sonido de sus arcadas, el sonido de un motor en plena aceleración pero atascado debido a la suciedad.
Ginny notó una leve sensación de mareo que pareció elevarla de forma liviana. Logró contenerla y, cuando miró a Twitch, este estaba cerrando el teléfono móvil.
– Rusty no ha respondido -dijo-. Le he dejado un mensaje de voz. ¿Alguien más? ¿Rennie?
– ¡No! -Casi se estremeció-. Él no.
– ¿Mi hermana? Me refiero a Andi.
Ginny se lo quedó mirando.
Twitch aguantó la mirada pero acabó agachando la cabeza.
– Tal vez no -murmuró.
Ginny le tocó el brazo, junto a la muñeca. Twitch tenía la piel fría. Pero imaginaba que ella también.
– Si te sirve de consuelo -dijo Ginny-, creo que está intentando desengancharse. Vino a ver a Rusty, y estoy casi segura que fue por eso.
Twitch se pasó las manos por ambos lados de la cara y por un instante la convirtió en una máscara de dolor de una ópera bufa.
– Esto es una pesadilla.
– Sí -se limitó a admitir Ginny. Entonces sacó su móvil de nuevo.
– ¿A quién vas a llamar? -Twitch logró esbozar una sonrisa-. ¿A los Cazafantasmas?
– No. Si Andi y Big Jim están descartados, ¿quién nos queda?
– Sanders, pero es un puto inútil y lo sabes. ¿Por qué no limpiamos todo esto y ya está? Thurston tiene razón, es obvio lo que ha ocurrido aquí.
Thurston salió del baño. Se estaba limpiando la boca con una toalla de papel.
– Porque existen ciertas reglas, jovencito. Y teniendo en cuenta las actuales circunstancias, es más importante que nunca que las sigamos. O, como mínimo, que pongamos todo nuestro empeño en ello.
Twitch alzó la cabeza y vio el cerebro de Sammy Bushey en lo alto de una pared, secándose. Lo que la chica había utilizado para pensar parecía ahora un coágulo de copos de avena. Rompió a llorar.
10
Andy Sanders estaba sentado en el apartamento de Dale Barbara, en un lado de la cama. La ventana estaba teñida del resplandor naranja de las llamas del edificio del
Andy había subido por la escalera interior desde la farmacia. Abrió la bolsa marrón y sacó el contenido: un vaso, una botella de agua Dasani y un frasco de pastillas: OxyContin. La etiqueta decía PARA A. GRINNELL. Eran rosa y había unas veinte. Sacó unas cuantas, las contó, y sacó más. Veinte. Cuatrocientos miligramos. Tal vez no serían suficientes para matar a Andrea, que había logrado desarrollar cierta tolerancia, pero estaba convencido de que bastarían para él.
El calor del incendio del edificio de al lado atravesaba la pared. Estaba empapado en sudor. Debía de estar como mínimo a cuarenta grados. Quizá más. Se secó la cara con la colcha.