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Había un sofá viejo y raído tras los fogones; allí sentados, bajo un cuadro de Jesucristo montado en moto (titulado: El compañero de carretera al que no ves), Andy y Chef Bushey se pasaban la pipa el uno al otro. Mientras queman, las metanfetaminas huelen a meado que lleva tres días en un orinal, pero después de la primera calada, Andy se convenció de que el Chef tenía razón: venderlo quizá era obra de Satán, pero la droga en sí era obra de Dios. El mundo apareció bajo una luz exquisita y delicadamente temblorosa que nunca había visto. Su ritmo cardíaco aumentó, los vasos sanguíneos del cuello se dilataron y se convirtieron en cables palpitantes, sentía un cosquilleo en las encías y un delicioso hormigueo en los huevos, como no le sucedía desde que era adolescente. Pero lo mejor de todo aquello era que la fatiga que se había apoderado de sus hombros y que lo había confundido desapareció. Sentía que podía mover montañas con una carretilla.

– En el Jardín del Edén había un árbol -dijo el Chef mientras le pasaba la pipa, de la que salían volutas de humo verde por ambos extremos-. El Árbol del Bien y el Mal. ¿Lo sabes?

– Sí. Sale en la Biblia.

– Por supuesto. Y en ese Árbol había una Manzana.

– Así es, así es. -Andy dio una calada tan pequeña que en realidad fue un sorbo. Quería más, lo quería todo, pero tenía miedo de que si daba una calada muy grande su cabeza saliera disparada y volara por el laboratorio como un cohete, lanzando gases abrasadores por la base.

– La carne de esa Manzana es la Verdad, y la piel es la Metanfetamina -dijo el Chef.

Andy lo miró.

– Es increíble.

El Chef asintió.

– Sí, Sanders. Lo es. -Cogió de nuevo la pipa-. ¿Es o no buena esta mierda?

– Es una mierda increíble.

– Jesucristo va a regresar en Halloween -dijo el Chef-. Probablemente unos días antes; no sé. Ya estamos en temporada de Halloween, ¿sabes? La temporada de la puta bruja. -Le pasó la pipa a Andy, y luego señaló con la mano en la que sostenía el mando del garaje-. ¿Ves eso? Al fondo de la galería. Sobre la puerta del almacén.

Andy miró.

– ¿Qué? ¿Ese bulto blanco? Parece arcilla.

– No lo es -respondió el Chef-. Es el Cuerpo de Cristo, Sanders.

– ¿Y esos cables que salen de él?

– Vasos por los que circula la Sangre de Cristo.

Andy reflexionó sobre el concepto y le pareció brillante.

– Muy bien. -Pensó un rato más-. Te quiero, Phil. Chef, quiero decir. Me alegro de haber venido aquí.

– Yo también -dijo el Chef-. Escucha, ¿quieres ir a dar una vuelta? Tengo un coche en algún lado, creo, pero no me siento del todo bien.

– Claro -respondió Andy. Se puso en pie. El mundo se balanceó un instante y luego se calmó-. ¿Adónde quieres ir?

El Chef se lo dijo.

19

Ginny Tomlinson estaba durmiendo en el mostrador de recepción con la cabeza sobre la portada de la revista People; Brad Pitt y Angelina Jolie retozaban en las olas de una tórrida isla en la que los camareros servían bebidas con pequeñas sombrillas de papel. Cuando algo la despertó a las dos menos cuarto de la madrugada del miércoles, encontró una aparición ante ella: un hombre alto y escuálido, con los ojos hundidos y el pelo apelmazado y alborotado. Llevaba una camiseta de la WCIK y unos vaqueros que colgaban de sus escuálidas caderas. Al principio Ginny creyó que estaba temiendo una pesadilla de muertos vivientes, pero entonces notó el olor. Ningún sueño olía tan mal.

– Soy Phil Bushey -dijo la aparición-. He venido a buscar el cuerpo de mi mujer. Voy a enterrarla. Enséñame dónde está.

Ginny no se negó. Le habría entregado todos los cuerpos con tal de librarse de él. Pasaron frente a Gina Buffalino, que se encontraba junto a una camilla, mirando al Chef con pálida aprehensión. Cuando Bushey se volvió para mirarla, la enfermera retrocedió.

– ¿Ya tienes tu disfraz de Halloween? -preguntó el Chef.

– Sí…

– ¿De qué vas a ir?

– De Glinda -respondió la chica con un hilo de voz-. Aunque imagino que no iré a la fiesta porque es en Motton.

– Yo voy a ir de Jesús -dijo el Chef. Siguió a Ginny como un fantasma sucio con unas Converse raídas de caña alta. Entonces se volvió. Estaba sonriendo. Con una mirada vacía-. Y estoy muy cabreado.

20

Diez minutos después, Chef Bushey salía del hospital llevando en brazos el cuerpo de Sammy, envuelto en sábanas. Un pie descalzo, con las uñas pintadas con esmalte rosa apenas visible, se balanceaba. Ginny le aguantó la puerta. No miró para ver quién estaba al volante del coche parado al ralentí frente a la entrada, algo por lo que Andy se mostró vagamente agradecido. Esperó hasta que la chica regresó adentro, entonces salió y le abrió una de las puertas posteriores al Chef, que manejaba la carga con gran facilidad para ser un hombre que parecía un montón de piel sobre un armazón de huesos. Quizá, pensó Andy, las metanfetaminas también dan fuerza. En tal caso, él empezaba a flaquear. La depresión volvía a apoderarse de él. Y la fatiga también.

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