– Debemos pensar en Judy y Janelle, Rusty -dijo Linda. Se estaba mordiendo las uñas, algo que Rusty no le había visto hacer desde hacía años-. No podemos arriesgarnos a que les pase algo. No pienso planteármelo y no pienso permitir que te lo plantees.
– Yo también tengo un hijo -afirmó Stacey-. Calvin. Solo tiene cinco años. Esta noche he tenido que hacer acopio de todo mi valor para montar guardia en la funeraria. El mero hecho de pensar en ir a contarle todo esto al idiota de Randolph… -No fue necesario que acabara la frase; la palidez de sus mejillas era elocuente.
– Nadie te lo ha pedido -dijo Jackie.
– En este momento lo único que puedo demostrar es que se usó la pelota de béisbol para acabar con Coggins -dijo Rusty-. Pero podría haberlo hecho cualquiera. Hasta su propio hijo, demonios.
– Lo cual no me sorprendería demasiado -añadió Stacey-. Últimamente Junior se comporta de un modo extraño. Lo echaron de Bowdoin por pelearse. No sé si su padre está enterado, pero llamaron a la policía desde el gimnasio donde ocurrió, y vi el informe en el ordenador. Y las dos chicas… Si fueron crímenes sexuales…
– Lo fueron -sentenció Rusty-. Terribles. Es mejor que no sepas los detalles.
– Pero Brenda no fue víctima de una agresión sexual -dijo Jackie-. Eso significa que Coggins y Brenda murieron en circunstancias distintas a las chicas.
– Quizá Junior mató a las chicas y su padre se cargó a Brenda y a Coggins -dijo Rusty, que esperó que alguien riera. Pero nadie lo hizo-. En tal caso, ¿por qué?
Todos negaron con la cabeza.
– Tuvo que haber un motivo -dijo Rusty-, pero dudo que fuera el sexo.
– Crees que tiene algo que ocultar -afirmó Jackie.
– Sí, lo creo. Y me parece que hay alguien que podría saber de qué se trata. Está encerrado en el sótano de la comisaría.
– ¿Barbara? -preguntó Jackie-. ¿Por qué iba a saberlo Barbara?
– Porque habló con Brenda. Tuvieron una charla bastante privada en el jardín posterior de la casa de Brenda el día después de que apareciera la Cúpula.
– ¿Cómo demonios lo sabes? -preguntó Stacey.
– Porque los Buffalino viven al lado de los Perkins y la ventana del dormitorio de Gina da al jardín de los Perkins. Resulta que los vio y me lo dijo. -Se dio cuenta de que Linda lo miraba y se encogió de hombros-. ¿Qué puedo decir? Vivimos en un pueblo muy pequeño. Todos apoyamos al equipo.
– Espero que le dijeras que cerrara la boca -le advirtió Linda.
– No lo hice porque cuando me lo contó no tenía ningún motivo para sospechar que Big Jim podía haber matado a Brenda. O machacado la cabeza a Lester Coggins con una bola de béisbol de coleccionista. Ni tan siquiera sabía que estaban muertos.
– Aún no sabemos si Barbie sabe algo -dijo Stacey-. O sea, aparte de hacer una tortilla de champiñones y queso que está para chuparse los dedos.
– Alguien va a tener que preguntárselo -dijo Jackie-. Me propongo a mí misma.
– Aunque sepa algo, ¿de qué servirá? -preguntó Linda-. Ahora mismo vivimos casi en una dictadura. Acabo de darme cuenta. Supongo que soy lenta de reflejos.
– Más que lenta de reflejos, eres una persona confiada -la corrigió Jackie-, y por lo general ser confiada no tiene nada de malo. En cuanto al coronel Barbara, no sabemos si servirá de algo hasta que no se lo preguntemos. -Hizo una pausa-. Y esa no es realmente la cuestión, lo sabes. Es inocente. Esa es la cuestión.
– ¿Y si lo matan? -preguntó Rusty sin rodeos-. Podrían pegarle un tiro mientras intenta escapar.
– Estoy convencida de que eso no ocurrirá -replicó Jackie-. Big Jim quiere montar un juicio-espectáculo. Eso es lo que se dice en comisaría. -Stacey asintió-. Quieren hacer creer a la gente que Barbara es una araña que está tejiendo una gran tela conspirativa. Así podrán ejecutarlo. Pero aunque actúen con mucha rapidez, tardarán días en hacerlo. Semanas, si tenemos suerte.
– No seremos tan afortunados -dijo Linda-. No si Rennie quiere moverse rápido.
– Tal vez tengas razón, pero antes Rennie tiene que asistir a la asamblea extraordinaria del pueblo el jueves. Y seguro que querrá interrogar a Barbara. Si Rusty sabe que ha estado con Brenda, entonces Rennie también.
– Claro que lo sabe -dijo Stacey, con impaciencia-. Estaban juntos cuando Barbara le enseñó a Jim la carta del presidente.
Pensaron en silencio sobre ello un minuto.
– Si Rennie está ocultando algo -murmuró Linda-, necesitará tiempo para librarse de ello.
Jackie se rió. La carcajada sonó casi espeluznante en la tensión que reinaba en el salón.
– Pues que tenga buena suerte. Sea lo que sea, no puede meterlo en el remolque de un camión y sacarlo del pueblo.
– ¿Algo que ver con el propano? -preguntó Linda.
– Quizá -admitió Rusty-. Jackie, estuviste en el ejército, ¿verdad?