Ginny dijo:
– Ahora que estás aquí, Andy, no estoy muy segura de lo que puedes hacer. Twitch se está ocupando de los cuerpos y…
Antes de que pudiera acabar la frase, se abrió la puerta. Entró una mujer joven, acompañada de dos niños medio dormidos, cogidos de la mano. El hombre mayor, Thurston, la abrazó mientras los niños, una chica y un niño, los miraban. Ambos estaban descalzos y llevaban camisetas a modo de pijama. En la del niño, que le llegaba hasta los tobillos, se podía leer PRISIONERO 9091 y PROPIEDAD DE LA PRISIÓN ESTATAL DE SHAWSHANK. La hija de Thurston y los nietos, dedujo Andy, lo que hizo que volviera a echar de menos a Claudette y a Dodee. Pero se quitó ese pensamiento de la cabeza de inmediato. Ginny lo había llamado para pedirle ayuda, y saltaba a la vista que la necesitaba, lo que implicaba tener que escucharla mientras contaba toda la historia de nuevo, no por su bien, sino por el de la propia Ginny. Así podría sacar la verdad del asunto y empezar a hacer las paces. A Andy no le importaba. Siempre se le había dado muy bien escuchar a los demás, y eso era mejor que ver tres cadáveres, uno de ellos el de su antiguo repartidor de periódicos. Cuando te ponías a ello, escuchar era algo muy sencillo, hasta un idiota podía hacerlo, sin embargo Big Jim nunca le había cogido el truco a eso. Tenía mucha labia, eso sí. Y también era un experto haciendo planes. Tenían suerte de contar con alguien como él en unos momentos como los que estaban viviendo.
Mientras Ginny acababa de explicar su versión de los hechos por segunda vez, Andy tuvo una idea. Probablemente una buena idea.
– ¿Alguien le ha…?
Thurston regresó seguido de los recién llegados.
– Concejal Sanders, Andy, esta es mi compañera, Carolyn Sturges. Y estos son los niños a los que estamos cuidando. Alice y Aidan.
– Quiero mi chupete -dijo Aidan no de muy buen humor.
Alice respondió:
– Eres muy mayor para un chupete. -Y le dio un codazo.
Aidan hizo una mueca pero no lloró.
– Alice -dijo Carolyn Sturges-, eso está muy mal. ¿Y qué decimos de la gente que se porta mal?
A la niña se le iluminó la cara.
– ¡La gente que se porta mal es tonta! -gritó, y rompió a llorar.
Tras meditarlo un instante, el hermano hizo lo propio.
– Lo siento -le dijo Carolyn a Andy-. No podía dejarlos con nadie, y Thurse parecía tan angustiado cuando ha llamado…
Resultaba difícil de creer, pero era posible que el abuelo se estuviera beneficiando a la chica. Andy no prestó demasiada atención a la idea, aunque en otras circunstancias la habría tomado en mayor consideración, habría reflexionado sobre las distintas posturas, se habría preguntado si la chica lo besaba con su lengua húmeda, etc. Ahora, sin embargo, tenía otras cosas en la cabeza.
– ¿Alguien le ha dicho al marido de Sammy que su mujer ha muerto? -preguntó.
– ¿A Phil Bushey? -inquirió Dougie Twitchell, que se dirigía hacia la recepción por el pasillo. Caminaba con los hombros caídos y no tenía muy buena cara-. Ese hijo de puta la dejó y se fue del pueblo. Hace meses. -Miró a Alice y Aidan Appleton-. Lo siento, niños.
– No pasa nada -dijo Caro-. En casa no nos mordemos la lengua. Así es todo más veraz.
– Es verdad -añadió Alice-. Podemos decir «mierda» y «mear» siempre que queramos, como mínimo hasta que vuelva mamá.
– Pero no «puta» -se apresuró a decir Aidan-. «Puta» es exista.
Caro no hizo caso del aparte que estaban manteniendo los hermanos.
– ¿Qué ha pasado, Thurse?
– Delante de los niños, no -respondió él-. No es una cuestión de morderse la lengua o no.
– Los padres de Frank están fuera del pueblo -dijo Twitch-, pero me he puesto en contacto con Helen Roux, que se lo ha tomado con bastante calma.
– ¿Estaba bebida? -preguntó Andy.
– Como una cuba.