En el piso de arriba, tumbada boca arriba y roncando como un camionero tras un viaje de cuatro días, solo una parte de Andrea se movía: el pie izquierdo, que aún sufría las sacudidas y los temblores del síndrome de abstinencia.
El salón estaba en penumbra, pero no a oscuras; Andi había dejado una lámpara a pilas encendida en la cocina. Y olía a algo. Las ventanas estaban abiertas, pero como no soplaba ni una triste brisa, el olor a vómito no había desaparecido por completo. ¿Le había dicho alguien que Andrea estaba enferma? ¿Que tenía la gripe, tal vez?
Fuera lo que fuese, una enfermedad era una enfermedad, y por lo general los enfermos no querían estar solos, lo que significaba que la casa estaba vacía. Y ella estaba muy cansada. En el otro extremo de la sala había un sofá largo y bonito que la llamaba. Si Andi llegaba al día siguiente y encontraba allí a Julia, lo entendería.
– Quizá incluso me haga una taza de té -dijo-. Nos echaremos unas risas. -Aunque en ese momento la idea de volver a reírse de algo en toda su vida le parecía improbable-. Venga, Horace.
Le quitó la correa y cruzó la sala. Horace la observó hasta que se tumbó en el sofá y se puso una almohada bajo la cabeza. Entonces él también se echó y puso el morro sobre la pata.
– Pórtate bien -le dijo Julia, y cerró los ojos. Lo que vio entonces fue la mirada huidiza de Cox. Porque Cox creía que iban a permanecer bajo la Cúpula durante mucho tiempo.
Sin embargo, el cuerpo es más piadoso que la mente. Julia se quedó dormida con la cabeza a poco más de un metro del sobre que Brenda había intentado entregarle esa misma mañana. En algún momento, Horace se subió al sofá y se acurrucó entre sus rodillas. Y así los encontró Andrea cuando bajó la mañana del 25 de octubre; se sentía ella misma, mucho más que en los últimos años.
16
Había cuatro personas en la sala de estar de Rusty: Linda, Jackie, Stacey Moggin y el propio Rusty. Sirvió vasos de té helado y acto seguido realizó un resumen de lo que había encontrado en el sótano de la Funeraria Bowie. Stacey hizo la primera pregunta, meramente práctica.
– ¿Os habéis acordado de cerrar con llave?
– Sí -respondió Linda.
– Entonces devuélvemela. Tengo que dejarla en su sitio.
Linda le entregó la llave y le preguntó a Jackie si las niñas le habían causado algún problema.
– No han tenido ningún ataque, si es eso lo que te preocupa. Han dormido todo el rato como corderitos.
– ¿Qué vamos a hacer con esto? -preguntó Stacey. Era una mujer pequeña pero decidida-. Si queréis que detengan a Rennie, vamos a tener que convencer a Randolph entre los cuatro para que lo haga. Nosotras tres como agentes, y Rusty como patólogo.
– ¡No! -exclamaron Jackie y Linda al unísono; esta con miedo, aquella con decisión.
– Tenemos una hipótesis, pero ninguna prueba de verdad -dijo Jackie-. No estoy muy segura de que Pete Randolph nos creyera aunque tuviéramos fotografías en las que se viera a Big Jim rompiéndole el cuello a Brenda. Rennie y él están en el ajo, saldrán a flote o se hundirán, pero lo harán juntos. Y la mayoría de los policías se pondría del bando de Pete.
– Sobre todo los nuevos -dijo Stacey, que se atusó la melena rubia-. En general no tienen muchas luces, pero son fieles. Y les gusta ir por ahí con armas. Además -se inclinó hacia delante-, esta noche hay siete u ocho más. Chicos del instituto. Grandullones, estúpidos y entusiastas. La verdad es que me dan miedo. Y otra cosa: Thibodeau, Searles y Junior Rennie están pidiendo a los novatos que les recomienden más candidatos. Como esto siga así, dentro de unos días no tendremos un cuerpo de policía, sino un ejército de adolescentes.
– ¿Nadie nos escucharía? -preguntó Rusty. No exactamente con incredulidad, sino para saber con quién podían contar-. ¿Nadie en absoluto?
– Tal vez Henry Morrison -respondió Jackie-. Ve lo que está sucediendo y no le convence. Pero ¿los demás? Están con Big Jim. En parte porque tienen miedo y en parte porque les gusta el poder. Para chicos como Toby Whelan y George Frederick se trata de una sensación nueva; y otros como Freddy Denton sencillamente son malas personas.
– ¿Y eso qué significa? -preguntó Linda.
– Significa que, de momento, no vamos a decir nada a nadie. Si Rennie ha matado a cuatro personas, es muy, muy peligroso.
– La espera lo convertirá en alguien más peligroso, no menos -objetó Rusty.