– Sí, y digo aleluya. Por desgracia, o por suerte, supongo, imagino que deberías decir por suerte, tu mujer ya está con Él.
– ¿Que diga qué?
Andy estiró el brazo y bajó el cañón de la pistola para que apuntara al suelo. El Chef no hizo ningún esfuerzo por oponerse.
– Samantha está muerta, Chef. Lamento decirte que se ha quitado la vida esta noche.
– ¿Sammy? ¿Muerta? -El Chef tiró la pistola en la bandeja de un escritorio que había cerca. También bajó la mano del mando del garaje, pero no lo soltó; no se había desprendido de él desde hacía dos días, ni tan siquiera durante sus períodos de sueño, cada vez más escasos.
– Lo siento, Phil. Chef.
Andy le relató las circunstancias de la muerte de Sammy tal como se las habían contado a él, y concluyó con la reconfortante noticia de que «el bebé» estaba bien. (A pesar de su desesperación, Andy era una persona que siempre veía la botella medio llena.)
El Chef hizo un gesto de desdén con el mando del garaje al oír la noticia sobre el estado de Little Walter.
– ¿Se ha cargado a dos putos polis?
Andy se irguió al oír su reacción.
– Eran agentes de policía, Phil. Dos seres humanos. Ella estaba destrozada, no me cabe la menor duda, pero aun así es un acto reprochable. Debes retirar eso.
– ¿Que diga qué?
– No pienso permitir que insultes a nuestros policías.
El Chef meditó sobre ello.
– Sí, sí, vale, lo retiro.
– Gracias.
El Chef se inclinó desde su nada despreciable altura (fue como la reverencia de un esqueleto) y miró a Andy a la cara.
– Eres un cabrón muy valiente. ¿Verdad?
– No -respondió Andy, con sinceridad-. Lo que ocurre es que ya no me importa.
Al Chef le pareció ver algo que lo preocupó. Cogió a Andy del hombro.
– ¿Estás bien, hermano?
Andy rompió a llorar y se dejó caer en una silla bajo un cartel que decía: CRISTO VE TODOS LOS CANALES, CRISTO ESCUCHA TODAS LAS LONGITUDES DE ONDA. Apoyó la cabeza en la pared, bajo aquel siniestro lema, llorando como un niño al que han castigado por robar jamón. Era el hermano quien lo había hecho; ese hermano tan inesperado.
El chef cogió la silla del escritorio del director de la emisora y observó a Andy con la expresión de un naturalista que observa un animal exótico en plena naturaleza. Al cabo de un rato dijo:
– ¡Sanders! ¿Has venido aquí para que te matara?
– No -respondió Andy entre sollozos-. Quizá. Sí. No sé. Pero mi vida se ha ido al garete. Mi mujer y mi hija han muerto. Creo que Dios podría estar castigándome por vender esa mierda…
El Chef asintió.
– Es posible.
– … y estoy buscando respuestas. O el fin. O algo. Por supuesto, también quería contarte lo de tu mujer, es importante hacer lo correcto…
El Chef le dio una palmadita en el hombro.
– Y lo has hecho, hermano. Te estoy muy agradecido. No tenía mucha mano para la cocina, y tenía la casa como una pocilga, pero cuando iba colocada pegaba unos polvos de puta madre. ¿Qué tenía contra esos dos polis?
A pesar de su pena, Andy no tenía intención de mencionar la acusación de violación.
– Supongo que estaba disgustada por la Cúpula. ¿Sabes lo de la Cúpula, Phil, Chef?
El Chef volvió a hacer un gesto con la mano, al parecer en sentido afirmativo.
– Lo que dices sobre las metanfetaminas es correcto. Venderlas está mal. Es una afrenta. Pero fabricarlas… esa es la voluntad de Dios.
Andy dejó caer los brazos y miró al Chef con los ojos hinchados.
– ¿Eso crees? Porque no estoy muy seguro de que esté bien.
– ¿Alguna vez has tomado alguna?
– ¡No! -gritó Andy. Fue como si el Chef le hubiera preguntado si había mantenido relaciones sexuales con un cocker spaniel.
– ¿Te tomarías un medicamento si te lo recetara el médico?
– Bueno… sí, claro… pero…
– Las metanfetaminas son un medicamento. -El Chef lo miró con solemnidad, y le dio unos golpecitos en el pecho con el dedo para dar mayor énfasis a sus palabras. Bushey se había mordido las uñas y ahora le sangraban-. Las metanfetaminas son un medicamento. Dilo.
– Las metanfetaminas son un medicamento -repitió Andy en tono agradable.
– Así es. -El Chef se puso en pie-. Son un medicamento para la melancolía. Es de Ray Bradbury. ¿Has leído algo de él?
– No.
– Era un genio, joder. Sabía lo que decía. Escribió el mejor puto libro. Di aleluya. Ven conmigo. Voy a cambiarte la vida.
18
El primer concejal de Chester's Mills se dio a las metanfetaminas, como una rana a las moscas.