Читаем La Cúpula полностью

– Anoche había cinco, tres agentes de plantilla y dos de los nuevos. No han tenido ningún problema. Hoy solo habrá tres. Todos de los nuevos. Aubrey Towle (su hermano es el propietario de la librería, ya sabe), Todd Wendlestat y Lauren Conree.

– ¿Y convienes en que bastará solo con tres?

– ¿Eh?

– Que si estás de acuerdo, Carter. Convenir significa estar de acuerdo.

– Sí, me parece bien porque es de día.

No hizo una pausa para pensar en lo que tal vez desearía oír el jefe. A Rennie le gustó su actitud.

– Muy bien. Ahora escucha. Quiero que hables con Stacey Moggin esta mañana. Dile que llame a todos los agentes que tengamos en plantilla. Quiero que se presenten en el Food City esta tarde, a las siete. Voy a hablar con ellos.

De hecho, iba a pronunciar otro discurso, en esta ocasión sin cortapisas, a tumba abierta. Quería azuzarlos como a una jauría de perros.

– De acuerdo. -Carter tomó nota de ello en su libro de ayuda de campo.

– Y diles a todos que cada uno debe traer a un voluntario más.

Carter deslizó el lápiz mordisqueado por la lista.

– Ya tenemos… a ver… veintiséis.

– Tal vez no sean suficientes. Recuerda lo que ocurrió ayer por la mañana en el supermercado, y lo del periódico de Julia Shumway anoche. Somos nosotros o la anarquía, Carter. ¿Sabes lo que significa esa palabra?

– Hum, sí, señor. -Carter estaba casi seguro de que tenía algo que ver con un campo de tiro con arco, y supuso que su nuevo jefe le estaba diciendo que Chester's Mills podría convertirse en una galería de tiro o algo por el estilo si no controlaban la situación con mano dura-. Quizá deberíamos hacer una batida en busca de armas, o algo así.

Big Jim sonrió. Sí, era un chico encantador en muchos sentidos.

– Eso está en la orden del día, seguramente se llevará a cabo la semana que viene.

– Si la Cúpula sigue ahí. ¿Cree que será así?

– Lo creo. -Tenía que seguir. Aún quedaba mucho por hacer. Debía repartir de nuevo las reservas de propano por el pueblo. Debía borrar todos los rastros del laboratorio de metanfetaminas que había tras la emisora de radio. Además, y eso era crucial, aún no había alcanzado la grandeza. Aunque estaba en camino de lograrlo-. Mientras tanto, envía a un par de agentes, de los de plantilla, a los almacenes de Burpee para que confisquen todas las armas. Si Romeo pone alguna pega, que le digan que debemos mantenerlas fuera del alcance de los amigos de Dale Barbara. ¿Lo has entendido?

– Sí. -Carter tomó nota-. Enviaré a Denton y Wettington. ¿De acuerdo?

Big Jim frunció el entrecejo. Wettingon, la chica de los grandes pechos. No confiaba en ella. Seguramente era que no le gustaba ningún policía con pechos, las mujeres no podían tener lugar en un cuerpo de agentes de la ley, pero había algo más. Era el modo en que ella lo miraba.

– Freddy Denton sí, Wettington no. Tampoco Henry Morrison. Envía a Denton y a George Frederick. Diles que guarden las armas en la cámara acorazada de la comisaría.

– Vale.

Sonó el teléfono de Rennie y las arrugas de su frente se hicieron aún más profundas. Respondió a la llamada y dijo:

– Concejal Rennie.

– Hola, concejal. Soy el coronel James O. Cox. Estoy al mando del llamado Proyecto Cúpula. Me parece que ya es hora de que hablemos.

Big Jim se reclinó en la silla con una sonrisa en los labios.

– Pues diga usted, coronel, y que Dios le bendiga.

– Según la información que me ha llegado, han detenido al hombre designado por el presidente de Estados Unidos para asumir el mando de la situación en Chester's Mills.

– Es correcto, señor. El señor Barbara está acusado de asesinato. Se le imputan cuatro cargos. No creo que el presidente quiera que un asesino en serie esté al mando de la situación. Esa decisión no le beneficiaría demasiado en las encuestas.

– De modo que es usted quien está al mando ahora.

– Oh, no -replicó Rennie, que sonrió de oreja a oreja-. No soy más que un humilde segundo concejal. Andy Sanders es quien manda, y Peter Randolph, nuestro nuevo jefe de policía, como ya sabrá, fue el agente que lo detuvo.

– En otras palabras, tiene las manos limpias. Esa será su posición cuando la Cúpula desaparezca y empiece la investigación.

Big Jim se regodeó de la frustración que detectó en la voz de aquel puñetero. Ese hijo de la Gran Bretaña estaba acostumbrado a dar órdenes; el hecho de recibirlas era una nueva experiencia para él.

– ¿Por qué iba a tenerlas sucias, coronel Cox? Las placas de Barbara se encontraron en una de las víctimas. No creo que haya prueba más concluyente que esa.

– Ni conveniente.

– Llámelo como quiera.

– Si sintoniza cualquier canal de noticias por cable -dijo Cox-, verá que se están planteando interrogantes muy serios sobre la detención de Barbara, sobre todo en vista de su historial militar, que es ejemplar. También se están planteando interrogantes sobre su propio historial, que no es tan ejemplar.

– ¿Cree que todo eso me sorprende? A ustedes se les da muy bien manejar a los medios de comunicación a su antojo. Llevan haciéndolo desde Vietnam.

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