Por un momento, adulto y adolescente miraron sin decir nada el tajo de quince centímetros de la pantorrilla de Benny Drake. Limpio de suciedad y sangre, el corte tenía un aspecto desgarrado pero ya no era lo que se dice horrible. La alarma de la ciudad había dejado de sonar, pero a lo lejos aún se oían sirenas. Entonces oyeron la de los bomberos y los dos pegaron un bote.
Solo que la cara del chico estaba bastante blanca, y a Rusty le pareció verle lágrimas en los ojos.
– ¿Tienes miedo? -preguntó.
– Un poco -dijo Benny Drake-. Mi madre me va a castigar.
– ¿Eso es lo que te da miedo? -Porque él creía que a Benny Drake ya lo habían castigado unas cuantas veces. Como que a menudo, tío.
– Bueno… ¿cuánto va a dolerme?
Rusty había estado escondiendo la jeringuilla. En ese momento le inyectó tres centímetros cúbicos de xilocaína y epinefrina (un compuesto insensibilizador al que él llamaba novocaína). Se tomó su tiempo para anestesiar la herida y no hacerle al chico más daño del estrictamente necesario.
– Así, más o menos.
– Uau -dijo Benny-. Dese prisa, doctor. Código azul.
Rusty se rió.
– ¿Has conseguido hacer un
– Solo un
– No tantos -dijo Rusty. Conocía a Norrie, una minigótica cuya mayor aspiración parecía ser matarse con un
– Sí, tío, del todo. ¿No has oído algo así como un tiro ahí fuera? -Benny señaló vagamente hacia el sur mientras se sentaba en la camilla, en calzoncillos y sangrando sobre el papel que la cubría.
– Pues no -dijo Rusty.
En realidad había oído dos: no tiros sino, mucho se temía, explosiones. Tenía que acabar enseguida con aquello, y ¿dónde estaba el Mago? Según Ginny, haciendo la ronda. Lo cual seguramente significaba que se estaba echando una siesta en la sala de médicos del Cathy Russell. Allí era donde el Mago de Oz hacía casi todas sus rondas últimamente.
– ¿Lo sientes ahora? -Rusty volvió a apretar con la aguja-. No mires, mirar es trampa.
– No, tío, nada. La estás cagando conmigo.
– Que no. Estás dormido. -
– Genial -dijo el chico. Después-: Creo que a lo mejor devuelvo.
Rusty le pasó una palangana para vómitos, conocida en esas circunstancias como el plato de la pota.
– Vomita aquí. Si te desmayas, te quedas solo.
Benny no se desmayó. Tampoco devolvió. Rusty estaba aplicando unas gasas estériles sobre la herida cuando se oyeron unos golpes suaves en la puerta, a los que siguió la cabeza de Ginny Tomlinson.
– ¿Puedo hablar contigo un momento?
– Por mí no os preocupéis -dijo Benny-. Yo aquí estoy súper bien.
Menudo sinvergüenza.
– ¿En el pasillo, Rusty? -dijo Ginny. Ni siquiera miró al chico.
– Ahora mismo vuelvo, Benny. Quédate ahí sentado y tómatelo con calma.
– Rollo
Rusty siguió a Ginny al pasillo.
– ¿Toca ambulancia? -preguntó.
Detrás de Ginny, en la soleada sala de espera, la madre de Benny leía muy seria un libro de bolsillo con portada romántico-salvaje.
Ginny asintió.
– En la 119, en el límite municipal de Tarker´s. Hay otro accidente en el otro límite municipal, el de Motton, pero me han dicho que en ese todos los implicados son MA. -Muertos en el Acto-. Choque camión-avioneta. La avioneta intentaba aterrizar.
– ¿Me tomas el pelo?
Alva Drake miró en derredor, frunció el ceño y regresó a su libro de bolsillo. Al menos a mirarlo mientras se preguntaba si su marido la apoyaría en su decisión de castigar a Benny hasta que cumpliera los dieciocho.
– No es ninguna tomadura de pelo, es lo que ha pasado -dijo Ginny-. También me están llegando avisos de otras colisiones…
– Qué raro.
– … pero el tío del límite municipal de Tarker's sigue vivo. Un camión de reparto que ha volcado, creo. Andando, que es gerundio. Twitch te espera.
– ¿Acabas tú con el crío?
– Sí. Anda vete.
– ¿Y el doctor Rayburn?
– Tenía pacientes en el Stephens Memorial. -Ese era el hospital de Norway-South Paris-. Va de camino, Rusty. Ve para allá.