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Antes de salir se detuvo para decirle a la señora Drake que Benny estaba bien. Alva no pareció alegrarse demasiado de la noticia, pero le dio las gracias. Dougie Twitchell -Twitch- estaba sentado en el parachoques de la anticuada ambulancia que Jim Rennie y demás concejales seguían sin reemplazar; fumaba un cigarrillo y tomaba un poco el sol. Llevaba un walkie-talkie de radioaficionado que no dejaba de parlotear: voces que saltaban como palomitas de maíz y chocando unas contra otras.

– Tira esa papeleta para el sorteo de un cáncer de pulmón y pongámonos en marcha -dijo Rusty-. Sabes a dónde hay que ir, ¿verdad?

Twitch tiró la colilla. A pesar de su apodo -Twitch, «tic nervioso»-, era el enfermero más calmado que Rusty había conocido, y eso era mucho decir.

– Sé lo mismo que te ha dicho Gin-Gin: límite municipal Tarker's-Chester's, ¿no?

– Sí. Un camión volcado.

– Sí, bueno, pues los planes han cambiado. Tenemos que ir en la otra dirección. -Señaló al horizonte sur, donde se alzaba una espesa columna de humo negro-. ¿Nunca has deseado ver un accidente aéreo?

– Ya lo he visto -dijo Rusty-. En el servicio militar. Dos tipos. Podrías haber untado en una rebanada lo que quedó de ellos. Ya tuve bastante con eso, vaquero. Ginny dice que allí están todos muertos, así que ¿por qué…?

– Puede que sí, puede que no -dijo Twitch-, pero ahora también ha caído Perkins, y a lo mejor él no está muerto.

– ¿El jefe Perkins?

– El mismísimo. Me parece que si el marcapasos ha explotado y le ha abierto el pecho, que es lo que afirma Peter Randolph, el pronóstico no es bueno, pero es el jefe de la policía. Líder intrépido.

– Twitch. Colega. Un marcapasos no puede explotar. Es completamente imposible.

– Entonces a lo mejor sigue vivo y podemos hacer una buena acción -repuso Twitch. Mientras rodeaba el capó de la ambulancia, sacó el paquete de tabaco.

– No vas a fumar en la ambulancia -dijo Rusty.

Twitch lo miró con tristeza.

– A menos que compartas, claro.

Twitch suspiró y le pasó el paquete.

– Ah, Marlboro -dijo Rusty-. Los que más me gusta gorronear.

– Me parto contigo -dijo Twitch.

5

Cruzaron a toda velocidad el semáforo del centro del pueblo en el que la 117 desembocaba en la 119; con la sirena aullando, los dos fumando como posesos (con las ventanillas bajadas, que era el Procedimiento Operativo Estándar) y escuchando la cháchara de la radio. Rusty no pillaba gran cosa, pero había algo que tenía claro: le iba a tocar trabajar hasta muy pasadas las cuatro.

– Tío, no sé qué ha ocurrido -dijo Twitch-, pero esto es lo que hay: vamos a ver un auténtico accidente aéreo. Bueno, el después del accidente, cierto, pero no se puede tener todo.

– Twitch, eres un puto chacal.

Había mucho tráfico, sobre todo en dirección sur. Puede que algunos de esos tipos estuvieran realmente de camino a los recados que tuvieran que hacer, pero Rusty tenía la sensación de que la mayoría eran moscas humanas atraídas por el olor de la sangre. Twitch adelantó a cuatro de una vez sin ningún problema; el carril en dirección norte de la 119 estaba extrañamente vacío.

– ¡Mira! -dijo Twitch, señalando-. ¡Un helicóptero de la tele! ¡Saldremos en las noticias de las seis, Gran Rusty! Heroicos enfermeros luchan para…

Pero ahí terminó el vuelo imaginario de Dougie Twitchell. Por delante de ellos -en el lugar del accidente, supuso Rusty-, el helicóptero hizo un quiebro. Por un instante Rusty pudo leer el número 13 en un lateral y vio el ojo de la CBS. Después explotó y derramó una lluvia de fuego desde el cielo sin nubes de primera hora de la tarde.

– ¡Dios mío, lo siento! -exclamó Twitch-. ¡No lo decía en serio! -Y después, como un niño, destrozándole el corazón a Rusty aun a pesar de estar conmocionado-: ¡Lo retiro!

6

– Tengo que volver -dijo Gendron. Se quitó la gorra de los Sea Dogs y se limpió con ella el rostro ensangrentado, mugriento, pálido. La nariz se le había hinchado tanto que parecía el pulgar de un gigante. Sus ojos espiaban desde unos círculos oscuros-. Lo siento, pero me duele un huevo la napia y… bueno, ya no soy tan joven como antes. Además… -Alzó los brazos y los dejó caer. Estaban uno frente al otro; Barbie le habría dado un abrazo y una buena palmada en la espalda si hubiera sido posible.

– Estás hecho polvo, ¿eh? -preguntó.

Gendron respondió con una risotada.

– Ese helicóptero ha sido lo que me faltaba. -Y los dos miraron hacia la nueva columna de humo.

Barbie y Gendron habían seguido camino desde el accidente de la 117 después de asegurarse de que los testigos ya estaban pidiendo ayuda para Elsa Andrews, la única superviviente. Al menos ella no parecía muy malherida, aunque estaba claramente destrozada por la muerte de su amiga.

– Pues vuelve. Despacio. Tómate tu tiempo. Descansa cuando lo necesites.

– ¿Tú sigues?

– Sí.

– ¿Todavía crees que encontrarás el final de esto?

Barbie guardó silencio un momento. Al principio estaba seguro, pero a esas alturas…

– Eso espero -dijo.

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