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Era la hora del almuerzo en la escuela de primaria de East Street. Judy y Janelle Everett estaban sentadas al fondo del patio con su amiga Deanna Carver, que tenía seis años, de modo que encajaba a la perfección entre ambas hermanas en lo que respecta a la edad. Deanna llevaba un pequeño brazalete azul en la manga izquierda de su camiseta. Había insistido para que Carrie se lo atara antes de ir a la escuela, para ser igual que sus padres.

– ¿Para qué es? -le preguntó Janelle.

– Significa que me gusta la policía -dijo Deanna, que siguió masticando su Fruit Roll-Up.

– Quiero uno -dijo Judy-, pero amarillo. -Pronunció esta palabra con mucho cuidado. Una vez, cuando era más pequeña, dijo «amalilo» y Jannie se rió de ella.

– De color amarillo no hay -dijo Deanna-, solo azul. Estos Roll-Up están buenos. Ojalá tuviera un millón.

– Engordarías mucho -dijo Janelle-. Explotarías.

Las niñas se rieron y luego permanecieron en silencio un rato, mientras observaban a los niños mayores. Las hermanas mordisqueaban sus galletitas saladas caseras untadas con mantequilla de cacahuete. Algunas chicas jugaban al tejo. Los chicos trepaban por una estructura con forma de puente colgante, y la señorita Goldstone empujaba a las gemelas Pruitt en los columpios. La señora Vanedestine había organizado un partido de kickball.

Janelle pensó que todo parecía bastante normal, pero no era así. Nadie gritaba, nadie lloraba por un rasguño en la rodilla, Mindy y Mandy Pruitt no le suplicaban a la señorita Goldstone que admirara sus peinados a juego. Parecía que todo el mundo se limitaba a fingir que era la hora del almuerzo, incluso los adultos. Y todo el mundo, incluida ella, lanzaba miradas furtivas hacia el cielo, que debería haber sido azul y no lo era, del todo.

Sin embargo, lo peor no era nada de eso. Lo peor era, desde el inicio de los primeros ataques, la agobiante certeza de que iba a suceder algo malo.

Deanna dijo:

– Iba a disfrazarme de Sirenita en Halloween, pero ahora ya no. No voy a ir de nada. No quiero salir. Halloween me da miedo.

– ¿Has tenido una pesadilla? -le preguntó Janelle.

– Sí. -Deanna le ofreció su Fruit Roll-Up-. ¿Lo quieres? No tengo tanta hambre como creía.

– No -respondió Janelle, que ni tan siquiera quería el resto de su galletita con mantequilla de cacahuete, lo que era muy poco habitual en ella. Y Judy solo había comido la mitad de la suya. Janelle recordó que en una ocasión vio cómo Audrey arrinconaba a un ratón en el garaje de casa. Recordó que Audrey ladró, se abalanzó sobre el ratón cuando este intentó escabullirse. Aquello la entristeció y llamó a su madre para que se llevara a Audrey y no pudiera comerse el ratoncito. Su madre se rió, pero lo hizo.

Ahora ellas eran los ratones. Jannie había olvidado gran parte de los sueños que había tenido durante los ataques, pero eso aún lo recordaba.

Ahora eran ellas las que estaban arrinconadas.

– Me quedaré en casa y ya está -dijo Deanna. Tenía una lágrima en el ojo izquierdo, brillante, límpida y perfecta-. Me quedaré en casa durante todo Halloween. No vendré ni a la escuela. No. Nadie me obligará.

La señora Vanedestine dejó el partido de kickball e hizo sonar el timbre para que todos regresaran a la clase, pero al principio ninguna de las tres niñas se levantó.

– Ya es Halloween -dijo Judy-. Mira. -Señaló al otro lado de la calle, en dirección al porche de los Wheelers, donde había una calabaza-. Y mira. -Esta vez señaló un par de fantasmas de cartulina que flanqueaban las puertas de la oficina de correos-. Y mira.

Señaló el jardín de la biblioteca, donde había un muñeco de peluche que había puesto Lissa Jamieson. Sin duda lo había hecho con intención de que fuera algo divertido, pero a menudo lo que divierte a los adultos asusta a los niños, y Janelle pensó que tal vez el muñeco del jardín de la biblioteca iría a hacerle una visita esa misma noche mientras permanecía tumbada en la oscuridad y esperaba a quedarse dormida.

La cabeza estaba hecha con un saco de arpillera y los ojos eran unas cruces blancas de hilo. El sombrero era como el que llevaba el gato en el cuento del Dr. Seuss. Tenía palas de jardinero a manera de manos (Unas manos malas, viejas y que todo lo agarran, pensó Janelle) y una camiseta con una inscripción. No entendía lo que significaba, pero era capaz de leerlo: SWEETHOME ALABAMA PLAY THAT DEAD BAND SONG.

– ¿Lo ves? -Judy no lloraba, pero tenía los ojos muy abiertos y una expresión muy seria; era una mirada consciente de un pensamiento demasiado complejo y oscuro para expresarlo-. Ya es Halloween.

Janelle cogió a su hermana de la mano y la puso en pie.

– No, aún no -la rectificó… pero tenía miedo de que sí lo fuera. Iba a suceder algo malo, algo relacionado con el fuego. Nada de golosinas o sustos. Sustos feos. Sustos malos.

– Vámonos adentro -les dijo a Judy y a Deanna-. A cantar canciones y eso. Será bonito.

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