– ¿Rennie? ¿Está ahí?
– Estoy aquí. -Y también su corazón, aunque distaba mucho de encontrarse en la mejor situación posible-. ¿Cómo ha sucedido? ¿Cómo es posible? Creía que habían advertido a todo el mundo.
– No estamos seguros y no podremos estarlo hasta que recuperemos la caja negra, pero tenemos una teoría bastante plausible. Emitimos una directriz para avisar a todas las compañías aéreas comerciales de que se alejaran de la Cúpula, que se encuentra en la ruta habitual del 179. Creemos que alguien se olvidó de reprogramar el piloto automático. Tan sencillo como eso. En cuanto tengamos información más detallada se la transmitiremos, pero ahora mismo lo importante es sofocar cualquier estallido de pánico antes de que este se extienda.
Sin embargo, en ciertas circunstancias, el pánico podía ser algo bueno. En ciertas circunstancias, podía -como los disturbios por la comida o los incendios provocados- tener un efecto beneficioso.
– Ha sido una estupidez a gran escala, pero aun así no deja de ser un simple accidente -dijo Cox-. Asegúrese de que la gente de Chester's Mills lo sabe.
El corazón de Rennie se estremeció como un pedazo de carne al caer sobre una plancha caliente, recuperó un ritmo más normal, y luego se estremeció de nuevo. Big Jim apretó el botón rojo para colgar el teléfono sin responder a Cox y se guardó el móvil en el bolsillo. Entonces miró a Al.
– Necesito que me lleves al hospital -dijo con toda la calma de que fue capaz-. Tengo ciertas molestias.
Al, que llevaba un brazalete de solidaridad, parecía más alarmado que nunca.
– Por supuesto, Jim. Quédate ahí sentado mientras voy a por mi coche. No podemos permitir que te ocurra nada. El pueblo te necesita.
– Encuentra a Carter Thibodeau y dile que se reúna conmigo en el Cathy Russell. Quiero tenerlo cerca.
Quería dar más instrucciones, pero el corazón se le detuvo por completo. Por un instante que se hizo eterno, se abrió a sus pies un abismo claro y negro. Rennie dio un grito ahogado y se golpeó
en
el pecho. El corazón latió desbocado. Pensó:
20
– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Norrie con voz aguda e infantil, y acto seguido se respondió a sí misma-: Ha sido un avión, ¿verdad? Un avión lleno de gente. -Rompió a llorar. Los chicos intentaron contener sus propias lágrimas, pero no pudieron. A Rommie también le entraron ganas de llorar.
– Sí -dijo-. Creo que eso es lo que ha sido.
Joe se volvió para mirar hacia la camioneta, que ahora se dirigía hacia ellos. Al llegar al pie de la cresta aceleró, como si Rusty tuviera mucha prisa. Cuando llegó junto a ellos y salió del vehículo, Joe vio que tenía otro motivo para ir tan rápido: no llevaba el delantal de plomo.
Antes de que Rusty pudiera decir algo, sonó su móvil. Lo abrió, miró el número y contestó la llamada. Creía que sería Ginny, pero era el recién llegado, Thurston Marshall.
– Sí, ¿qué? Si es por el avión, lo he visto… -Escuchó, torció el gesto y asintió-. De acuerdo, sí. Vale. Voy ahora. Dile a Ginny o a Twitch que le den dos miligramos de Valium por vía intravenosa. No, mejor que sean tres. Y dile que se calme. Es algo ajeno a su naturaleza, pero dile que lo intente. A su hijo dadle cinco miligramos.
Colgó el teléfono y miró a sus compañeros.
– Los dos Rennie están en el hospital, el padre con una arritmia; las había padecido antes. Ese estúpido necesita un marcapasos desde hace dos años. Thurston dice que el hijo muestra los síntomas propios de un glioma. Espero que se equivoque.
Norrie volvió hacia Rusty su rostro surcado de lágrimas. Tenía un brazo alrededor de Benny Drake, que se estaba secando los ojos con afán. Cuando Joe se puso al otro lado de la chica, ella también lo abrazó.
– Eso es un tumor cerebral, ¿verdad? -preguntó Norrie-. Y de los malignos.
– Cuando afectan a chicos de la edad de Junior, la mayoría son malignos.
– ¿Qué has encontrado ahí arriba? -preguntó Rommie.
– ¿Y qué le ha pasado a su delantal? -preguntó Benny.
– He encontrado lo que Joe creía que encontraría.
– ¿El generador? -preguntó Rommie-. Doc, ¿estás seguro?
– Sí. No se parece a nada que haya visto antes. Y estoy convencido de que nadie en toda la Tierra ha visto algo así.
– Es un objeto de otro planeta -dijo Joe en voz tan baja que pareció un susurro-. Lo sabía.
Rusty le lanzó una mirada seria.
– No puedes hablar del tema. Ninguno de nosotros debe hacerlo. Si os preguntan, decid que hemos estado buscando y no hemos encontrado nada.
– ¿Ni tan siquiera a mi madre? -preguntó Joe en tono lastimero.