Sonó el móvil de Big Jim, que consultó la pantalla y estuvo a punto de dejarlo sonar hasta que saltara el buzón de voz, pero después pensó:
– Aquí Rennie. ¿Qué quiere, coronel Cox?
Escuchó, y su sonrisa se desvaneció un poco.
– ¿Cómo sé yo que me está diciendo la verdad sobre eso?
Escuchó un poco más, después colgó sin despedirse. Se quedó allí sentado un momento, con el entrecejo fruncido, procesando lo que había oído. Después levantó la cabeza y le habló a Randolph.
– ¿Tenemos un contador Geiger? ¿Tal vez en el refugio nuclear?
– Caray, pues no lo sé. Al Timmons seguramente lo sabrá.
– Búscalo y dile que lo compruebe.
– ¿Es importante? -preguntó Randolph y, al mismo tiempo, Carter añadió:
– ¿Es radiación, jefe?
– No es nada de lo que haya que preocuparse -dijo Big Jim-. Como diría Junior, solo intenta hacerme alucinar un poco. Estoy convencido. De todas formas, comprueba lo de ese contador Geiger. Si tenemos uno y todavía funciona, tráemelo.
– Está bien -dijo Randolph con cara de susto.
Big Jim deseó entonces haber dejado que el buzón de voz contestara a la llamada. O haber tenido la boca cerrada. Searles era capaz de soltarlo por ahí y hacer correr el rumor. Puñetas, incluso Randolph era capaz. Y seguramente no sería nada, solo ese dichoso coronel chusquero con sombrero de hojalata que intentaba estropearle un buen día. El día más importante de su vida, quizá.
Por lo menos Freddy Denton seguía concentrado en el asunto que se traían entre manos.
– ¿A qué hora quiere que asaltemos la emisora de radio, señor Rennie?
Big Jim hizo un repaso mental de lo que sabía sobre el programa del día de Visita, después sonrió. Fue una sonrisa genuina que alegró su morro ligeramente grasiento y dejó ver sus diminutos dientes.
– A las doce en punto. A esa hora todo el mundo estará asomando las narices por la carretera 119 y el pueblo se habrá quedado vacío. Entrad ahí, y sacad a esos puñeteros que han acaparado nuestro propano, cuando el sol esté en lo más alto. Como en esos westerns antiguos.
6
A las once y cuarto de ese jueves por la mañana, la furgoneta del Sweetbriar Rose traqueteaba por la 119 en dirección sur. Al día siguiente, la carretera estaría bloqueada por los coches y apestaría a humo de tubo de escape, pero en ese momento estaba inquietantemente desierta. La que conducía era la propia Rose. Ernie Calvert ocupaba el asiento del acompañante. Norrie iba sentada entre ambos, encima del compartimiento del motor, aferrada a su tabla de
– El aire huele fatal -dijo Norrie.
– Es el Prestile, cielo -afirmó Rose-. Donde antes cruzaba hacia Motton se ha convertido en un enorme pantano apestoso. -Sabía que era algo más que el simple hedor del río moribundo, pero no lo dijo. Tenían que respirar, así que de nada servía preocuparse por lo que pudieran estar inhalando-. ¿Has hablado con tu madre?
– Sí -respondió Norrie con desánimo-. Vendrá, aunque la idea no le entusiasma.
– ¿Traerá toda la comida que tenga cuando llegue el momento?
– Sí. En el maletero de nuestro coche. -Lo que Norrie no añadió fue que Joanie Calvert cargaría primero toda la bebida que tenía guardada; las provisiones alimentarias tendrían un papel secundario-. ¿Qué haremos con la radiación, Rose? No podemos forrar con lámina de plomo todos los coches que suban allí.
– Si la gente sube solo una o dos veces, no les pasará nada. -Rose lo había corroborado por sí misma buscando en internet. También había descubierto que la seguridad, en casos de radiación, dependía de la fuerza de los rayos, pero no veía qué sentido tenía preocuparse por cosas que no podían controlar-. Lo importante es limitar la exposición… y Joe dice que el cinturón no es muy ancho.
– La madre de Joey no querrá venir -dijo Norrie.
Rose suspiró. Eso ya lo sabía. El día de Visita era una bendición a medias. Les serviría para encubrir su marcha, pero todos aquellos que tenían familiares al otro lado querrían ir a verlos.
Por delante se veía ya Coches de Ocasión Jim Rennie con su gran cartel: ¡CON BIG JIM TODOS A MIL! ¡PÍDANOS CRÉDITO!
– Recordad… -empezó a decir Ernie.
– Ya lo sé -dijo Rose-. Si vemos a alguien, damos la vuelta en la entrada y regresamos al pueblo.