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Se acercó un poco más a la puerta de la cocina. Estaba abierta y calzada con una cuña, y Joe vio a su madre y a Jackie Wettington, que ese día vestía una blusa y unos tejanos desvaídos en lugar del uniforme. Si hubieran levantado la mirada lo habrían visto. Joe no tenía ninguna intención de escucharlas a escondidas; eso no molaba nada, y menos si su madre estaba disgustada. Pero por el momento las dos mujeres simplemente se miraban. Estaban sentadas a la mesa de la cocina. Jackie tenía las manos de Claire entre las suyas. Joe vio los ojos húmedos de su madre y eso hizo que le entraran ganas de llorar a él también.

– No puedes -estaba diciendo Jackie-. Ya sé que quieres, pero no puedes. No, si esta noche las cosas salen tal como se supone que han de salir.

– ¿No puedo al menos llamarle y decirle por qué no estaré allí? ¡O escribirle un correo electrónico! ¡Podría hacer eso!

Jackie dijo que no con la cabeza. Su expresión era amable pero firme.

– Él podría explicárselo a alguien, y lo que dijera podría llegar a oídos de Rennie. Si Rennie se huele algo antes de que saquemos a Barbie y a Rusty de ahí, todo podría acabar en un completo desastre.

– Si le digo que no se lo cuente absolutamente a nadie…

– Pero, Claire, ¿no lo ves? Hay demasiado en juego. Las vidas de dos hombres. Y las nuestras también. -Hizo una pausa-. La de tu hijo.

Los hombros de Claire se hundieron, después volvió a enderezarse.

– Entonces, llévate a Joe. Yo iré después del día de Visita. Rennie no sospechará de mí; no conozco de nada a Dale Barbara, y a Rusty tampoco, salvo de saludarlo por la calle. Siempre he ido a la consulta del doctor Hartwell, en Castle Rock.

– Pero Joe sí conoce a Barbie -dijo Jackie con paciencia-. Joe fue el que preparó la conexión de vídeo cuando dispararon el misil. Y Big Jim lo sabe. ¿No crees que podría detenerte e interrogarte hasta que le dijeras adonde ha ido?

– No se lo diría -dijo Claire-. No se lo diría nunca.

Joe entró en la cocina. Claire se enjugó las lágrimas de las mejillas e intentó sonreír.

– Ah, hola, cariño. Solo estábamos hablando del día de Visita y…

– Mamá, puede que no solo te interrogue -dijo Joe-. Puede que te torture.

Claire parecía perpleja.

– ¡Oh, cómo va a hacer eso! Ya sé que no es un hombre agradable, pero es uno de los concejales del pueblo, al fin y al cabo, y…

– Era concejal del pueblo -dijo Jackie-. Ahora está haciendo méritos para convertirse en emperador. Y, tarde o temprano, todo el mundo habla. ¿Quieres que Joe esté en algún lugar imaginándose cómo te arrancan las uñas?

– ¡Basta ya! -exclamó Claire-. ¡Eso es horrible!

Jackie no le soltó las manos cuando Claire intentó liberarlas.

– Es todo o nada, y ya es demasiado tarde para que sea nada. Esto está en marcha y nosotros tenemos que movernos al mismo ritmo que todo lo demás. Si Barbie se escapara solo, sin ayuda por nuestra parte, puede que Big Jim lo dejara marchar. Porque todo dictador necesita a su hombre del saco. Pero no lo hará él solo, ¿verdad? Y eso quiere decir que intentará encontrarnos, y eliminarnos.

– Ojalá no me hubiera metido nunca en esto. Ojalá no hubiera ido a esa reunión y no hubiera dejado ir a Joe.

– ¡Pero tenemos que pararle los pies! -protestó Joe-. ¡El señor Rennie está intentando convertir Mills en, bueno, en un estado policial!

– ¡Yo no puedo pararle los pies a nadie! -dijo Claire, casi gimiendo-. ¡Soy una maldita ama de casa!

– Por si te sirve de consuelo -dijo Jackie-, seguramente tenías ya billete para este viaje desde que los niños encontraron la caja.

– Eso no es un consuelo. No lo es.

– En cierto modo, incluso tenemos suerte -siguió diciendo Jackie-. No hemos arrastrado a demasiados inocentes a esto, al menos por el momento.

– Rennie y su fuerza policial nos encontrarán de todas formas -dijo Claire-. ¿Es que no lo sabes? Este pueblo no es más que el que es.

Jackie sonrió con amargura.

– Para entonces seremos más. Y tendremos más armas. Y Rennie lo sabrá.

– Tenemos que ocupar la emisora de radio lo antes posible -dijo Joe-. La gente tiene que oír la otra parte de la historia. Tenemos que retransmitir la verdad.

A Jackie se le encendió la mirada.

– ¡Esa es una idea fantástica, Joe!

– Ay, Dios mío -dijo Claire. Y se tapó la cara con las manos.

8

Ernie aparcó la furgoneta de la compañía telefónica en el cargadero de Almacenes Burpee. Ahora soy un delincuente, pensó. Y mi nieta de doce años es mi cómplice. ¿O ya tiene trece? No importaba; no creía que Peter Randolph fuera a tratarla como a una menor si los pillaban.

Rommie abrió la puerta, vio que eran ellos y salió al muelle de carga con pistolas en las dos manos.

– ¿Habéis tenido algún problema?

– Todo suave como la seda -dijo Ernie mientras subía los escalones del muelle de carga-. No hay nadie en las carreteras. ¿Tienes más armas?

– Pues sí. Unas cuantas. Dentro, detrás de la puerta. Ayude usted también, señorita Norrie.

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