Читаем La Cúpula полностью

Norrie cogió dos rifles y se los pasó a su abuelo, que los metió en la parte de atrás de la furgoneta. Rommie salió con una carretilla en la que había una docena de rollos de lámina de plomo.

– No tenemos por qué cargar esto ahora mismo -dijo-. Solo cortaré algunos trozos para las ventanas. El parabrisas lo cubriremos cuando lleguemos allí. Dejaremos una rendija -«guendija»- para poder ver, como en un viejo tanque alemán, y poder conducir. Norrie, mientras Ernie y yo hacemos esto, ve a ver si puedes sacar esa otra carretilla. Si no puedes, déjalo y ya iremos después por ella.

La otra carretilla estaba cargada de cajas de cartón con provisiones, la mayoría era comida enlatada o sobres de concentrado especiales para excursionistas. Había una caja llena de sobres de bebida en polvo de ocasión. La carretilla pesaba, pero en cuanto consiguió moverla rodó fácilmente. Frenarla era otra cosa; si Rommie no se hubiera apartado de donde estaba, junto a la parte de atrás de la furgoneta, la carretilla podría haberlo tirado del cargadero.

Ernie había terminado de tapar las pequeñas ventanillas traseras de la furgoneta robada con trozos de lámina de plomo y una generosa aplicación de cinta adhesiva. Se limpió la frente y dijo:

– Corremos un riesgo de aúpa, Burpee. Estamos organizando una condenada comitiva hacia el campo de los McCoy.

Rommie se encogió de hombros y luego empezó a cargar cajas de provisiones y a apilarlas contra las paredes de la furgoneta, dejando el centro vacío para los pasajeros. En la parte de atrás de su camisa empezó a crecer un árbol de sudor.

– Lo único que nos queda es esperar que, si lo hacemos deprisa y sin armar barullo, la gran asamblea nos cubrirá. No tenemos muchas más opciones.

– ¿Julia y la señora McClatchey también pondrán plomo en las ventanillas de sus coches? -preguntó Norrie.

– Sí. Esta tarde. Yo las ayudaré, y luego tendrán que dejarlos aparcados detrás de la tienda. No pueden pasearse por el pueblo con las ventanillas recubiertas de plomo, la gente haría preguntas.

– ¿Y tu Escalade? -preguntó Ernie-. Ese coche se tragará el resto de las existencias sin soltar un solo eructo. Tu mujer podría sacarlo de ca…

– Misha no quiere venir -dijo Rommie-. No quiere saber nada de todo esto. Se lo he pedido, lo he intentado todo menos ponerme de rodillas y suplicarle, pero es como si estuviera en el salón de casa oyendo llover. Supongo que yo ya lo sabía, porque no le he contado más que lo que ella misma ya sabía… lo cual no es mucho, aunque no le evitará problemas si Rennie va a buscarla. Pero ella no quiere darse cuenta.

– ¿Por qué no? -preguntó Norrie con los ojos muy abiertos, sin darse cuenta de que la pregunta podía ser impertinente hasta después de haberla soltado y ver el ceño de su abuelo.

– Porque es un cielito muy tozudo. Le he dicho que a lo mejor le hacen daño. «Que lo intenten», ha dicho. Así es mi Misha. Bueno, puñetas. Si más adelante tengo ocasión, a lo mejor me acerco de extranjis a ver si ha cambiado de idea. Dicen que las mujeres siempre tienen derecho a cambiar de opinión en el último momento. Vamos, hay que meter alguna caja más. Y no tapes las armas, Ernie. A lo mejor las necesitamos.

– No puedo creer que te haya metido en esto, pequeña -dijo Ernie.

– No pasa nada, abuelo. Prefiero estar dentro que fuera. -Y al menos eso era cierto.

9

BONK. Silencio.

BONK. Silencio.

BONK. Silencio.

Ollie Dinsmore estaba sentado con las piernas cruzadas a poco más de un metro de la Cúpula con su mochila de boy scout junto a él. La mochila estaba llena de piedras que había recogido a la entrada de su casa; estaba de hecho tan llena que había llegado hasta allí tambaleándose más que caminando, pensando que el fondo de lona cedería, se abriría y esparciría su munición. Pero eso no había sucedido, y allí estaba él. Escogió otra piedra, una bonita y lisa, pulida por algún antiguo glaciar, y la lanzó por encima de su cabeza contra la Cúpula, donde chocó contra lo que parecía ser solo aire y rebotó. Ollie la recogió y volvió a tirarla.

BONK. Silencio.

Pensó que la Cúpula tenía un punto bueno. Puede que fuera la causa por la que su hermano y su madre habían muerto, pero, por el buen Dios todopoderoso, con una carga de munición había suficiente para todo el día.

Boomerangs de piedra, pensó, y sonrió. Fue una sonrisa sincera, pero con lo delgada que tenía la cara le dio un aspecto horrible. No había comido demasiado, y pensaba que pasaría una buena temporada antes de que volviera a tener ganas de comer. Oír un tiro y luego encontrar a tu madre en el suelo, junto a la mesa de la cocina, con el vestido subido, enseñando las bragas y con media cabeza reventada… una cosa así no contribuía demasiado a abrir el apetito de un niño.

BONK. Silencio.

Перейти на страницу:

Похожие книги