Читаем La Cúpula полностью

– Voy a sacar del garaje el cristiano camión de Comida Sobre Ruedas y lo aparcaré al otro lado del edificio de suministros. Puedo apostarme detrás de él y así tendré una visión clara del bosque. -Se hace con el GUERRERO DE DIOS. Las granadas sujetas al rifle oscilan y se balancean-. Cuanto más lo pienso, más seguro estoy de que es por ahí por donde vendrán. Hay un camino de acceso. Seguramente han pensado que no lo conozco, pero… -sus rojos ojos brillan-… el Chef sabe más de lo que la gente cree.

– Ya lo sé. Te quiero, Chef.

– Gracias. Yo también te quiero. Si vienen por el bosque, esperaré a que salgan a campo abierto y entonces los segaré como si fueran espigas de trigo en época de cosecha. Pero no podemos jugárnoslo todo a una sola carta. Así que quiero que vayas a la parte de delante, donde estuvimos el otro día. Si alguno viene por ahí…

Andy levanta a CLAUDETTE.

– Eso es, Sanders. Pero no te precipites. Deja salir a todos los que puedas antes de empezar a disparar.

– Así lo haré. -A veces Andy tiene la sensación de que está viviendo un sueño; esta es una de esas veces-. Como si fueran espigas de trigo en época de cosecha.

– Sí, en verdad te digo. Pero escucha, porque esto es importante, Sanders. No salgas enseguida si oyes que he empezado a disparar. Y yo no saldré enseguida si te oigo empezar a ti. Podrían descubrir que no estamos juntos, ese truco ya me lo sé. ¿Sabes silbar?

Andy se mete un par de dedos en la boca y profiere un silbido penetrante.

– Eso está muy bien, Sanders. Asombroso, de hecho.

– Aprendí a hacerlo en primaria. -Y no añade: Cuando la vida era mucho más sencilla.

– No lo hagas a menos que estés en peligro de caer. Entonces acudiré. Y, si tú me oyes silbar a mí, vente corriendo como un condenado para reforzar mi posición.

– Vale.

– Sellémoslo con un cigarrillo, Sanders, ¿qué me dices?

Andy secunda la moción.

En Black Ridge, junto al campo de manzanos de McCoy, las siluetas de diecisiete exiliados del pueblo se recortan en el horizonte emborronado como indios en un western de John Ford. La mayoría contemplan en fascinado silencio el mudo desfile de personas que avanza por la carretera 119. Están a casi diez kilómetros de distancia, pero es tal la muchedumbre que es imposible no verla.

Rusty es el único que se ha fijado en algo que queda más cerca y que le llena de un alivio tan grande que parece cantar en su interior. Una furgoneta Odyssey plateada se acerca a toda velocidad por Black Ridge Road. Cuando el vehículo se aproxima a la linde del bosque y el cinturón de luz, que ahora vuelve a ser invisible, Rusty aguanta la respiración. Ha llegado el momento de pensar en lo horrible que sería que quienquiera que vaya conduciendo (supone que es Linda) perdiera el conocimiento y el monovolumen se estrellara, pero pasan enseguida el punto de mayor peligro. Puede que se haya producido un ligerísimo viraje, pero Rusty sabe que hasta eso podrían haber sido imaginaciones suyas. Pronto habrán llegado.

Todos ellos se encuentran unos noventa metros a la izquierda de la caja; aun así, a Joe McClatchey le parece sentirla: una pequeña pulsación que se hunde en su cerebro cada vez que destella esa luz color lavanda. Tal vez solo sea su mente, que le juega una mala pasada, pero no lo cree.

Barbie está junto a él, rodeando con el brazo a la señorita Shumway. Joe le da unos golpecitos en el hombro y dice:

– Esto me da mala espina, señor Barbara. Toda ese gente reunida. Me pone los pelos de punta.

– Sí -dice Barbie.

– Nos están observando. Los cabeza de cuero. Los siento.

– Yo también -dice Barbie.

– Y yo -añade Julia con una voz tan débil que apenas se oye.

En la sala de plenos del ayuntamiento, Big Jim y Carter Thibodeau miran en silencio cómo la pantalla dividida de la televisión da paso a un plano tomado a nivel del suelo. Al principio la imagen aparece entrecortada, como el vídeo de un tornado que se acerca o los instantes inmediatamente posteriores a la explosión de un coche bomba. Se ve el cielo, gravilla, pies que corren. Alguien farfulla: «¡Vamos, deprisa!».

Wolf Blitzer dice:

«Ya ha llegado el camión de la prensa. Está claro que van todo lo deprisa que pueden, pero seguro que en un momento… sí. Madre mía, miren eso.»

La imagen de la cámara se estabiliza y enfoca a los cientos de habitantes de Chester's Mills que esperan en la Cúpula justo cuando todos se ponen en pie. Es como ver a un gran grupo de fieles levantándose tras sus oraciones al aire libre. Los de más atrás empujan contra la Cúpula a los que están delante; Big Jim ve narices, mejillas y labios aplastados, como si los vecinos estuvieran apretados contra una pared de cristal. Siente un momento de vértigo y entonces comprende por qué: es la primera vez que lo está viendo desde el exterior. Por primera vez toma conciencia de la enormidad y la realidad del asunto. Por primera vez está asustado de verdad.

Tenuemente, algo amortiguado por la Cúpula, llega el sonido de unos disparos de pistola.

Перейти на страницу:

Похожие книги