«Creo que oigo un tiroteo -dice Wolf-. Anderson Cooper, ¿has oído tiros? ¿Qué está sucediendo?»
Tenuemente, como el sonido de una llamada por teléfono vía satélite que llega desde lo más profundo del
«Wolf, todavía no hemos llegado, pero tengo un pequeño monitor y parece que…»
«Ahora lo veo -dice Wolf-. Parece ser…»
– Es Morrison -dice Carter-. Ese tío tiene agallas, solo digo eso.
– A partir de mañana está despedido -contesta Big Jim.
Carter lo mira levantando las cejas.
– ¿Por lo que dijo anoche en la asamblea?
Big Jim lo señala con un dedo.
– Sabía que eras un chico listo.
En la Cúpula, Henry Morrison no está pensando en la asamblea de anoche, ni en ser valiente, ni siquiera en cumplir con su deber; está pensando que la gente se va a aplastar contra la Cúpula si no hace algo, y deprisa. Así que dispara su pistola al aire. Imitando su ejemplo, muchos otros policías (Todd Wendlestat, Ranee Conroy y Joe Boxer) hacen lo propio.
Las voces que gritan (y los alaridos de dolor de la gente de las primeras filas, que está quedando aplastada) dan paso a un silencio de estupefacción. Henry hace uso de su megáfono:
– ¡DISPÉRSENSE! ¡DISPÉRSENSE, MALDITA SEA! ¡HAY SITIO PARA TODOS, SOLO TIENEN QUE SEPARARSE UN POCO, JODER!
Ese reniego tiene entre ellos un efecto más aleccionador que los disparos, y aunque los más tozudos se quedan en la carretera (Bill y Sarah Allnut son algunos de los más destacados; al igual que Johnny y Carrie Carver), los demás empiezan a repartirse a lo largo de la Cúpula. Algunos van hacia la derecha, pero la mayoría se desplaza hacia la izquierda, al campo de Alden Dinsmore, donde resulta más fácil avanzar. Henrietta y Petra están entre ellos, tambaleándose un poco a causa de las generosas dosis de «Bomba de Canadá Dry».
Henry enfunda su arma y les dice a los demás agentes que hagan lo mismo. Wendlestat y Conroy obedecen, pero Joe Boxer continúa empuñando su 38 de nariz respingona: una Saturday-Night Special, si la vista no engaña a Henry.
– Oblígame -dice con sorna, y Henry piensa:
Muchos de los que han preferido no acercarse a la Cúpula (una cantidad inquietante de personas se han quedado en el pueblo porque empiezan a tener problemas respiratorios) lo pueden ver por televisión. Treinta o cuarenta han ido al Dipper's. Tommy y Willow Anderson están en la Cúpula, pero han dejado el bar abierto y la gran pantalla de televisión encendida. Todos los que se han reunido sobre el suelo de madera del local para ver la tele están tranquilos, aunque algunos lloran. Las imágenes de la pantalla de alta resolución son muy nítidas. Son desoladoras.
Ellos no son los únicos a quienes afecta la visión de ochocientas personas repartidas a lo largo de una barrera invisible, algunas con las manos plantadas en lo que parece no ser más que aire. Wolf Blitzer dice:
«Nunca había visto tanta nostalgia en unos rostros humanos. Yo… -Se queda sin voz-. Creo que será mejor dejar que las imágenes hablen por sí mismas.»
Se queda callado, y eso está bien. La escena no necesita comentarios.
En la rueda de prensa, Cox había dicho: «Los visitantes podrán acercarse a dos metros de la Cúpula. Consideramos que se trata de una distancia segura». No es eso lo que sucede, por supuesto. En cuanto las puertas de los autobuses se abren, la gente baja en tropel gritando los nombres de sus seres queridos. Algunos se caen y son pisoteados con fuerza (en esa estampida, una persona morirá y catorce resultarán heridas, media docena de ellas de gravedad). Los soldados que intentan hacer respetar la zona muerta de delante de la Cúpula son arrollados y se hacen a un lado. Las cintas amarillas de PROHIBIDO EL PASO caen y desaparecen en el polvo que levantan los pies al correr. La marabunta de recién llegados avanza y se extiende por su lado de la Cúpula, la mayoría llorando y todos llamando a su esposa, marido, abuelo, hijo, hija, prometido. Cuatro personas han mentido acerca de sus aparatos médicos electrónicos o no se han acordado de ellos. Tres de esas personas mueren inmediatamente; la cuarta, un hombre que no ha visto en la lista de dispositivos prohibidos su audífono implantado (que funciona a pilas), pasará una semana en coma y fallecerá a causa de hemorragias cerebrales múltiples.