Читаем La Cúpula полностью

– ¡Eh, oiga! ¡Agente al mando!

Henry Morrison se vuelve, camina hacia donde está el coronel y apoya las manos en una dura e inescrutable superficie que no puede ver. Respirar se ha hecho muy difícil; un viento viciado, impulsado por la tormenta de fuego, golpea la Cúpula y se arremolina allí antes de rebotar otra vez hacia ese gigante ávido que se aproxima: un lobo negro con ojos rojos. Aquí, en el límite municipal de Motton, está el redil de corderos en el que saciará su apetito.

– Ayúdenos -dice Henry.

Cox mira hacia la tormenta de fuego y calcula que no tardará más de quince minutos en llegar al emplazamiento actual de la multitud, puede que no más de tres. No es un incendio ni una explosión; en ese ecosistema cerrado y ya contaminado, es un cataclismo.

– Señor, no puedo hacer nada -responde él.

Antes de que Henry logre decir algo más, Joe Boxer lo agarra del brazo y farfulla algo atropelladamente.

– Déjalo, Joe -dice Henry-. No tenemos adonde huir, lo único que podemos hacer es rezar.

Pero Joe Boxer no reza. Todavía tiene en la mano esa estúpida pistolita de casa de empeños y, tras dirigir una última mirada enajenada al averno que se avecina, se lleva el arma a la sien como si estuviera jugando a la ruleta rusa. Henry intenta arrebatársela, pero es demasiado tarde. Boxer aprieta el gatillo. No muere al instante, aunque de un lado de su cabeza sale volando un cuajaron de sangre. Se aleja tambaleándose, agitando la estúpida pistolita como si fuera un pañuelo, gritando. Después cae de rodillas, lanza las manos hacia arriba, hacia el cielo que se oscurece, como si quisiera obtener una revelación del Altísimo, y se desploma de bruces sobre la truncada línea blanca de la carretera.

Henry vuelve su rostro perplejo de nuevo hacia el coronel Cox, que está simultáneamente a un metro y a un millón de kilómetros de él.

– Lo siento mucho, amigo -dice Cox.

Pamela Chen llega dando bandazos.

– ¡El autobús! -le grita a Henry por encima del creciente estruendo-. ¡Tenemos que coger el autobús y atravesar el fuego a toda velocidad! ¡Es nuestra única alternativa!

Henry sabe que eso no es una alternativa, pero asiente y le dirige al coronel una última mirada (Cox jamás olvidará los ojos infernales y desesperados del policía), aferra la mano de Pammie Chen y la sigue hacia el autobús 19 mientras la mole negra humeante se abalanza hacia ellos.

El fuego alcanza el centro del pueblo y recorre Main Street como la llama de un soplete en el interior de un tubo. El Puente de la Paz queda desintegrado. Big Jim y Carter se encogen en el refugio nuclear mientras el ayuntamiento hace implosión por encima de ellos. La comisaría succiona sus propias paredes de ladrillo y luego las vomita hacia lo alto del cielo. En el Monumento a los Caídos, la estatua de Lucien Calvert es arrancada de cuajo. Lucien vuela hacia el agujero negro de fuego empuñando el fusil con valentía. En el césped de la biblioteca, el pelele de Halloween con su gracioso sombrero de copa y sus manos hechas de palas de jardín sucumbe a las llamas. Se ha levantado un fuerte bufido (suena como si fuera la aspiradora de Dios), y el fuego, ávido de oxígeno, inhala todo el aire bueno para llenar su único pulmón ponzoñoso. Los edificios de Main Street explotan uno detrás de otro, expulsan al aire sus tablones y su contenido, sus placas y sus cristales, como confeti en la noche de Fin de Año: el cine abandonado, el Drugstore de Sanders, Almacenes Burpee, Gasolina & Alimentación Mills, la librería, la tienda de flores, la barbería. En la funeraria, las últimas incorporaciones a la lista de difuntos empiezan a tostarse en sus compartimientos metálicos como pollos en una olla de hierro colado. El fuego termina su desfile triunfal por Main Street devorando el Food City, después sigue camino hacia el Dipper's, donde quienes todavía están en el aparcamiento gritan y se abrazan unos a otros. La última imagen que ven en este mundo es la de un muro de llamas de casi cien metros de alto que corre ansioso por llegar hasta ellos, cual Albión hacia su amada. Ahora las llamas avanzan por las carreteras principales, hirviendo el asfalto hasta convertirlo en sopa. Al mismo tiempo se está extendiendo hacia Eastchester, tragándose tanto los hogares de los yuppies como a los pocos yuppies que aguardan dentro, encogidos de miedo. Michaela Burpee pronto correrá hacia el sótano, pero será demasiado tarde; la cocina explotará a su alrededor y lo último que verá en esta vida será su nevera Amana, derritiéndose.

Los soldados que están apostados en el límite Tarker-Chester (los que están más cerca del origen de la catástrofe) se tambalean hacia atrás cuando el fuego golpea la Cúpula con sus puños impotentes y la tiñe de negro. Los soldados sienten que el calor traspasa y eleva veinte grados la temperatura en cuestión de segundos, rizando las hojas de los árboles más cercanos. Uno de ellos dirá más adelante: «Fue como estar delante de una bola de cristal con una explosión nuclear dentro».

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