La gente arrinconada contra la Cúpula empieza a ser bombardeada por pájaros muertos y agonizantes a medida que gorriones, petirrojos, zanates, cuervos, gaviotas e incluso gansos se estrellan contra esa barrera que tan pronto habían aprendido a esquivar. Desde el otro lado del campo de Dinsmore llegan en estampida todos los perros y los gatos del pueblo. También hay mofetas, marmotas, puercoespines. Entre ellos saltan ciervos, varios alces galopan con torpeza y, desde luego, las reses de Alden Dinsmore, con los ojos desorbitados y mugiendo de inquietud. Cuando llegan a la Cúpula chocan con ella. Los animales más afortunados mueren. Los que no tienen tanta suerte quedan tirados sobre acericos de huesos rotos, ladrando, chillando, maullando y bramando.
Ollie Dinsmore ve a Dolly, la preciosa vaca Brown Swiss con la que una vez ganó un primer premio de 4-H (el nombre se lo puso su madre porque le parecía que Ollie y Dolly sonaba gracioso). Dolly galopa pesadamente hacia la Cúpula mientras el weimeraner de alguien le mordisquea las patas, que ya le sangran. La vaca choca contra la barrera produciendo un crujido que Ollie no puede oír por encima del fuego que se acerca… pero en su mente sí lo oye, y, en cierta forma, ver a ese perro igualmente condenado abalanzarse sobre la pobre Dolly y empezar a desgarrarle las indefensas ubres es aún peor que haber encontrado muerto a su padre.
Ver agonizar a la que fue su vaca preferida hace reaccionar al chico. Ni siquiera sabe si existe la más remota posibilidad de sobrevivir a ese día terrible, pero de repente con una nitidez total ve dos cosas. Una es la botella de oxígeno con la gorra de los Red Sox de su difunto padre encima. La otra es la mascarilla de oxígeno del abuelito Tom colgando del gancho de la puerta del baño. Mientras Ollie corre hacia la granja en la que ha vivido toda su vida (la granja que pronto dejará de existir), solo tiene un pensamiento completamente coherente: el sótano de las patatas. Enterrado bajo el establo, internándose en el subsuelo de la colina que hay detrás de la casa, el sótano de las patatas podría ser un lugar seguro.
Los expatriados siguen de pie junto al campo de manzanos. Barbie no ha conseguido que lo escuchen, y mucho menos ponerlos en marcha. Sin embargo, debe llevarlos de vuelta a la granja y los vehículos. Enseguida.
Desde allí gozan de una vista panorámica de todo el pueblo, y Barbie puede anticipar la trayectoria que seguirá el fuego, igual que un general podría anticipar la ruta más probable de un ejército invasor gracias a las fotografías aéreas. La explosión arrasa hacia el sudeste y podría detenerse en la orilla oeste del Prestile. El río, a pesar de estar seco, debería actuar como cortafuegos natural. El vendaval explosivo generado por el incendio también ayudará a mantenerlo alejado del cuadrante más septentrional del pueblo. Si las llamas lo arrasan todo hasta la Cúpula en los límites municipales de Castle Rock y Motton (el talón y la suela de la bota), las partes de Chester's Mills que limitan con el TR-90 y el norte de Harlow podrían salvarse. Al menos del fuego. Sin embargo, no es el fuego lo que preocupa a Barbie.
Lo que le preocupa es el viento.
Lo siente; sopla sobre sus hombros y entre sus piernas separadas, con fuerza suficiente para hacer ondear su ropa y alborotar la melena de Julia alrededor de su cara. Se aleja de ellos para alimentar el fuego y, puesto que Mills es ahora un ecosistema casi herméticamente sellado, quedará muy poco aire saludable para reemplazar el que está siendo consumido. Barbie tiene una visión salida de una pesadilla: pececillos de colores muertos, flotando en la superficie de un acuario en el que se ha agotado el oxígeno.
Julia se vuelve hacia él antes de que Barbie pueda impedírselo, le señala algo a lo lejos, abajo: una figura que avanza con dificultad por Black Ridge Road, tirando de un objeto con ruedas. A esa distancia, Barbie no es capaz de distinguir si el refugiado es un hombre o una mujer, y además no importa. Quien sea morirá de asfixia casi con toda seguridad mucho antes de llegar a algún punto elevado.
Estrecha la mano de Julia y acerca los labios a su oído.
– Tenemos que irnos. Dale la mano a Piper, y que ella se la dé a quien tenga al lado. Así todo el mundo.
– ¿Y ese de ahí? -grita ella, señalando todavía a la figura que avanza lentamente. Puede que lo que arrastra tras de sí sea una carretilla de niño. Está cargada con algo que debe de ser pesado, porque la figura avanza muy inclinada y se mueve muy despacio.
Barbie tiene que hacérselo comprender, porque ahora el tiempo apremia.
– No te preocupes por él. Volvemos a la granja. Ahora mismo. Que todo el mundo se dé la mano para que nadie se quede atrás.
Ella intenta volverse y mirarlo a los ojos, pero Barbie le impide moverse. Quiere estar cerca de su oído (literalmente), porque debe hacérselo comprender.
– Si no nos marchamos ahora mismo, podría ser demasiado tarde. Nos quedaremos sin aire.