Big Jim visualizó por un momento el cerebro de Andrea: quince por ciento de páginas web de compras favoritas, ochenta por ciento de receptores de estupefacientes, dos por ciento de memoria y tres por ciento de verdaderos procesos mentales. Aun así, era el material con el que tenía que trabajar.
– De hecho tiene veintiún años. Veintidós en noviembre. Y, ya sea por suerte o por la gracia de Dios, ha vuelto de la universidad este fin de semana.
Peter Randolph sabía que Junior Rennie había vuelto de la universidad para siempre; lo había visto escrito en el bloc de notas que el difunto jefe de policía tenía junto al teléfono del despacho, aunque no tenía ni idea de cómo Duke había conseguido esa información ni de por qué la había creído lo bastante importante como para anotarla. También había escrito otra cosa: «¿Problemas de conducta?».
De todas formas, seguramente no era momento de compartir esa información con Big Jim.
Rennie seguía hablando, esta vez en el tono entusiasta propio de un presentador de concurso anunciando un premio especialmente jugoso en la Ronda Final.
– Y Junior tiene tres amigos que también serían adecuados: Frank DeLesseps, Melvin Searles y Carter Thibodeau.
Andrea parecía de nuevo algo inquieta.
– Hummm… ¿Esos chicos no son… los jóvenes… que participaron en ese altercado del Dipper's…?
Big Jim le lanzó una sonrisa de ferocidad tan cordial que Andrea se encogió en su asiento.
– Ese asunto se ha exagerado mucho. Y lo desencadenó el alcohol, como la mayoría de los problemas. Además, el instigador fue ese tal Barbara. Por eso no se presentaron cargos. Así quedaron en paz. ¿O me equivoco, Pete?
– De ninguna manera -dijo Randolph, aunque se le veía muy incómodo.
– Todos esos chicos tienen como mínimo veintiún años, y me parece que Carter Thibodeau tiene incluso veintitrés.
Thibodeau tenía veintitrés, en efecto, y en los últimos tiempos había estado trabajando a media jornada como mecánico en Gasolina & Alimentación Mills. Lo habían despedido de dos trabajos anteriores -por una cuestión de carácter, había oído decir Randolph-, pero en la gasolinera parecía haberse calmado. Johnny decía que nunca había tenido a nadie tan bueno con los tubos de escape y los sistemas eléctricos.
– Han cazado juntos, son buenos tiradores…
– Quiera Dios que no tengamos que comprobar eso -dijo Andrea.
– No vamos a disparar a nadie, Andrea, y nadie está diciendo que vayamos a convertir a esos chicos en policías a tiempo completo. Lo que digo es que necesitamos rellenar la plantilla de turnos, que está muy vacía, y deprisa. Así que, ¿qué te parece, jefe? Pueden patrullar hasta que la crisis haya pasado, y les pagaremos del fondo para contingencias.
A Randolph no le gustaba la idea de que Junior se paseara con un arma por las calles de Chester's Mills -Junior y sus posibles «problemas de conducta»-, pero tampoco le gustaba la idea de rebelarse contra Big Jim. Además, a lo mejor sí que era buena idea tener a mano unos cuantos hombres de carrocería ancha. Aunque fueran jóvenes. No preveía problemas dentro del pueblo, pero podían ponerlos a controlar a la muchedumbre en las afueras, donde las carreteras principales se topaban con la barrera. Si la barrera seguía ahí. ¿Y si no? Problema resuelto.
Puso una sonrisa de jugador de equipo.
– ¿Sabe? Me parece una gran idea, señor. Envíelos a la comisaría mañana, a eso de las diez…
– A las nueve sería mejor, Pete.
– Las nueve está bien -dijo Andy con su voz soñadora.
– ¿Algo más que discutir? -preguntó Rennie.
No había nada que discutir. Andrea ponía cara de que quería decir algo pero no recordaba qué era.
– Entonces, planteo la pregunta -dijo Rennie-. ¿Le pedirá la Junta al jefe en funciones Randolph que acepte a Junior, Frank DeLesseps, Melvin Searles y Carter Thibodeau como ayudantes con salario base? ¿Y que su período de servicio dure hasta que esta dichosa locura se haya solucionado? Los que estén a favor, que lo hagan saber de la forma habitual.
Todos alzaron la mano.
– La medida queda aproba…
Lo interrumpieron dos estallidos que sonaron a disparos de pistola. Todos se sobresaltaron. Entonces se oyó una tercera detonación, y Rennie, que había trabajado con motores la mayor parte de su vida, se dio cuenta de lo que era.
– Relajaos, amigos. No son más que falsas explosiones. El generador está carraspean…
El viejo motor explosionó una cuarta vez, después murió. Las luces se apagaron y ellos quedaron sumidos durante unos instantes en una negrura estigia. Andrea chilló.
A su izquierda, Andy Sanders dijo:
– Dios bendito, Jim, el propano…