Janelle no estaba dormida. Tampoco estaba despierta. Rusty lo comprendió todo en cuanto los dos haces de las linternas convergieron sobre ella, y se maldijo por no haberse dado cuenta antes de lo que estaba sucediendo, de lo que debía de haber estado sucediendo desde agosto, o quizá incluso desde julio. Porque el comportamiento de Audrey -«eso de los gañidos»- estaba bien fundado. Rusty sencillamente no había sabido ver la verdad a pesar de tenerla delante de las narices.
Janelle, con los ojos abiertos pero enseñando solo el blanco, no tenía convulsiones -gracias a Dios-, pero le temblaba todo el cuerpo. Se había destapado, seguramente al empezar todo, y en el doble haz de las linternas su padre vio una mancha de humedad en los pantalones del pijama. Las puntas de sus dedos se movían como si estuviera calentando para tocar el piano.
Audrey se sentó junto a la cama, miraba a su pequeña ama con absorta atención.
– ¿Qué le está pasando? -gritó Linda.
En la otra cama, Judy se movió y habló.
– ¿Mamá? ¿Ya es el deyasuno? ¿He perdido el autobús?
– Está sufriendo un ataque -dijo Rusty.
– ¡Pues ayúdala! -gritó Linda-. ¡Haz algo! ¿Se está muriendo?
– No -dijo Rusty.
La parte de su cerebro que seguía siendo analítica sabía que aquello era casi con toda seguridad un
Judy se sentó de golpe en la cama, muy erguida, esparciendo animales de peluche por todas partes. Tenía los ojos abiertos y aterrorizados, y no la consoló mucho que Linda la arrancara de las sábanas y le apretara las manos entre las de ella.
– ¡Haz que pare! ¡Haz que pare, Rusty!
Si era un
Puso las manos a ambos lados de la cabeza temblorosa y vibrante de Jan e intentó volverla hacia arriba para asegurarse de que tenía las vías respiratorias despejadas. Al principio no lo consiguió… esa maldita almohada de espuma se lo impedía. La tiró al suelo. Al caer le dio a Audrey, pero la perra ni se movió, siguió allí con la mirada fija.
Rusty logró entonces inclinar la cabeza de Jannie un poco hacia atrás y por fin la oyó respirar. No era una respiración rápida; tampoco se oían ásperas inspiraciones por falta de oxígeno.
– Mamá, ¿qué le pasa a Jan-Jan? -preguntó Judy, echándose a llorar-. ¿Está loca? ¿Está mala?
– No está loca y solo está un poco malita. -Rusty se sorprendió de lo calmado que había sonado-. ¿Por qué no bajas con mamá al…?
– ¡No! -gritaron las dos a la vez, en una perfecta armonía a dos voces.
– Vale -repuso él-, pero tenéis que estaros calladas. No la asustéis cuando se despierte, porque es muy probable que ya esté muy asustada.
»Un poquito asustada -se corrigió-. Audi, buena chica. Has sido muy, pero que muy buena chica.
Semejantes halagos solían llevar a Audrey a un paroxismo de júbilo, pero esa noche no. Ni siquiera meneó la cola. Entonces, de súbito, la golden retriever soltó un pequeño ladrido y se tumbó, apoyando el morro sobre una pata. Segundos después, Jan dejó de temblar y cerró los ojos.
– Venga ya… -dijo Rusty.
– ¿Qué? -Linda estaba sentada en el borde de la cama de Judy con la niña en el regazo-. ¡¿Qué?!
– Ya ha pasado -dijo Rusty.
Pero no era verdad. No del todo. Cuando Jannie abrió los ojos otra vez, volvían a estar en su sitio, pero no lo veían.
– ¡La Gran Calabaza! -exclamó Janelle-. ¡Es culpa de la Gran Calabaza! ¡Tienes que parar a la Gran Calabaza!
Rusty la zarandeó un poco.
– Estabas soñando, Jannie. Supongo que era una pesadilla, pero ya ha terminado y estás bien.
Aún tardó un momento en volver del todo en sí, aunque movía los ojos y él sabía que por fin lo veía y lo oía.
– ¡Que pare ya Halloween, papá! ¡Tienes que parar Halloween!
– Vale, cariño, lo pararé. Halloween queda cancelado. Del todo.
La niña parpadeó, después alzó una mano para apartarse las greñas de pelo sudoroso de la frente.
– ¿Qué? ¿Por qué? ¡Yo iba a ir de princesa Leia! ¿Es que todo tiene que salirme mal en la vida? -Se echó a llorar.
Linda se acercó -Judy correteó tras ella, agarrándose al albornoz de su madre- y abrazó a Janelle.
– Claro que podrás disfrazarte de princesa Leia, tesorito, te lo prometo.
Jan miraba a sus padres con desconcierto, recelo y cada vez más miedo.
– ¿Qué hacéis vosotros aquí? Y ¿por qué está ella levantada? -Señalaba a Judy.
– Te has hecho pis en la cama -dijo Judy con petulancia y, cuando Jan se dio cuenta (se dio cuenta y lloró con más ganas), Rusty tuvo que frenar el impulso de darle a Judy un buen cachete. Normalmente se sentía un padre bastante progresista (sobre todo en comparación con los padres que a veces acudían al centro de salud arrastrando a sus niños con un brazo roto o un ojo morado), pero esa noche no.
– No importa -dijo Rusty, abrazando a Jan con fuerza-. No ha sido culpa tuya. Has tenido un problemita, pero ahora ya ha pasado.
– ¿Tendrá que ir al hospital? -preguntó Linda.