– Cierto. Empezaremos dándole Zarontin. ¿Estás de acuerdo?
– Sí. -A Rusty le emocionó que le preguntara. Estaba empezando a lamentar algunas de las maldades que había pensado sobre Haskell.
– Y que la perra esté siempre con ella, ¿sí?
– Por supuesto.
– ¿Se pondrá bien, Ron? -preguntó Linda. En aquel momento no tenía pensado ir a trabajar; había planeado pasar el día realizando actividades tranquilas con las niñas.
– Está bien -dijo Haskell-. Muchos niños padecen ataques de
Linda parecía aliviada. Rusty esperó que nunca tuviera que enterarse de lo que Haskell callaba: que algunos niños desafortunados, en lugar de encontrar la salida de ese zarzal neurológico, se internaban más en él y progresaban hasta el
Justo entonces, después de terminar la ronda matutina (solo media docena de pacientes y una nueva mamá sin complicaciones) y deseando tomar una taza de café antes de salir volando hacia el centro de salud, esa llamada de Linda.
– Estoy segura de que a Marta no le importará tener a Audi en casa -dijo.
– Bien. Llevarás tu
– Sí. Por supuesto.
– Entonces dale tu
– Está bien. Gracias, tesorito. ¿Hay alguna posibilidad de que puedas escaparte esta tarde?
Mientras Rusty lo pensaba, vio que Dougie Twitchell llegaba por el pasillo. Llevaba un cigarrillo detrás de la oreja y caminaba con su habitual garbo de «me importa todo una mierda», pero Rusty vio preocupación en su cara.
– Es posible que consiga escaquearme una hora. No te prometo nada.
– Lo entiendo, pero sería genial verte.
– Lo mismo digo. Ten cuidado ahí fuera. Y di a la gente que no se coma esos perritos calientes. Seguramente Burpee los tenía en la nevera desde hace diez mil años.
– Eso son sus filetes de mastodonte -dijo Linda-. Cambio y corto, cielo. Te buscaré.
Rusty guardó el
– ¿Qué pasa? Quítate ese cigarrillo de detrás de la oreja. Esto es un hospital.
Twitch se quitó el cigarrillo de donde estaba y lo miró.
– Iba a fumármelo fuera, junto al almacén.
– No es buena idea -dijo Rusty-. Ahí es donde se guardan las reservas de propano.
– Eso es lo que venía a decirte. La mayoría de los depósitos han desaparecido.
– No digas chorradas. Esos trastos son gigantescos… No recuerdo si contienen doce o veinte mil litros cada uno.
– ¿Qué quieres decir? ¿Que he olvidado mirar detrás de la puerta?
Rusty empezó a frotarse las sienes.
– Si tardan… quienes sean… más de tres o cuatro días en fundir ese campo de fuerza, vamos a necesitar
– Dime algo que no sepa -apuntó Twitch-. Según la ficha de inventario de la puerta, se supone que tiene que haber siete de esos cachorritos, pero solo hay dos. -Guardó el cigarrillo en el bolsillo de su bata blanca-. He ido a ver en el otro almacén, solo para asegurarme; se me ha ocurrido que a lo mejor alguien había cambiado los depósitos de sitio…
– ¿Por qué iba nadie a hacer eso?
– Qué sé yo, oh, Todopoderoso. En fin, que el otro almacén es para los suministros realmente importantes del hospital: basura de jardinería y paisajismo. Todas las herramientas siguen allí y están inventariadas, pero ha desaparecido el fertilizante.
A Rusty no le importaba el fertilizante; le importaba el propano.
– Bueno… si la cosa se pone mal, cogeremos de las existencias municipales.
– Te buscarás una bronca con Rennie.
– ¿Cuando el Cathy Russell podría ser su única opción si se le colapsa su corazoncito? Lo dudo. ¿Crees que hay alguna posibilidad de que pueda escaparme un rato esta tarde?
– Eso dependerá del Mago. Parece que ahora es el oficial de mayor rango.
– ¿Dónde está?
– Durmiendo en la sala de descanso. Y además el cabrón ronca como un loco. ¿Quieres despertarlo?
– No -dijo Rusty-. Déjalo dormir. Ya no volveré a llamarlo el Mago. Visto lo duro que ha trabajado desde que ha aparecido esta mierda, creo que se merece algo mejor.
– Vaya, vaya, senséi. Has alcanzado un nuevo nivel de iluminación.
– Chúpamela, pequeño saltamontes -dijo Rusty.
10
Ahora mira esto; fíjate bien.