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Rory se revolvió en el césped y empezó a tener convulsiones.

– ¿Qué está pasando? -preguntó el padre.

– ¡Oh, Dios mío, se está muriendo! -dijo la madre.

Rusty dio la vuelta al chico (intentaba no pensar en Jannie, pero eso, por supuesto, era imposible), que temblaba y daba sacudidas, y le levantó la barbilla para que respirara mejor.

– Venga -le dijo a Alden-. No abandones ahora. Aprieta el cuello. Comprime la herida. Hay que detener la hemorragia.

El hecho de aplicar tanta fuerza podía hundir aún más el fragmento de la bala que le había arrancado el ojo al chico, pero Rusty decidió que se preocuparía de eso más tarde. Siempre que el muchacho no muriera ahí mismo, en la hierba.

Cerca de allí -pero, oh, tan lejos-, uno de los soldados abrió la boca. Apenas había dejado atrás la adolescencia. Parecía aterrado y arrepentido.

– Intentamos detenerlo pero no nos hizo caso. No pudimos hacer nada.

Pete Freeman, con su Nikon colgada de la rodilla con la correa, regaló al joven guerrero una sonrisa de extraña amargura.

– Creo que eso ya lo sabemos. Si no lo sabíamos antes, desde luego ahora ya sí.

4

Antes de que Barbie pudiera fundirse con la multitud, Mel Searles lo agarró del brazo.

– Quítame las manos de encima -le dijo Barbie con buenas maneras.

Searles hizo una mueca y le enseñó los dientes.

– Ni en sueños, imbécil. -Y alzó la voz-. ¡Jefe! ¡Eh, jefe!

Peter Randolph se volvió hacia él con impaciencia y cara de pocos amigos.

– Este tipo ha obstaculizado la actuación de la policía mientras intentaba proteger la escena. ¿Puedo detenerlo?

Randolph abrió la boca, seguramente para decir «No me hagas perder el tiempo», y miró alrededor. Jim Rennie se había unido al pequeño grupo que observaba a Everett mientras este atendía al muchacho. Rennie lanzó una mirada impertérrita a Barbie, cual un reptil tendido sobre una roca, miró de nuevo a Randolph y asintió con un leve gesto de la cabeza.

Mel lo vio y su sonrisa se hizo mayor. Eso era mejor que ver sangrar a un chico, y mucho mejor que poner orden en una muchedumbre de devotos y tarados con pancartas.

– La venganza es una zorra, Baaaaarbie -dijo Junior.

Jackie parecía dudar.

– Pete… O sea, jefe… Creo que el tipo solo intentaba…

– Esposadlo -la interrumpió Randolph-. Ya aclararemos qué intentaba o no intentaba hacer. Mientras tanto, quiero que despejéis la zona. -Alzó la voz-. ¡Esto se ha acabado, chicos! ¡Ya os habéis divertido y habéis visto cómo ha terminado la cosa! ¡Marchaos a casa!

Jackie se estaba quitando las esposas de plástico del cinturón (no tenía intención alguna de dárselas a Mel Searles ya que quería ponérselas ella misma) cuando intervino Julia Shumway. Se encontraba justo detrás de Randolph y Big Jim (de hecho, Rennie la había apartado con un codazo mientras se abría paso para llegar al lugar donde se desarrollaba la acción).

– Yo que usted no lo haría, jefe Randolph, a menos que quiera que la policía aparezca haciendo el ridículo en la portada del Democrat. -Lucía una de sus sonrisas de Mona Lisa-. Y más si tenemos en cuenta que usted es un recién llegado al cargo.

– ¿De qué hablas? -preguntó Randolph, que tenía el rostro surcado de unas feas arrugas.

Julia levantó la cámara, un modelo algo más antiguo que el de Pete Freeman.

– Tengo unas cuantas fotografías del señor Barbara ayudando a Rusty Everett a curar al muchacho herido, unas cuantas del agente Searles tirando del señor Barbara sin ningún motivo aparente… y una del agente Searles dándole un puñetazo en la boca al señor Barbara. También sin ningún motivo aparente. No soy una gran fotógrafa, pero esta última es bastante buena. ¿Le gustaría verla, jefe Randolph? Si quiere, puede; la cámara es digital.

La admiración de Barbie por esa mujer aumentó porque creía que se estaba marcando un farol. Si había estado tomando fotografías, ¿por qué tenía la tapa del objetivo en la mano izquierda, como si acabara de quitarlo?

– Es mentira, jefe -dijo Mel-. Fue él quien intentó pegarme. Pregúntele a Junior.

– Creo que mis fotografías demostrarán que el joven Rennie estaba intentando controlar el gentío y que se encontraba de espaldas cuando el agente Searles le propinó el puñetazo al señor Barbara -terció Julia.

Randolph la fulminó con la mirada.

– Podría requisarle la cámara -dijo-. Es una prueba.

– Por supuesto que podría -admitió ella con alegría-, y Pete Freeman sacaría una foto del instante. Entonces podría requisarle la cámara también a él… Pero todo el mundo presenciaría la escena.

– ¿En qué bando estás, Julia? -preguntó Big Jim. Le dedicó una sonrisa aterradora, la sonrisa de un tiburón que está a punto de pegarle un mordisco en el trasero a un bañista fondón.

Julia le devolvió la sonrisa, con una mirada tan inocente y curiosa como la de un niño.

– ¿Acaso hay bandos, James? ¿Aparte del bando de los de fuera -señaló a los soldados que los observaban- y los de dentro?

Big Jim pensó en eso y transformó la sonrisa en una mueca. Entonces hizo un ademán de indignación dirigido a Randolph.

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