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– Supongo que es mejor que lo pasemos por alto, señor Barbara -dijo Randolph-. Fue una acción que se produjo en un momento de exaltación.

– Gracias -replicó Barbie.

Jackie cogió del brazo a su adusto compañero.

– Venga, agente Searles. Asunto zanjado. Vamos a hacer retroceder a toda esa gente.

Searles la siguió, pero antes se volvió hacia Barbie y le hizo un gesto: lo señaló con un dedo y ladeó levemente la cabeza. Esto aún no se ha acabado, chaval.

Aparecieron Toby Manning, el ayudante de Rommie, y Jack Evans con una camilla improvisada hecha con lona y los mástiles de una tienda. Rommie abrió la boca para preguntar qué demonios creían que estaban haciendo, pero la cerró de nuevo. El día de maniobras se había cancelado, así que qué demonios.

5

Los que tenían coche se subieron a él y todos intentaron ponerse en marcha al mismo tiempo.

Era de prever, pensó Joe McClatchey. Absolutamente previsible.

La mayoría de los policías se puso manos a la obra para despejar el atasco que se creó, aunque hasta un puñado de niños (Joe estaba junto a Benny Drake y Norrie Calvert) podía darse cuenta de que el reciente y mejorado cuerpo de policía no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Los gritos de maldición de los agentes atravesaban la brisa estival («¡Aparta ese puto coche de una vez!»). A pesar del caos, nadie tocaba el claxon. La mayoría de la gente estaba demasiado cansada para eso.

Benny dijo:

– Fíjate en todos esos idiotas. ¿Cuántos litros de gasolina crees que están consumiendo? Deben de pensar que es un recurso infinito.

– Seguro -dijo Norrie. Era una chica dura, una riot grrrl de pueblo, con el pelo corto por los lados y arriba y largo por detrás, pero ahora tenía aspecto pálido, triste y asustado. Cogió a Benny de la mano. A Joe «el Espantapájaros» se le partió el corazón, pero se recuperó al instante cuando Norrie le cogió la mano también a él.

– Ahí va el tipo que estuvo a punto de ser arrestado -dijo Benny, señalando con la mano libre.

Barbie y la periodista cruzaban el campo en dirección al periódico junto con sesenta u ochenta personas más, algunas de las cuales arrastraban abatidas sus carteles de protesta.

– La Nancy Periodista no ha sacado ninguna foto -dijo Joe «el Espantapájaros»-. Yo estaba justo detrás de ella. Muy astuta.

– Sí -asintió Benny-, pero aun así no me gustaría estar en el lugar de Barbie. Hasta que no acabe este pollo, los polis pueden hacer lo que les dé la gana.

Joe sabía que era cierto. Y los policías nuevos no eran muy simpáticos. Junior Rennie, por ejemplo. La historia de la detención de Sam «el Desharrapado» ya había trascendido.

– ¿Qué estás diciendo? -preguntó Norrie a Benny.

– De momento, nada. El asunto aún está frío -comentó-. Bastante frío. Pero como esto siga así… ¿Recuerdas El señor de las moscas? -La habían leído en clase de Lengua.

Benny recitó:

– «Mata al cerdo. Córtale el cuello. Pártele el cráneo.» La gente llama cerdos a los polis, pero voy a decirte lo que pienso: pienso que los polis encuentran a los cerdos cuando todo se complica de cojones. Quizá porque ellos también se asustan.

Norrie Calvert rompió a llorar. Joe «el Espantapájaros» la rodeó con un brazo. Lo hizo con mucho cuidado, como si tuviera miedo de que semejante gesto fuera a provocar que ambos explotaran, pero Norrie pegó la cara a su camisa y también lo abrazó, aunque con un solo brazo porque aún aferraba la mano de Benny. Joe no había sentido en toda su vida algo tan extraño y al mismo tiempo tan emocionante como esa sensación cuando notó que las lágrimas de ella le humedecían la camisa. Por encima de la cabeza de Norrie, lanzó una mirada de reproche a Benny.

– Lo siento, tío -dijo Benny, que dio unas palmadas en la espalda a Norrie-. No tengas miedo.

– ¡Le faltaba un ojo! -gritó ella. Las palabras quedaron amortiguadas por el pecho de Joe. Entonces Norrie lo soltó-: Esto ya no tiene gracia. Ni la más mínima gracia.

– No -admitió Joe, como si hubiera descubierto una gran verdad-. No la tiene.

– Mira -dijo Benny.

Era la ambulancia. Twitch estaba atravesando el campo de Dinsmore con las luces rojas del techo encendidas. Su hermana, la mujer que regentaba el Sweetbriar Rose, caminaba frente a él, guiándolo para que pudiera esquivar los peores baches. Una ambulancia en un campo de heno, bajo el cielo resplandeciente de un atardecer de octubre: era el toque final.

De pronto a Joe «el Espantapájaros» se le pasaron las ganas de protestar. Pero tampoco quería irse a casa.

En ese instante lo único que quería era salir del pueblo.

6

Julia se sentó al volante del coche pero no encendió el motor; iban a pasar un buen rato allí, no tenía sentido malgastar gasolina. Se inclinó frente a Barbie, abrió la guantera y sacó un viejo paquete de American Spirits.

– Provisiones de emergencia -dijo a modo de disculpa-. ¿Quieres uno?

Barbie negó con la cabeza.

– ¿Te importa? Porque puedo esperar.

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