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Lo condujo por una senda lateral de la casa con el césped muy bien cortado y sin rastro de hojas secas otoñales. A la derecha había una verja que separaba la casa de los Perkins de la de su vecino; a la izquierda, un arriate de flores muy bien cuidadas.

– Mi marido era quien se encargaba de las flores. Imagino que le parecerá una afición extraña en un agente responsable del cumplimiento de la ley.

– En absoluto.

– A mí tampoco me lo parecía. Lo que nos convierte en una minoría. Los pueblos pequeños albergan imaginaciones pequeñas. Grace Metalious y Sherwood Anderson tenían razón al respecto.

»Además -añadió mientras doblaban la esquina de la casa y se adentraban en un espacioso jardín-, aquí disfrutaremos de la luz natural durante más tiempo. Tengo un generador, pero ha dejado de funcionar esta mañana. Creo que se le ha acabado el combustible. Hay un depósito de reserva, pero no sé cómo cambiarlo. Siempre estaba dándole la lata a Howie con el generador. Él quería enseñarme a usarlo, pero me negué a aprender. Lo hice sobre todo para fastidiarle. -Derramó una lágrima que le cayó por la mejilla, pero se la limpió con un gesto distraído-. Ahora si pudiera le pediría perdón. Admitiría que tenía razón. Pero ya es tarde, ¿verdad?

Barbie sabía que era una pregunta retórica.

– Si solo es el depósito -dijo-, puedo cambiarlo.

– Gracias -dijo Brenda, que lo acompañó hasta una mesa de jardín junto a la cual había una nevera portátil-. Iba a pedírselo a Henry Morrison, y también pensaba comprar más bombonas de gas en Burpee's, pero cuando llegué a la calle principal esta tarde, la tienda de Romeo ya había cerrado y Henry estaba en el campo de Dinsmore, con los demás. ¿Cree que podré comprar alguna bombona mañana?

– Quizá -respondió Barbie. Aunque en realidad lo dudaba.

– Ya me han dicho lo del muchacho -dijo Brenda-. Gina Buffalino, la vecina de al lado, vino a verme y me lo contó. Lo siento muchísimo. ¿Sobrevivirá?

– No lo sé. -Y como la intuición le decía que la sinceridad sería el camino más directo para ganarse la confianza de esa mujer (aunque solo fuera de un modo provisional), añadió-: No lo creo.

– No. -Ella suspiró y se limpió los ojos de nuevo-. No, ya me pareció que estaba muy grave. -Abrió la nevera portátil-. Tengo agua y Coca-Cola Light. Era el único refresco que le dejaba beber a Howie. ¿Qué prefiere?

– Agua, señora.

Abrió dos botellas de Poland Spring y tomaron un sorbo. Ella lo miró con sus ojos tristes y curiosos.

– Julia me ha dicho que quiere una llave del ayuntamiento. Entiendo sus motivos. También entiendo por qué no quiere que Jim Rennie lo sepa…

– Tal vez sea necesario que se lo digamos. Mire, la situación ha cambiado…

Brenda levantó la mano y negó con la cabeza. Barbie calló.

– Antes de que me lo cuente, quiero que me hable del encontronazo que tuvo con Junior y sus amigos.

– Señora, ¿es que su marido no…?

– Howie casi nunca hablaba de sus casos, pero sí que me contó algo sobre este. Creo que le preocupaba. Y quiero comprobar que su versión de los hechos encaja con la de mi marido. Si es así, podremos hablar de otros asuntos. En caso contrario, lo invitaré a que se vaya, aunque podrá llevarse la botella de agua.

Barbie señaló la caseta roja que había en la esquina izquierda de la casa.

– ¿Eso es del generador?

– Sí.

– ¿Si cambio la bombona de propano mientras hablamos, podrá oírme?

– Sí.

– Y quiere que se lo cuente todo, ¿verdad?

– Sí, por supuesto. Y como vuelvas a llamarme señora, te parto la crisma.

La puerta de la caseta del generador estaba cerrada con un simple gancho de latón. El hombre que había vivido en esa casa hasta el día anterior, había cuidado los detalles… Aunque era una pena que solo hubiera dejado una bombona. Barbie decidió que, acabara como acabase la conversación, haría todo lo posible por conseguir unas cuantas bombonas más al día siguiente.

Mientras tanto, se dijo a sí mismo, cuéntale todo lo que quiere saber sobre esa noche. Pero le resultaría más fácil hacerlo de espaldas a ella; no le gustaba decir que el problema se debía a que Angie McCain lo había tomado por un amante algo mayor.

La ley Sunshine, se recordó a sí mismo, y contó su historia.

10

Lo que recordaba con mayor claridad del verano pasado era la canción de James McMurtry que parecía sonar en todas partes, «Talkin' at the Texaco», se llamaba. Y la frase que mejor recordaba era la que decía que en un pequeño pueblo «todos debemos saber cuál es nuestro sitio». Cuando Angie empezó a arrimársele demasiado mientras él cocinaba, o a rozarle el brazo con los pechos mientras ella intentaba coger algo que él podría haberle alcanzado, le venía a la cabeza esa frase. Barbie sabía quién era el novio de Angie, y también sabía que Frankie DeLesseps formaba parte de la estructura de poder del pueblo, aunque solo fuera gracias a su relación con el hijo de Big Jim Rennie. Dale Barbara, por el contrario, era poco más que un vagabundo. No encajaba en la estructura de Chester's Mills.

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