Читаем La Cúpula полностью

– Es una cuestión discutible, señora… Brenda. Han tomado una decisión. Pero me temo que la cosa aún puede empeorar. -Y, al ver su expresión, añadió-: Para mí, no para el pueblo. Me han ascendido a coronel. Por orden del presidente.

La mujer puso los ojos en blanco.

– Me alegro por ti.

– Se supone que debo declarar la ley marcial y asumir el control de Chester's Mills. ¿Verdad que Jim Rennie se pondrá la mar de contento cuando se entere?

Brenda lo sorprendió riendo a carcajadas. Y Barbie se sorprendió a sí mismo haciendo lo propio.

– ¿Entiendes ahora cuál es mi problema? El pueblo no debe saber que he tomado prestado un viejo contador Geiger, pero tiene que saber que nos van a lanzar un misil. Julia Shumway dará la noticia si no lo hago yo, pero quiero que los capitostes se enteren por mí. Porque…

– Entiendo los motivos. -Gracias al color rojo del sol, el rostro de Brenda había perdido su palidez. Pero se frotaba los brazos en un gesto ausente-. Si pretendes imponer un mínimo de autoridad… que es lo que tu superior quiere que hagas…

– Supongo que ahora Cox es más bien mi colega -la interrumpió Barbie.

La mujer lazó un suspiro.

– Andrea Grinnell. Tenemos que contárselo a ella. Y luego ya hablaremos con Rennie y Andy Sanders a la vez. Como mínimo los superaremos en número, tres contra dos.

– ¿La hermana de Rose? ¿Por qué?

– ¿No sabes que es la tercera concejala del pueblo? -Y cuando Barbie negó con la cabeza, añadió-: No pongas esa cara. Hay mucha gente que no lo sabe, a pesar de que hace años que ostenta el cargo. Prácticamente su trabajo consiste en sellar documentos para esos dos, en realidad tan solo para Rennie, ya que Andy Sanders hace lo mismo que ella, y Andrea tiene… problemas… pero es una situación muy dura. O lo era.

– ¿Qué problemas?

Por un momento Barbie pensó que Brenda iba a guardar silencio, pero no lo hizo.

– De adicción a los fármacos. A los calmantes. No sé hasta qué punto es grave.

– E imagino que en el Drugstore de Sanders se encargan de proporcionarle la receta.

– Sí. Sé que no es una solución perfecta, y tendrás que ir con mucho cuidado, pero… Tal vez Jim Rennie se vea obligado a aceptar tu nuevo cargo por su propio bien durante un tiempo. ¿Pero tu autoridad? -Negó con la cabeza-. Ese es capaz de limpiarse el culo con una declaración de ley marcial, tanto si está firmada por el presidente como si no. Yo…

Se calló. Tenía la mirada fija en un punto detrás de él y abrió los ojos como platos.

– ¿Señora Perkins? ¿Brenda? ¿Qué pasa?

– Oh -exclamó ella-. Oh, Dios mío.

Barbie se volvió y se quedó atónito. El sol se estaba poniendo y se había teñido de rojo, como sucedía en los días cálidos y despejados, radiantes hasta el atardecer gracias a la ausencia de chubascos. Pero en su vida había visto una puesta de sol como esa. Tenía la sensación de que las únicas personas que la habían visto eran las que se encontraban cerca de violentas erupciones volcánicas.

No, pensó. Ni tan siquiera ellos. Esto es algo inaudito.

El sol no era una bola. Tenía la forma de una enorme pajarita roja, con una circunferencia en el centro en llamas. El cielo de poniente estaba manchado como por una fina capa de sangre que se transformaba en naranja a medida que ascendía. El horizonte apenas era visible en aquel resplandor borroso.

– Dios, es como intentar ver a través de un parabrisas sucio con el sol de cara -dijo Brenda.

Y, por supuesto, así era, salvo que en su caso la Cúpula era el parabrisas. Había empezado a mancharse de polvo y polen. De contaminación también. Y la situación no iba a hacer más que empeorar.

Tendremos que limpiarla, pensó Barbie, y se imaginó hileras de voluntarios pertrechados con cubos y trapos. Qué absurdo. ¿Cómo iban a limpiar a catorce metros de altura? ¿O a cuarenta? ¿O a cuatrocientos?

– Esto tiene que acabar -susurró Brenda-. Llámales y diles que lancen el misil más grande que tengan, y al cuerno con las posibles consecuencias. Porque esto tiene que acabar.

Barbie no dijo nada. No estaba seguro de que pudiera articular algún sonido aunque hubiera tenido algo que decir. Ese resplandor vasto y polvoriento lo había dejado sin habla. Era como mirar el infierno a través de un ojo de buey.

NYUCK-NYUCK-NYUCK

1

Jim Rennie y Andy Sanders observaron la atípica puesta de sol desde los escalones de la Funeraria Bowie. Tenían cita en el ayuntamiento a las siete para asistir a otra «Reunión de evaluación de la situación de emergencia», y Big Jim quería llegar antes para prepararse con tiempo, pero de momento se quedaron donde estaban, viendo cómo el día llegaba a su fin con esa muerte tan extraña y borrosa.

– Es como si fuera el Fin del Mundo -dijo Andy en voz baja y atemorizada.

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