– Completamente.
– Doctora Colwell -dijo Gates alzando la cabeza-, ¿le apetece tal vez una taza de té antes de abordar el papeleo?
– Son dos simples formularios -añadió Rebus en voz baja.
Colwell asintió despacio con la cabeza y pasaron los tres al despacho del patólogo, un cuarto claustrofóbico sin luz natural y con olor a la humedad que llegaba del cubículo de la ducha de una puerta contigua. Acababa de entrar el turno de día y Rebus no conocía al hombre que trajo el té. Gates lo llamó Kevin, diciéndole que cerrara la puerta al salir, y luego abrió la carpeta de encima de la mesa.
– Por cierto -dijo-, ¿era aficionado el señor Todorov a los automóviles?
– No creo que supiera diferenciar el motor del maletero -respondió Colwell esbozando una sonrisa-. En cierta ocasión me pidió que le cambiara la bombilla de la lámpara de su escritorio.
Gates correspondió con otra sonrisa y dirigió su atención a Rebus.
– El equipo de la Científica preguntó si tal vez trabajaba de mecánico, porque había restos de aceite en el dobladillo de la chaqueta y en las rodilleras del pantalón.
Rebus rememoró el escenario del crimen.
– Quizás había aceite en el suelo -comentó.
– En King’s Stables Road -añadió el patólogo-, transformaron muchas caballerizas en cocheras, ¿verdad?
Rebus asintió con la cabeza y miró a Colwell para observar su reacción.
– Estoy bien -dijo ella-. Ya no voy a lloriquear.
– ¿Quién se lo comentó? -preguntó Rebus a Gates.
– Ray Duff.
– Ray es competente -dijo Rebus. Sabía de sobra que Ray Duff era el mejor elemento del equipo de Escenario del Crimen.
– ¿Qué se apuesta a que ahora está en el escenario del crimen comprobando si hay aceite? -añadió Gates.
Rebus asintió con la cabeza y se llevó el vaso de té a los labios.
– Ahora que sabemos que la víctima es realmente Alexander -dijo Colwell rompiendo el silencio-, ¿tengo que guardarlo en secreto? Me refiero a si es algo que no quieren que divulgue la prensa.
Gates lanzó un fuerte resoplido.
– Doctora Colwell, es imposible que el cuarto poder no se entere. En la policía de Lothian y Borders hay más filtraciones que en un colador, igual que en este edificio -añadió alzando la cabeza hacia la puerta-. ¿No es cierto, Kevin?
Al otro lado oyeron los pasos del interpelado alejándose por el pasillo. Gates sonrió satisfecho y cogió el teléfono que comenzó a sonar.
Rebus sabía que sería Siobhan Clarke que esperaba en recepción.
Tras dejar a Colwell en la universidad, Rebus invitó a Clarke a almorzar. Al hacer el ofrecimiento ella lo miró y le preguntó si le pasaba algo. Él negó con la cabeza y Clarke añadió que sería porque quería pedirle algún favor.
– Quién sabe si una vez me jubile podré hacerlo muchas veces -dijo él.
Fueron a la planta de arriba de un
– ¿Crees que el joven Colin está enamorado de Phyllida? -preguntó ella pensativa.
Phyllida Hawes y Colin Tibbet eran agentes de Homicidios de la comisaría de Gayfield Square a las órdenes de Rebus y Clarke. Los cuatro habían trabajado hasta hacía poco bajo la torva mirada del inspector Derek Starr, pero éste, en puertas de un futuro ascenso que consideraba un derecho, estaba trasladado temporalmente a la jefatura de Fettes Avenue. Corría el rumor de que cuando Rebus se jubilara Clarke ocuparía su puesto de inspectora. Era un rumor del que la propia Clarke trataba de no hacer caso.
– ¿Por qué lo preguntas? -replicó Rebus, alzando el vaso y viendo que estaba casi vacío.
– Parecen encontrarse muy a gusto los dos juntos.
– ¿Y nosotros no? -dijo Rebus, mirándola con cara de sorpresa y pena.
– Estamos bien -replicó ella con una sonrisa-. Es que yo creo que han salido los dos un par de veces y no lo dicen a nadie.
– ¿Y piensas que ahora estarán arrullándose en la cama del muerto?
Clarke arrugó la nariz al pensarlo. Y medio minuto más tarde añadió:
– Estoy pensando en cómo enfocarlo.
– ¿Te refieres a cuando yo esté fuera de juego y la jefa seas tú? -dijo Rebus, dejando el tenedor, con mirada feroz.
– Eres tú quien dice que no deje cabos sueltos -protestó ella.
– Puede que sí, pero no me tengo por columnista del consultorio sentimental -levantó de nuevo el vaso y vio que estaba vacío.
– ¿Quieres café? -preguntó ella como si fuera una oferta de paz. Él negó con la cabeza y comenzó a palparse los bolsillos.
– Lo que necesito es un buen cigarrillo -encontró el paquete y se levantó de la mesa-. Mientras tú tomas el café yo espero fuera.
– ¿Qué haremos esta tarde?
Rebus reflexionó un instante.
– Avanzaremos más si nos separamos… tú ve a ver a la bibliotecaria y yo iré a King’s Stables Road.