– Es su boda -musitó.
– Hace veintisiete años -asintió la señora Anderson.
– ¿Esta es su hija? -preguntó Rebus, sabiendo de antemano In respuesta, ya que veía media docena de fotos de la niña en edades sucesivas.
– Sí, Deborah. La semana que viene estará en casa porque tiene vacaciones en la universidad.
Rebus asintió despacio con la cabeza. Le parecía que las fotos más recientes estaban medio escondidas detrás de otras enmarcadas de una niña pequeña mellada y vestida de colegiala.
– Veo que ha pasado por la fase gótica -comentó al ver unas en las que aparecía con el pelo teñido de negro y ojos exageradamente pintados.
– Inspector -terció Roger Anderson-, insisto en que no veo en qué puede esto…
Rebus descartó la objeción con un ademán y Clarke alzó la vista de las notas que fingía leer.
– Ya sé que es una pregunta tonta -dijo con una sonrisa-, pero han tenido tiempo de pensarlo bien todo. ¿Hay algo que tengan que añadir? ¿Vieron a alguien u oyeron algo?
– Nada -contestó el señor Anderson.
– Nada -repitió su esposa. Y tras una pausa añadió-: Es un poeta muy famoso, ¿verdad? Nos han llamado algunos periodistas.
– Mejor será que no les digan nada -avisó Rebus.
– Me encantaría saber cómo demonios se enteraron de nuestro teléfono -gruñó el marido-. ¿Creen que con esto bastará?
– Perdone; no le entiendo.
– ¿Van a seguir viniendo a pesar de que no tengo nada que decirles?
– En realidad, tendrán que personarse en Gayfield Square para prestar declaración -dijo Clarke, sacando otra tarjeta de la carpeta-. Llamen primero a este número y pregunten por el agente Tibbet.
– ¿Puede saberse por qué? -inquirió Roger Anderson.
– Se trata de una investigación por homicidio, señor -respondió Rebus tajante-. Golpearon salvajemente a un hombre y el asesino anda suelto. Nuestro cometido es dar con él… lamento los inconvenientes que les pueda acarrear.
– Pues no lo parece -refunfuñó Anderson.
– Pues en realidad, señor Anderson, lo siento de corazón. Perdone si a veces no se nota -añadió volviéndose de espaldas como si fuera a marcharse, pero se detuvo-. Por cierto, ¿qué coche es ése que tiene que dejar aparcado donde hay mucha luz?
– Un Bentley Continental GT.
– De lo que deduzco que no trabaja en el departamento de correo del FAB.
– No quiere decir que no empezara allí, inspector. Bien, si me disculpa… Oigo como tirita la cena en la cocina.
La señora Anderson se llevó una mano a la boca en gesto de horror y salió disparada hacia la cocina.
– Se ha quemado -dijo Rebus-. Puede consolarse con un par más de copas de ginebra.
Anderson optó por no replicar y se puso en pie para acompañarlos hasta la puerta.
– ¿Cenaron bien? -preguntó Clarke como quien no quiere la cosa-. Me refiero a después de los villancicos, por supuesto.
– Muy bien. Gracias.
– Siempre tengo interés por enterarme de un buen restaurante.
– Con toda seguridad, dentro de sus posibilidades -comentó Anderson con una sonrisa irónica que daba a entender lo contrario-. Se llama el Pompadour.
– Yo me las arreglaré para que pague él -comentó ella señalando con la cabeza a Rebus.
– Muy acertado -replicó Anderson riendo. Aún contenía la risa cuando cerró la puerta.
– No me extraña que a su mujer le guste el jardín, así puede pasar algún rato sin tener que aguantar a ese pretencioso -murmuró Rebus camino adelante metiendo la mano en el bolsillo pura sacar el tabaco.
– Si te digo algo interesante -dijo Clarke en broma-, ¿me invitas a cenar en el Pompadour?
Rebus, mientras manipulaba el encendedor, asintió con la cabeza.
– En la recepción del hotel estaba el menú sobre el mostrador.
– ¿Cómo? -replicó Rebus expulsando humo.
– El Pompadour es el restaurante del hotel Caledonian.
Él la miró un instante y a continuación volvió hacia la puerta y llamó con dos puñetazos. Roger Anderson abrió con cara de pocos amigos, pero Rebus no le dio tiempo a quejarse.
– Antes de la agresión -dijo-, Alexander Todorov estuvo tomando una copa en el bar del Caledonian…
– ¿Y qué?
– Que ustedes estuvieron en el restaurante. ¿No lo vieron por causalidad?
– Nosotros no nos acercamos al bar. Es un hotel grande, inspector…
Anderson hizo gesto de volver a cerrar la puerta, y Rebus pensó en interponer el pie. Probablemente hacía años que no lo había hecho; pero como no se le ocurría ninguna pregunta, se contentó con clavar los ojos en Roger Anderson hasta que la sólida puerta se cerró del todo. Incluso así siguió mirando intensamente unos segundos, como deseando que volviera a abrirse. Pero Anderson no reapareció. Rebus volvió sobre sus pasos por el camino de entrada.
– ¿Has sacado alguna conclusión? -preguntó Clarke.
– Vamos a interrogar al otro testigo y después te diré lo que pienso.