Читаем La música del Adiós полностью

El piso de Nancy Sievewright estaba en la tercera planta de una casa de alquiler de Blair Street. En la acera opuesta, un cartel luminoso anunciaba una sauna en un sótano; más adelante, en la pronunciada cuesta, había un grupo de fumadores fuera de un bar y de más allá, en Hunter Square, lugar habitual de reunión de vagabundos hasta que los echaba la policía, llegaban chillidos y gritos.

No había mucha luz en la entrada, y Rebus alumbró con el encendedor el portero automático para que Clarke leyera los nombres. Como eran pisos de alquiler, y dados los movimientos de población, en algunos botones aparecían varios nombres con enmiendas garabateadas y restos de cinta adhesiva. El nombre de Sievewright era legible y cuando Clarke pulsó el botón la puerta se abrió con un clic sin que nadie preguntara quién llamaba. En la escalera había bastante luz y montones de guías telefónicas de varios años.

– Alguien tiene un gato -dijo Rebus olfateando.

– O un problema de incontinencia urinaria -añadió Clarke.

Subieron la escalera de piedra; Rebus se detuvo en los descansillos simulando leer los nombres de las puertas, pero en realidad era para recobrar aliento. Cuando llegó al tercer piso Clarke ya había llamado al timbre, y abrió un joven de pelo despeinado y barba negra de una semana. Tenía los ojos pintados y una banda deportiva roja.

– Ah, no es Kelly -dijo.

– Sentimos decepcionarte -dijo Clarke mostrando el carnet de policía-. Queremos ver a Nancy.

– No está -respondió él en un tono claramente a la defensiva.

– ¿Te ha contado que encontró el cadáver?

– ¿Qué? -exclamó el joven quedándose un buen instante con la boca abierta.

– ¿Eres amigo de ella?

– Compañero de piso.

– ¿No te lo contó? -insistió Clarke esperando una respuesta que no obtuvo-. Bueno, de todos modos, se trata de una visita rutinaria. Ella no ha hecho nada malo…

– Así que si eres tan amable de hacernos pasar -terció Rebus-, procuraremos olvidar ese remedo de Bob Hope -añadió con una sonrisa alentadora.

– Naturalmente -dijo el joven abriendo un poco más la puerta. Vieron a Nancy Sievewright saliendo de su dormitorio.

– Hola, Nancy -dijo Clarke entrando en el vestíbulo. Había cajas por todas partes con cosas para reutilizar y cosas para tirar, cachivaches que no cabían en los modestos armarios del piso-. Queremos comprobar algunos datos contigo.

Nancy cerró desde el pasillo la puerta del dormitorio. Vestía una falda corta ceñida con leotardos negros y un exiguo body que dejaba ver su estómago y un ombligo con piercing.

– Iba a salir en este momento -dijo.

– Yo me pondría algo más -comentó Rebus-. Hace un frío que pela.

– Será cosa rápida -añadió Clarke-. ¿Dónde prefieres que hablemos?

– En la cocina -respondió Nancy. Efectivamente, a través de otra puerta cerrada, probablemente el cuarto de estar, llegaba el olor dulzón a droga y música farragosa y electrónica que, aunque Rebus no conocía, le recordaba a Tangerine Dream.

La cocina era estrecha y desordenada, como si los ocupantes del piso se alimentaran de comida preparada para llevar. La ventana estaba abierta unos centímetros sin que ello contribuyese a paliar el mal olor del fregadero.

– A alguien se le ha olvidado fregar -comentó Rebus.

Nancy, sin hacer caso del comentario, aguardaba con los brazos cruzados a que le hicieran preguntas. Clarke volvió a abrir su carpeta y sacó el impecable informe de Todd Goodyear y otra tarjeta de visita.

– Queremos que pases por Gayfield Square lo antes posible -comenzó diciendo-, para hacer una declaración firmada. Pregunta por uno de estos agentes -añadió tendiéndole la tarjeta-. Mientras, quisiéramos comprobar un par de cosas. ¿Volvías a este piso cuando encontraste a la víctima?

– Exacto.

– Venías de casa de una amiga en… -prosiguió Clarke, fingiendo consultar el informe y esperando que Nancy completara la frase, pero la joven no parecía recordarlo bien-. Great Stuart Street -apostilló. La joven asintió con la cabeza-. ¿Cómo se llama esa amiga, Nancy?

– ¿Para qué es necesario eso?

– Es la manera de investigar: recabamos la mayor cantidad de datos posibles.

– Se llama Gill.

Clarke anotó el nombre.

– ¿Apellido? -inquirió.

– Morgan.

– ¿En qué número de la calle vive?

– En el dieciséis.

– Estupendo -dijo Clarke anotándolo-. Gracias.

Se abrió la puerta del cuarto de estar y asomó una cabeza de mujer que desapareció al ver la mirada ceñuda de Rebus.

– ¿Quién es vuestro casero? -optó por preguntar Rebus. Nancy se encogió de hombros.

– Yo le pago el alquiler a Eddie.

– ¿Eddie es quien nos abrió la puerta?

La joven asintió con la cabeza y Rebus dio unos pasos para volver al recibidor. Encima de una de las cajas de cartón había un montón de correo y, mientras Clarke hacía otra pregunta, lo examinó y le llamó la atención uno de los sobres. En lugar de sello llevaba la estampilla de franquicia comercial con el nombre de una empresa: Alquileres MGC. Dejó el sobre y escuchó la respuesta de Nancy.

– Yo no sé si estaba cerrado el aparcamiento, ¿eso qué importancia tiene?

– No mucha -admitió Clarke.

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