Читаем La música del Adiós полностью

– Creemos que la agresión a la víctima se produjo allí -añadió Rebus-. El difunto debió de seguir tambaleándose hasta donde tú le encontraste o lo arrastraron hasta allí.

– ¡Yo no vi nada! -chilló la joven con lágrimas en los ojos, estrechando más los brazos en torno a su cuerpo. Volvió a abrirse la puerta del cuarto de estar y Eddie salió al vestíbulo.

– Dejen de molestarla -dijo.

– No estamos molestándola, Eddie -replicó Rebus. El joven palideció al ver que Rebus sabía su nombre. Se quedó mirándole un instante por guardar la cara y volvió a entrar en el cuarto de estar-. ¿Por qué no le contaste a él lo que sucedió? -preguntó Rebus a Nancy.

La joven meneó despacio la cabeza después de parpadear para dispersar sus lágrimas.

– Yo sólo quiero olvidarlo todo.

– No me extraña -terció Clarke comprensiva-, pero si recuerdas algo… -señaló la tarjeta de visita.

– Llamaré -asintió Nancy.

– Y tienes que venir a la comisaría -añadió Clarke-, el lunes, cuando te venga bien.

Nancy Sievewright asintió con la cabeza, abatida. Clarke dirigió una mirada a Rebus por si tenía alguna pregunta y él decidió hacerla.

– Nancy, ¿has estado alguna vez -dijo despacio-, en el hotel Caledonian?

– Sí, claro -replicó la joven con desdén-, me paso el día allí.

– Lo pregunto en serio.

– ¿Usted qué cree?

– Supongo que quieres decir que no.

Rebus hizo un seco movimiento de cabeza a Clarke para indicarle que habían terminado, pero antes de salir abrió la puerta del cuarto de estar. Estaba lleno de humo. No había lámpara de techo, sino dos lamparitas con bombilla roja y una fila de velas gruesas en la repisa de la chimenea. Vio la mesita de centro llena de papeles de fumar, trocitos de cartón y restos de tabaco. Además de Eddie había tres figuras repantigadas en los sillones y en el suelo. Rebus los saludó con una inclinación de cabeza y volvió a cerrar.

– ¿Tú tomas algo? -preguntó a Nancy, que ya les abría la puerta-. ¿Fumas hachís?

– Alguna vez -reconoció la joven.

– Gracias por decir la verdad -dijo Rebus. En el escalón de entrada había una joven; Kelly, seguramente. Probablemente era de la misma edad que Nancy, pero con aquel maquillaje exagerado habría podido entrar en casi todos los locales nocturnos para mayores de 21 años.

– Adiós -dijo Nancy, despidiéndose.

Al cerrarse la puerta oyeron que Kelly preguntaba a Nancy quiénes eran y la respuesta amortiguada de ésta: «Empleados del casero». Rebus lanzó un resoplido.

– ¿Sabes quién es ese casero? -espetó hasta que vio que Clarke se encogía de hombros-. Morris Gerald Cafferty… el de Alquileres MGC.

– Me constaba que era dueño de diversos pisos -comentó Clarke.

– No se puede dar un paso en esta ciudad sin tropezarse con las huellas de las garras de Cafferty -añadió Rebus, pensativo un instante.

– Nos ha mentido -aseguró Clarke.

– ¿Sobre esa amiga a quien fue a visitar? -preguntó Rebus asintiendo con la cabeza.

– ¿Por qué lo haría?

– Probablemente por mil razones.

– Sus amigos fumetas, por ejemplo -sugirió Clarke bajando la escalinata-. ¿Merece la pena hablar con esa tal Gill Morgan del 16 de Great Stuart Street?

– Tú verás -contestó Rebus, mirando por encima del hombro hacia el portal de Nancy Sievewright-. Desde luego, es una anomalía.

– ¿En qué sentido?

– En este maldito caso parece que todos entran y salen del Caledonian como Pedro por su casa.

Clarke esbozó una sonrisita y en ese momento se abrió la puerta a sus espaldas y Nancy Sievewright bajó la escalinata para ir a su encuentro.

– Podrían hacerme un favor… -dijo en voz baja.

– ¿Qué favor, Nancy?

– Mantengan a ese tipo lejos de mí.

Siobhan y Rebus intercambiaron una mirada.

– ¿De qué tipo hablas? -preguntó ella.

– El que iba con su mujer, el que llamó a la policía…

– ¿Roger Anderson? -inquirió Rebus entrecerrando los ojos. Nancy asintió nerviosa con la cabeza.

– Vino ayer cuando yo no estaba en casa, pero se ve que me esperó porque estaba aparcado enfrente cuando volví.

– ¿Qué quería?

– Dijo que estaba preocupado por mí y que venía a ver si me encontraba bien -dijo, volviendo a subir la escalinata-. Me tiene harta.

– ¿Harta de qué? -preguntó Rebus, pero ella, sin contestar, cerró la puerta despacio.

– Maldita sea -exclamó Clarke-. ¿Qué habrá querido decir?

– Algo que podemos preguntar al señor Anderson. Es curioso, yo estaba precisamente pensando que Nancy se parece un poco a su hija.

– ¿Y él cómo supo su dirección?

Rebus se encogió de hombros.

– Eso puede esperar -dijo al cabo de un instante de reflexión-. Tengo otra misión para ti esta tarde…


* * *


Otra misión. Es decir: que estaría sola cuando entró al despacho de Macrae. El inspector jefe había asistido a algún acto y vestía esmoquin con pajarita. En la calle, aguardaba un coche con chófer para llevarle a casa. Se sentó en el escritorio quitándose la pajarita y se desabrochó el primer botón. Tenía un vaso con agua que acababa de servirse y esperó a que Clarke comenzara a hablar. Ella se aclaró la garganta, maldiciendo a Rebus, que había asegurado que Macrae le haría caso. Esa era la misión.

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