– Lo haré en cuanto sepa qué voy a decirle a Todd -respondió ella.
– Que tengas suerte.
Uno de los operarios de las cámaras de videovigilancia gritó de pronto a su compañero que en la cámara 10 se veía a un ratero de tiendas entrando a la estación de autobuses. El gruñido de Clarke casi resonó en la sala de control.
– Estás en el Ayuntamiento -dijo.
– Acabarás siendo buen policía.
– John… estás suspendido de servicio.
– Siempre se me olvida.
– ¿Qué haces, repasar las cintas de aquella noche?
– Exacto.
– ¿Tratando de localizar a un sospechoso en concreto?
– ¿Tú qué crees?
– ¿Por qué diablos iba a querer Cafferty que mataran a un poeta ruso?
– A lo mejor le fastidian los versos sin rima. Por cierto, aquí hay para ti otra cosa extraña: el CD que me dio el compañero de piso de Sievewright está grabado en Estudios Riordan.
– Otra casualidad -replicó Clarke, haciendo una pausa-. ¿Crees que convendría hablar con el ingeniero de sonido?
– Tienes gente de sobra, Shiv. Conviene seguir cualquier pista por débil que sea.
– No se me da bien delegar.
– A mí tampoco. ¿Vas a ir directamente de la comisaría a casa?
– Ese es el plan.
– Entonces me contentaré con pensar en ti.
– John, prométeme que no vas a ir al hotel Caledonian a tomar más copas.
– Sí, jefa. Te llamo más tarde -dijo cortando la comunicación y mirando el móvil. Tenía de lo más irritados a Macrae, a MacFarlane y a Andropov-. Bueno -dijo con voz queda cogiendo otra cinta.
– ¿Puedo preguntarte una cosa sobre tu hermano?
Clarke hizo salir a Todd Goodyear al pasillo para hablar a solas con él. Ya había distribuido las tareas para los nuevos refuerzos; unos estudiaban la «
– ¿Sobre Sol? -dijo Goodyear perplejo-. ¿Qué quiere saber?
– Esa pelea en que intervino, ¿cuándo fue?
– El miércoles por la noche.
Clarke asintió con la cabeza. La misma noche de la agresión a Todorov.
– ¿Puedes darme su dirección?
– ¿Qué es lo que ocurre?
– Resulta que es probable que conozca a Nancy Sievewright.
– No me diga -replicó él echándose a reír.
– No es broma -añadió Clarke-. Creemos que era su proveedor. ¿Sabías que seguía trapicheando?
– No -respondió Goodyear ruborizándose.
– Necesito su dirección.
– Yo no la tengo. Vive en algún lugar de Grassmarket…
– Creí que vivía en Dalkeith.
– Sol cambia mucho de domicilio.
– ¿Cómo supiste que había intervenido en una pelea?
– Me llamó él.
– ¿Así que seguís en contacto?
– Él tiene mi número de móvil.
– ¿Y tú el suyo?
Goodyear negó con la cabeza.
– Él lo cambia de vez en cuando.
– Y esa pelea… ¿sabes dónde fue?
– En un pub de Haymarket.
Clarke asintió con la cabeza. Creyó recordar que el agente de la científica Tam Banks recibió un mensaje sobre el incidente y lo mencionó en el escenario del crimen de Todorov. Una puñalada…
– Así que no estáis en contacto y ¿él te telefonea cuando le apuñalan?
Goodyear no contestó.
– ¿Qué importancia tiene si resulta que conoce a Nancy Sievewright?
– Será otro cabo suelto que habrá que verificar.
– Tenemos más cabos sueltos que una alfombra vieja -dijo. Clarke respondió con una sonrisa cansada mientras Goodyear hundía los hombros con un suspiro-. ¿Cuando averigüe la dirección de Sol querrá que yo la acompañe?
– No puede ser. Eres su hermano.
Él asintió con la cabeza.
– ¿La comisaría del West End se ocupó de esa pelea? -preguntó ella refiriéndose a la de Torphichen Place. Goodyear asintió con la cabeza.
– Le interrogaron en Urgencias. Yo le vi cuando le habían trasladado a una sala para que pasara la noche en observación.
– ¿Crees que ocultó algo?
Goodyear se encogió de hombros.
– Él declaró que estaba tomando una copa y que aquel individuo le agredió. Salieron a la calle y Sol llevó las de perder.
– ¿Y el otro?
– No dijo nada sobre él -respondió Goodyear mordiéndose el labio inferior-. Si Sol está implicado… ¿quiere decir que hay conflicto de intereses y tendré que volver a mi comisaría y ponerme el uniforme?
– Tendré que consultarlo con el inspector jefe Macrae.
Goodyear asintió de nuevo con la cabeza, esta vez pesaroso.
– Yo no sabía que seguía traficando -dijo-. Tal vez Sievewright miente…
Clarke compuso en su mente la imagen de apoyar una mano en el brazo del joven para animarle, pero lo que hizo fue alejarse por el pasillo hasta la atestada sala del DIC. Habían traído sillas de los cuartos de interrogatorio y tuvo que esquivarlas para llegar a su mesa, que ocupaba un agente que, sin moverse, pidió disculpas. Había otros tres agentes en torno a la mesa de Rebus. Clarke cogió el teléfono y llamó a Torphichen; pasaron la llamada al DIC y se puso al habla el inspector Shug Davidson.
– Quería darte las gracias -dijo él conteniendo la risa-, por habernos librado de Ray Reynolds.