Clarke miró al otro lado de la sala hacia el aludido, un agente de uniforme que hacía nueve años que no ascendía. Estaba frente a la pared del Crimen restregándose el estómago como a punto de lanzar uno de sus tremendos eructos.
– Me alegro -replicó Clarke-, porque yo quiero pedirte un favor a cambio.
– Me han dicho que a Rebus le han suspendido de servicio…
– Las noticias vuelan.
– La edad no le ha ablandado, como dijo no sé quién.
– Escucha, Shug, ¿recuerdas una pelea que hubo la noche del miércoles en un pub de Haymarket?
– ¿Te refieres a Sol Goodyear?
– Exacto.
– Creo que tienes a su hermano de refuerzo. Parece un buen tío. Yo creo que pasa apuros por Sol… y con razón. Ese Sol no para.
– ¿Y esa pelea en la que intervino…?
– En mi opinión un cliente le debía dinero, no quiso pagarle y agredió a Sol. Estamos planteándonos si cerramos el caso como homicidio frustrado.
– Todd dice que sólo estuvo una noche en el hospital.
– Con ocho puntos en el costado. Era más bien un corte que un navajazo. Tuvo suerte.
– ¿Detuvisteis al agresor?
– Alega defensa propia, naturalmente. Se llama Larry Fintry, de apodo Larry el Loco. En mi opinión debería estar en el psiquiátrico.
– En atención comunitaria, Shug.
– Sí, con medicación de Sol Goodyear.
– Tengo que hablar con Sol -dijo Clarke.
– ¿Por qué?
– A causa del asesinato de Todorov. Creemos que la chica que encontró el cadáver iba camino de encontrarse con él.
– No me extrañaría -comentó Davidson-. La última dirección que tengo de él es Raeburn Wynd.
Clarke se quedó de piedra un instante.
– Ahí apareció el cadáver.
– Lo sé -dijo Davidson riendo-. Y si Sol no hubiera sufrido un navajazo en Haymarket aproximadamente a la misma hora, te lo habría dicho antes.
Al final se hizo acompañar por Phyllida Hawes. Tibbet puso cara de afligido, como si temiese que Siobhan ya hubiera tomado la decisión de que fuera su sustituta en el cargo de sargento cuando ella ascendiera. Clarke no se había molestado en recordarle que ella apenas tenía capacidad de intervención en los ascensos y se limitó a decirle que quedaba encargado del caso hasta que regresaran, lo que le animó un poco.
Fueron en el coche de Clarke, con una conversación sobre compras interrumpida por incómodos silencios. Hawes deseaba saber cuál sería la situación tras la jubilación de Rebus (pero no se atrevía a preguntar) y Clarke tampoco sacó a colación la relación de Hawes con Tibbet. Fue un alivio cuando finalmente pararon al pie de Raeburn Wynd. Era una bocacalle en forma de L. Desde la vía principal sólo se veían garajes y cocheras, pero doblando la esquina había antiguos edificios para cuadras y carrozas rehabilitados como viviendas.
– ¿No oyó nada ningún vecino? -preguntó Hawes.
– Seguramente enviaré a unos agentes a que pregunten de nuevo enseñando el retrato robot -dijo Clarke.
– Por favor, ¿no podría ser uno de ellos Ray Reynolds?
– No has tardado mucho en mencionarlo -comentó Clarke con una sonrisa.
– Me habían contado cosas de él, pero supera la realidad -añadió Hawes.
Doblaron la esquina hacia el tramo de las caballerizas. Clarke se detuvo en una de las puertas, comprobó las señas que había anotado en su libreta y llamó al timbre. Al cabo de veinte segundos repitió la llamada.
– ¡Va! -se oyó gritar dentro, además de ruido de pasos fuertes en la escalera, hasta que Sol Goodyear abrió finalmente la puerta. Tenía que ser él, dadas las pestañas y aquellas orejas iguales que las de su hermano.
– ¿Solomon Goodyear? -preguntó Clarke.
– Dios, ¿qué quieren?
– Ha acertado. Soy la sargento Clarke y ésta es la agente Hawes.
– ¿Traen mandamiento judicial?
– Queremos hacerle unas preguntas sobre el homicidio.
– ¿Qué homicidio?
– El cometido al final de su calle.
– Yo estaba en el hospital.
– ¿Cómo tiene la herida?
Él se alzó la camisa y enseñó una gran compresa por encima de la cintura.
– Pica una barbaridad -respondió, y añadió al acto-: ¿Cómo lo sabía?
– Me informó de ello el inspector Davidson de la comisaría de Torphichen. Y también mencionó a Larry el Loco. En realidad, tuvo suerte… antes de enfrentarse a alguien conviene saber su apodo.
Sol Goodyear dio un resoplido, pero sin hacer el menor gesto de invitarles a entrar.
– Mi hermano es policía -dijo.
– ¿Ah, sí? -dijo Clarke fingiendo sorpresa, convencida de que Sol se lo diría a cualquier policía con quien se tropezara.
– De momento es agente de uniforme. Todd siempre ha sido muy inteligente. Era la oveja blanca de la familia -añadió riéndose, y Clarke pensó que era otro de sus latiguillos.
– Qué gracia -comentó Hawes en un tono que daba a entender lo contrario. La risa de Sol cesó de pronto.
– Bien, de todos modos -añadió aspirando por la nariz-, yo no estaba aquí esa noche. No me dieron de alta hasta el otro día por la tarde.
– ¿Fue Nancy a verle al hospital?
– ¿Nancy, qué?
– Su novia Nancy. Ella venía hacia aquí cuando se tropezó con el cadáver. Usted iba a venderle droga para una amiga suya.
– No es mi novia -replicó él, decidiendo en una fracción de segundo que no valía la pena mentir a la vista de lo que sabían.