Llevaba aparcado allí dos horas para nada. La pausa de quince minutos para comprar en el quiosco le habría dado a Cafferty tiempo de sobra para salir sin que él lo viera. Tal vez aquella noche ocupaba la habitación del Caledonian. Como vigilancia era lamentable, pero es que además no estaba seguro de que fuese una vigilancia. Tal vez fuese un simple pretexto para no ir a casa, donde lo único que le esperaba era una reedición de
– Por eso o porque no tengo mentalidad de rebaño -replicó él. Ella ya se había comprado un MP3 y música
– ¿Como el trabajo de la policía? -replicó ella sonriendo. Él ni se molestó en contestar que era precisamente lo que iba a decir.
Terminó las patatas fritas y dobló la bolsa a lo largo para poder hacer un nudo. No sabía por qué hacía eso; le parecía que era más limpio de algún modo. Cuando estaba en el ejército lo hacía un compañero y a él le había dado por imitarle. Era muy distinto a prenderla con una cerilla y ver cómo empequeñecía y se convertía en una bolsa en miniatura, como de casa de muñecas. Eran placeres sencillos; como estar sentado en el Saab de noche en una calle tranquila oyendo música con el estómago lleno. Aguantaría una hora más. Tenía
Salía un coche marcha atrás de una verja más allá de donde él acechaba. Una verja muy parecida a la de Cafferty, y el coche también. Lo conducía el guardaespaldas, porque en el asiento trasero la luz de lectura iluminaba la calva de Cafferty. Iba leyendo unos papeles. Rebus aguardó. Doblaba hacia donde él estaba y pasaría junto a él. Se agachó y esperó a que pasaran las luces. Vio que ponía el intermitente derecho, y él dio a la llave de contacto, giró en redondo y lo siguió. En el cruce de Granville Terrace el coche de Cafferty se situó delante de un autobús de dos pisos y Rebus tuvo que esperar a que se despejase el tráfico, pero sabía que el coche de Cafferty no podía doblar hasta Leven Street; permaneció detrás del autobús hasta que puso el intermitente de parada y lo adelantó en ese momento. Le separaban cien metros del coche, pero finalmente vio que se encendían las luces de los frenos al llegar a King’s Theatre y cuando se aproximaba más reparó en que algo fallaba: no era el coche de Cafferty.
Siguió detrás de él, y otro coche que lo precedía se detuvo en el semáforo en rojo, pero tampoco era el de Cafferty. Era imposible que el guardaespaldas hubiese adelantado a los dos vehículos, logrando cruzar el semáforo en verde. Él había ido detrás del autobús quizá dos minutos y al pasar el cruce de Viewforth había mirado a un lado sin ver doblar el coche de Cafferty. Tenía que haberse desviado muy rápido por alguna de las bocacalles estrechas, pero ¿cuál? Giró de nuevo en redondo ante las protestas de un taxi que le siguió por Gilmore Place. Vio algunas pensiones de huéspedes con jardín delantero pavimentado y convertido en aparcamiento, pero entre los vehículos no había nada parecido al Bentley de Cafferty.
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