Читаем La música del Adiós полностью

– Por lo menos es mío -replicó. El hombre sonrió y asintió con la cabeza, como admitiendo que era de la empresa.

– Quiere hablar con usted -dijo señalando con la cabeza hacia el Vectra.

– No me diga -replicó Rebus, mostrando mayor interés por el paquete de chicle.

– Debería hablar con él, inspector Rebus -añadió el hombre con una chispa en la mirada al ver la reacción provocada: un frenazo de emergencia en la masticación del chicle.

– ¿Quién es usted? -preguntó Rebus.

– Él se lo dirá. Voy a pagar la gasolina -respondió el hombre alejándose.

Rebus permaneció inmóvil un instante. El cajero miraba con curiosidad y el hombre del Vectra no apartaba la mirada del contador del surtidor. Rebus decidió acercarse a él.

– ¿Quiere hablar conmigo? -dijo.

– Créame, Rebus, es lo que menos me apetece.

Era un hombre ni alto ni bajo, ni grueso ni delgado. Su pelo era moreno y tenía unos ojos entre marrón y verde en un rostro perfectamente anodino, de los que apenas llaman la atención: ideal para misiones de vigilancia.

– Me imagino que es del DIC -añadió Rebus-, pero no le conozco, lo que quiere decir que no es de Edimburgo.

El hombre dejó de apretar la palanca de la manguera al marcar el contador treinta libras y la colgó en el soporte con gesto de satisfacción. Sólo en ese momento, después de cerrar el depósito y limpiarse las manos con el pañuelo, se dignó mirar a su interlocutor.

– Usted es el inspector John Rebus de la comisaría de Gayfield Square, división B de Edimburgo -dijo.

– Espere que lo apunte no se me vaya a olvidar -replicó Rebus haciendo gesto de meter la mano en el bolsillo para coger la libreta.

– Tiene un problema con el mando -prosiguió el hombre-, y por eso es un alivio para todo el mundo que se jubile. Han tenido que prohibir que pongan banderitas en la jefatura de Fettes.

– Por lo visto sabe todo lo concerniente a mi persona -comentó Rebus-. Y de momento, yo lo único que sé de usted es que conduce la clase de cacharro potente que les conceden a ciertos policías… generalmente a los que les encanta investigar a otros policías.

– ¿Cree que somos de Expedientes?

– Quizá no, pero ya veo que sabe quiénes son.

– Yo mismo he estado en su punto de mira un par de veces -confesó el hombre-. Es normal en un buen policía.

– Lo que me convierte en buen policía -añadió Rebus.

– Lo sé -dijo el hombre en voz queda-. Ahora, suba al coche para hablar.

– Mi coche… -dijo Rebus mirando por encima del hombro y viendo que el gigante de cara de bebé había logrado sentarse al volante del Saab y accionaba la llave de contacto.

– No se preocupe, Andy sabe mucho de coches -dijo el nuevo amigo de Rebus sentándose al volante del Vectra. Rebus dio la vuelta para ocupar el asiento del pasajero. El gigantón Andy había dejado un hoyo en él. Rebus miró a su alrededor en busca de indicios de la identidad del desconocido.

– Veo que no es tonto -dijo el hombre-, pero estando de servicio secreto hay que procurar que no te descubran.

– Yo no debo de ser muy competente, dado que no le ha costado mucho descubrirme.

– Pues no, desde luego.

– Mientras que a su compañero Andy sólo le falta llevar la palabra «policía» tatuada en la frente.

– Hay quien dice que parece un gorila.

– Los gorilas suelen ser un pelín más elegantes.

El hombre levantó un móvil y se lo mostró a Rebus.

– ¿Quiere que le haga ese comentario mientras está a cargo de su vehículo?

– Tal vez más tarde -replicó Rebus-. Bien, ¿quién es usted?

– Somos del SCD -contestó el desconocido. Era la abreviatura de SCDEA, la Agencia Escocesa de Represión del Crimen y la Droga-. Yo soy el inspector Stone.

– ¿Y Andy?

– Es el sargento Prosser.

– ¿En qué puedo servirle, inspector Stone?

– Puede empezar por llamarme Calum, y supongo que puedo llamarle John.

– Simpático y amigable, ¿verdad, Calum?

– Tratemos de ser sociables, a ver qué tal.

El Saab puso el intermitente para salir de la avenida. Entraron en el aparcamiento de un casino no muy lejos del Ocean Terminal. El Saab se detuvo y Stone hizo lo propio al lado.

– Parece que Andy sabe por dónde anda -comentó Rebus.

– Sólo por las rutas para ir al fútbol. Andy es del Dumfermline y viene aquí a ver jugar a su equipo contra el Hibs y el Hearts.

– No vendrá muchas veces más tal como está presionando el Pars.

– Ay, sí.

– Lo tendré en cuenta.

Stone se volvió en el asiento para ver mejor la cara a Rebus.

– Iré directo al asunto, porque creo que si no se sulfurará. Espero que me corresponda en iguales términos -hizo una pausa-. ¿Por qué muestra tanto interés por Cafferty y el ruso?

– Por un caso que investigo.

– ¿El homicidio de Todorov?

Rebus asintió con la cabeza.

– Da la casualidad de que la última copa antes de morir se la tomó en compañía de Cafferty. Y Andropov estaba en ese momento en el bar.

– ¿Cree que están los dos conchabados?

– No estaba muy seguro de en qué.

– ¿Y ahora?

– Andropov trata de comprar un buen trozo de Edimburgo -aventuró Rebus-, y Cafferty es el intermediario.

– Podría ser -comentó Stone.

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