Читаем La música del Adiós полностью

– Eso no lo ha dicho ella -replicó Gentry con aplomo, pero Rebus vio en sus ojos que vacilaba-. Yo no le presenté a nadie.

Rebus se encogió de hombros sin sacar las manos de los bolsillos.

– A mí ni me va ni me viene -dijo-. Ella dice que trapicheas y tú que no… Pero todos sabemos que aquí se fuma costo.

– Que se lo da su novio -exclamó Gentry, pero acto seguido añadió-: Ni siquiera es su novio, pero ella se lo cree.

– ¿Quién?

– No lo sé. Sólo ha estado aquí un par de veces, y ella le llama Sol… dice que es el nombre del astro en latín. Pero a mí no me parece muy deslumbrante.

Rebus se echó a reír como si fuera el mejor chiste que oía desde hacía tiempo; Gentry sonrió.

– No puedo creerme que haya intentado mezclarme -musitó.

– Mezcló también a una amiga suya -añadió Rebus-. Le pidió que le proporcionara una coartada -espetó rematando la frase.

– ¿Una coartada? -repitió Gentry-. Dios, ¿creen que mató a ese hombre?

Otro encogimiento de hombros fue la respuesta de Rebus.

– Dime una cosa -añadió-, ¿tiene Nancy una capa o algo parecido? ¿Como los manteos que llevan los frailes?

– No -respondió Gentry, perplejo por la pregunta.

– ¿Tú conoces a su amiga Gill?

– ¿Esa pija de la Ciudad Nueva? -inquirió Gentry torciendo el gesto.

– Así que la conoces…

– Vino a una fiesta hace tiempo.

– Tengo entendido que ella da buenas fiestas también. Podrías jugar al tenis con ella.

– Antes me clavo alfileres en los ojos.

– Seguramente tienes razón, del mismo modo que yo antes oigo a Dick Gaugahn que a James Blunt -dijo Rebus con un fuerte estornudo, sacando el pañuelo del bolsillo-. Ese Sol que dices… ¿sabes su dirección?

– Pues no.

– No importa -Rebus se acercó otra vez a la ventana, guardándose el pañuelo mientras miraba la calle. Nancy Sievewright no tardaría en regresar. Estaría al principio de Leith Street, después North Bridge y Hunter Square-. ¿Cantas también?

– Algo.

– Pero no en un grupo.

– No.

– Deberías ir a Fife. Un amigo mío dice que allí hay ambiente musical.

– Yo he tocado en el Antrusther.

– Es curioso que se piense que el East Neuk es el centro de todo… antes estaba cerrado en invierno y el fin de semana.

Gentry sonrió.

– Espere un momento -dijo saliendo de la sala de estar. Volvió un minuto después con algo que le tendió a Rebus: un CD en estuche de plástico sin carátula, con un papel doblado y los títulos de tres canciones-. Es mi maqueta -añadió orgulloso.

– Estupendo -dijo Rebus-. ¿Te la devuelvo después de oírla?

– Puedo copiar otra -respondió Gentry moviendo la cabeza.

Rebus dio unos golpecitos con el disco en la palma de su mano izquierda.

– Te doy las gracias, Eddie. Siempre que no lo consideres un soborno…

– No, yo sólo… -balbució Gentry horripilado. Pero Rebus le puso la mano en el hombro y le aseguró que era una broma-. Ah, bueno -dijo el joven.

– Gracias de nuevo -añadió él haciendo un molinete con el compacto camino del pasillo y de la puerta.

Cuando la cerró a sus espaldas, echó escalera abajo justo en el momento en que Nancy Sievewright subía con la bolsita de plástico de la cinta del interrogatorio. Rebus le dirigió una inclinación de cabeza y una sonrisa, pero ella no correspondió. De todos modos, él sintió que le seguía con la mirada mientras bajaba. Cuando llegó al final miró hacia arriba: allí estaba parada en el mismo sitio.

– Se lo he dicho -dijo él.

– ¿El qué y a quién? -preguntó ella.

– A Eddie, tu compañero de piso -respondió Rebus-. De quien no querías darnos el nombre.

Salió de la casa y abrió el coche. Menos mal que no le habían multado.

«Es mi día de suerte», dijo para sus adentros. Por fin había instalado en el Saab un reproductor de compactos. Sacó el regalo de Gentry del estuche y lo introdujo en el aparato mientras leía los títulos de las canciones: «Meng’s Mons», «Juglar triste» y «Blues del reverendo Walter». Le encantaron. Con el volumen bajo, sacó el móvil y llamó a Siobhan Clarke.

– Dime que estás en un pub -dijo ella respondiendo a la llamada.

– Pues estoy en Blair Street, y me debes veinte libras.

– No puedo creérmelo.

– Y menos cuando te lo diga -hizo una pausa para mayor efecto-. Sievewright consigue la droga de un tal Sol. Su compañero de piso cree que se llama así por el astro del día, pero nosotros sabemos que no, ¿no es cierto?

– ¿Sol Goodyear?

– Me imagino que no tienes a Todd al lado.

– Está preparándome un café.

– ¡Qué encanto!

– ¿Sol Goodyear? -repitió ella como si no acabara de creérselo. Finalmente le preguntó qué música escuchaba.

– El compañero de piso de Nancy toca la guitarra.

– Supongo que no está en el coche contigo.

– Probablemente ahora estará contándole los pros y los contras a Sievewright. Me ha regalado una maqueta suya.

– Qué detalle. Me apostaría algo a que no recuerdas la última vez que escuchaste algo posterior a 1975.

– Tú me diste un disco de Elbow…

– Es verdad -no iba a insistir en el tema-. ¿Así que ahora hay que añadir a la lista al hermano de Todd?

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