Poco a poco, Cyan empezó a darse cuenta de que aquél no era un caballero normal y corriente, y entonces lo descubrió: ¡el condenado caballero ya estaba muerto! Eso restaba gran parte de la emoción de matarlo. Cyan lanzó unos cuantos hechizos al azar contra el caballero, así como un par de rayos mágicos e intentó atraparlo en una telaraña, pero no consiguió nada. El dragón hizo rechinar los dientes, frustrado. Tal vez no pudiera acabar con el caballero, pero iba a asegurarse de que su vida de no muerto fuese insoportable.
Soth, al ver que impactaban unos rayos mágicos alrededor y que del cielo caía una telaraña, se quedó sorprendido, preguntándose quién podría estar utilizando esa magia. No podía ser obra de los hechiceros. Las lunas habían desaparecido. Levantó la cabeza a tiempo para ver que el dragón verde se lanzaba en picado sobre él. Parecía un halcón dispuesto a cazar, con las garras extendidas. Asombrado más allá de lo imaginable, Soth se preguntó de dónde había salido aquel dragón y por qué estaba empeñado en atacarlo. Pero no tuvo tiempo de encontrar una respuesta. En realidad no tuvo tiempo para mucho más que desenvainar su espada. Y quedó demostrado que eso no servía de nada.
Cyan atrapó a Soth entre sus garras y lo arrancó de su montura. El dragón elevó a Soth por los cielos mientras éste lo punzaba con la espada, y después lo soltó. A continuación, Cyan se lanzó sobre las filas de los caballeros espectrales. Cayó sobre ellos con todo su peso, los desgarró con sus garras y los mordió con sus colmillos. Arrancó, trituró y escupió huesos con sus poderosas mandíbulas.
Para entonces, Soth ya se había recuperado y volvía a estar sobre su caballo. Con su espada envuelta en llamas malignas, cabalgó tras el dragón.
La bestia alzó el vuelo y volvió a lanzarse al ataque. El Caballero de la Muerte abrió un tajo salvaje en el cuello del animal y Cyan aulló iracundo, mientras giraba en el aire. Describiendo círculos amenazadores, el dragón volvió a descender para un nuevo ataque.
Lord Soth, de pie sobre su montura negra, alzó la espada.
—Así se vuelve el mal contra sí mismo —dijo Raistlin.
Par-Salian se apartó de la ventana desde la que había estado presenciando aquella insólita batalla y se volvió. Raistlin tenía la mirada clavada en la vela que marcaba la hora, de la que apenas quedaba un montoncito de cera. Parecía agotado. Par-Salian no lograba imaginar siquiera el desgaste que supondría para la mente y el cuerpo controlar el orbe.
—Tengo que marcharme —dijo Raistlin—. Casi es la hora.
—¿La hora de qué? —preguntó Par-Salian.
—Del final. —Se encogió de hombros—. O del principio.
Sostenía el Orbe de los Dragones entre las manos. La movediza luz multicolor bañaba su tez dorada y se reflejaba en sus pupilas con forma de reloj de arena. Mientras Par-Salian observaba el Orbe de los Dragones, lo asaltó un pensamiento. Tomó aire, pero antes de que pudiera decir nada, Raistlin se fue. Desapareció tan silenciosa y rápidamente como había llegado.
—¡El Orbe de los Dragones! —exclamó Par-Salian y los otros dos hechiceros dejaron de mirar la batalla para mirarlo a él—. De todos los objetos jamás creados, Takhisis teme a éste por encima de todo. Si supiera que Majere posee uno, jamás le permitiría que lo utilizara.
—En concreto, jamás permitiría que utilizase la magia del orbe —convino Justarius, sintiendo que nacía en él la comprensión y la esperanza.
—¿Y eso qué significa, si es que significa algo? —preguntó Ladonna, mirando a los dos hombres.
—Significa que nuestra supervivencia está en manos de Raistlin Majere —dijo Par-Salian.
Y le pareció oír, susurrantes a través de la oscuridad, las palabras del joven mago.
—¡Recuerda nuestro trato, Maestro del Cónclave!
26
El Remolino Negro
Los dioses de la magia, con sus lunas ausentes del cielo, entraron en el Alcázar de Dargaard. Lord Soth no estaba allí. El caballero y sus guerreros cabalgaban sobre las alas de la furia hacia la Torre de Wayreth. El bosque de Wayreth había desaparecido. Los hechiceros que se habían reunido en la torre para la Noche del Ojo estaban desprovistos de su magia y eran vulnerables al abrumador ataque del Caballero de la Muerte. Sus jubilosas celebraciones bien podrían terminar en una masacre y con la destrucción de su torre.
Sin embargo, no había nada que pudiera hacerse al respecto. Tenían que hacer creer a Takhisis que los dioses de las lunas habían caído víctimas de su conspiración, que se habían enfrentado a los tres nuevos dioses del gris y que éstos los habían asesinado. Advertidos por Raistlin Majere, los tres habían acudido a la torre para tender una emboscada a esos nuevos dioses cuando intentaran entrar en el mundo.
—Nuestro mundo —dijo Lunitari, y los otros dos dioses repitieron sus palabras.
Las