Читаем La Torre de Wayreth полностью

Los dioses se dirigieron de inmediato a la cámara que Raistlin les había descrito, atravesando la piedra y la tierra para llegar a ella. Entraron en la cripta y se reunieron alrededor del único objeto que había en la habitación, el Reloj de Arena de las Estrellas. Observaron que los granos de arena del futuro relumbraban y brillaban en la parte superior del reloj. La otra mitad estaba oscura y vacía. De repente Nuitari señaló.

—¡Un rostro en la oscuridad! —dijo el dios—. ¡Uno de los intrusos está llegando!

—Yo también veo a uno —dijo Solinari.

—Yo ya veo al tercero —dijo Lunitari.

Los dioses invocaron toda su magia, retirándola de todos los rincones del mundo, atraparon el fuego y el rayo, la tempestad y el huracán, la oscuridad y la luz cegadoras, y entraron en el reloj de arena para enfrentarse a sus enemigos.

Pero cuando estuvieron dentro de esa negrura, los dioses de la magia no vieron enemigo alguno. Sólo se veían a sí mismos, y las estrellas que brillaban por encima. Mientras las contemplaban, las estrellas empezaron a dar vueltas, primero lentamente, después más rápido; giraban alrededor de un vórtice negro y, describiendo una espiral, empezaron a alejarse de ellos.

Y alrededor sólo había silencio y oscuridad, impenetrables y eternos. Ya no podían oír el canto del universo. No podían oír las voces de los otros dioses. No podían oírse entre ellos. Pero se veían caer, arrastrados por el vacío. Los tres intentaron agarrarse, sujetarse entre sí, pero caían demasiado rápido. Buscaron, desesperados, una forma de escapar, pero se dieron cuenta de que no existía.

Habían caído en un remolino, un remolino en el tiempo que giraría una y otra vez, arrastrando las estrellas, una a una, hasta el final de todas las cosas.

Sus manos no podían entrar en contacto, pero sí sus pensamientos.

«Una imagen en el espejo —pensó Solinari amargamente—. No hay otros dioses... Miramos el reloj de arena y nos vimos a nosotros mismos...»

«Estamos atrapados en el tiempo —pensó Nuitari enfurecido—. Atrapados por toda la eternidad. Raistlin Majere nos engañó. ¡Nos traicionó por Takhisis!»

«No —pensó Lunitari en medio del dolor y la desesperanza—. Raistlin también ha sido engañado.»

<p>27</p><p>Hermano y hermana. El Reloj de Arena de las Estrellas</p>Día vigesimocuarto, mes de Mishamont, año 352 DC

Raistlin abandonó los corredores de la magia y entró en el Alcázar de Dargaard. El resplandor de los colores del Orbe de los Dragones se desvanecía rápidamente en su mano. El orbe se había encogido hasta tener el tamaño de una canica. Raistlin abrió la bolsa y dejó caer el orbe dentro.

La habitación estaba a oscuras y, por suerte, en silencio. Las banshees no tenían motivo para entonar su terrible canto, pues el señor del alcázar estaba fuera. Soth estaría ausente una buena temporada, o eso imaginaba Raistlin. Cyan no era de los que se rendía, sobre todo cuando el enemigo se había cobrado su sangre.

El dragón jamás lograría derrotar al Caballero de la Muerte. Soth jamás lograría matar al dragón, pues Cyan se tenía en demasiada estima así mismo como para ponerse en una situación de auténtico peligro. Mientras pudiera hostigar y atormentar a su enemigo, no abandonaría la batalla. En cuanto el combate empezara a ponerse en su contra, el dragón optaría por la solución menos arriesgada y dejaría solo a su enemigo.

Raistlin entró en el dormitorio de Kitiara. Kit estaba en la cama. Tenía los ojos cerrados y respiraba profunda y acompasadamente. Raistlin percibió el cargante olor del aguardiente enano y supuso que su hermana, más que dormirse, había caído redonda, pues ni siquiera se había desvestido. Lucía una camisa de hombre, abierta por el cuello, de mangas amplias y largas, y unos pantalones ajustados de piel. Hasta llevaba todavía las botas.

Tenía buenas razones para haberse regalado con ese aguardiente. No tardaría mucho en abandonar el Alcázar de Dargaard. Unos pocos días antes, la reina Takhisis había convocado a sus Señores de los Dragones en Neraka para celebrar un consejo de guerra.

—Se dice que es posible que Takhisis decida que Ariakas ha cometido demasiados errores dirigiendo la guerra —había contado Kitiara a su hermano—. Elegirá a otra persona para ponerla al frente del imperio, alguien en quien confíe más. Alguien que realmente haya hecho algo por hacer avanzar nuestra causa.

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