—Si Raistlin regresara a este mundo, te tomaría de aprendiz. Estudiarías con el mago más grande que ha caminado por este plano existencial. Tu tío ya te ha hecho un valiosísimo regalo. ¿Qué más no haría por su amado sobrino?
Palin la miró de reojo, sólo de soslayo, pero la hechicera vio en el fondo de sus ojos la chispa que encendía el fuego que acabaría consumiéndolo.
Satisfecha, la Señora de la Noche se incorporó y se alejó. Ahora podía dejar solo al prisionero. Estaba a buen recaudo, enredado en los lazos de la tentación. E, inadvertidamente, arrastraría a su primo con él. Ésa era la razón de que la Reina Oscura hubiera hecho reunirse a los dos.
Lillith metió la mano en una bolsita de terciopelo negro, agarró un puñado de piedras al azar y, musitando un encantamiento, tiró las piedras al suelo. La Señora de la Noche se estremeció.
Había acertado en su conjetura. Takhisis debía tener estas dos almas... y enseguida.
La perdición estaba próxima.
8
La ciudad de Palanthas. Una búsqueda peligrosa y poco fructífera.
El calor del sol de mediodía se derramaba como aceite hirviente sobre las aguas de la bahía de Branchala. Ésta era la hora del día con mas actividad en los muelles de Palanthas, cuando el bote de Usha se unió a la multitud de otras embarcaciones que atestaban el puerto. No estando acostumbrada a semejante calor, ruido y barullo, Usha se sentó en su barco bamboleante y echó una mirada consternada a su alrededor. Enormes galeras mercantes tripuladas por minotauros se rozaban contra los grandes barcos pesqueros pilotados por los navegantes humanos de negra piel, oriundos de Ergoth del Norte. Barcazas de «mercado» más pequeñas se abrían paso con topetazos y golpes de proa entre las apiñadas embarcaciones, ganándose una lluvia de improperios y alguno que otro cubo de agua del pantoque o cabezas de peces cuando chocaban contra una embarcación de mayor tamaño. Para empeorar el desconcierto, un barco gnomo acababa de entrar en el puerta Las otras naves levaban anclas, tratando de poner tanto mar por medio entre ellas y el barco gnomo como les fuera posible. Nadie con sentido común arriesgaría la vida o alguna parte del cuerpo quedándose en las inmediaciones de aquella monstruosidad que vomitaba vapor. El capitán de puerto, en su bote pintado de manera especial, navegaba acá y allá enjugándose la sudorosa y calva cabeza y chillando a voz en grito a los capitanes a través de una bocina.
Usha estuvo a punto de izar su vela, hacer virar su bote y regresar a casa. Las malsonantes maldiciones de los minotauros (había oído hablar de ellos, pero nunca había visto uno) la asustaban; el barco gnomo —las humeantes chimeneas cerniéndose sobre ella peligrosamente cerca— la espantaba. No sabía qué hacer ni dónde ir.
Un hombre mayor, que se mecía plácidamente en un pequeño esquife de pesca al borde de la zona del tumulto, la vio y, al darse cuenta de su apuro, recogió el sedal y remó en su dirección.
—Así que foránea por estos lares, ¿verdad? —dijo el viejo. Al cabo de un momento Usha entendió que le preguntaba a ella si era forastera.
Admitió que lo era y le preguntó dónde podría atracar su bote.
—Aquí, no —dijo él al tiempo que chupaba una desgastada pipa. Se la quitó de la boca y señaló hacia las barcazas—. Demasiados granjeros.
En ese momento, un clíper minotauro se le puso al pairo y estuvo a punto de hundirla. El capitán, inclinándose por el costado, prometió hacer astillas su barco —y pedacitos a ella— si los dos no se quitaban de en medio.
Usha, llena de pánico, cogió los remos, pero el viejo la detuvo.
De pie en su propio bote —una hazaña prodigiosa, pensó Usha, considerando que la embarcación se bamboleaba violentamente— el viejo respondió al capitán en lo que debía de ser el propio lenguaje de los minotauros, ya que sonaba como si alguien estuviera partiendo huesos. Usha nunca supo lo que dijo exactamente el viejo, pero el capitán minotauro terminó por gruñir y ordenar a su tripulación que hiciera virar el barco.
—Bravucones —rezongó el viejo mientras volvía a sentarse—. Pero como marinos son condenadamente buenos. Si lo sabré yo, que navegué con ellos de manera regular. —Miró el bote de la muchacha con curiosidad—. Buena embarcación, sí señor. Construida por minotauros, si no me equivoco. ¿Dónde la conseguiste?
Usha eludió la pregunta. Antes de partir, el Protector le había aconsejado que no revelara nada sobre sí misma a nadie. Simuló no haber oído al viejo, cosa fácil de que ocurriera en medio del estruendo de remos entrechocando, maldiciones, y los gritos del capitán de puerto por la bocina. Le dio las gracias por su ayuda y volvió a preguntarle dónde podría atracar.
—En la zona del este. —El viejo señaló con el cañón de la pipa—. Es un muelle público. Por lo general se paga una tasa, pero... —ahora la miraba a ella, no al bote—, con esa cara y los ojos de ellos, seguramente te dejarán atracar gratis.