Читаем Los Caballeros de Takhisis полностью

—Díselo tú —musitó quedamente.

—¿Que nos diga qué? —inquirió Caramon, con la cabeza inclinada, tenso, tembloroso.

—Palin es prisionero de los caballeros negros —aclaró el semielfo—. Exigen un rescate.

—Bien, claro que lo pagaremos, sea lo que sea —respondió el hombretón—. Venderemos cuanto poseemos si es necesario...

—No es dinero lo que quieren, Caramon —siguió Tanis, que buscaba un modo más fácil de decírselo y no encontraba ninguno—. Quieren que los hechiceros abran el Portal al Abismo. Quieren utilizar a Palin para dejar vía libre a la Reina Oscura.

Caramon alzó el rostro descompuesto por el dolor, y su mirada pasó de Tanis a Palin, y de éste a Steel.

—Pero... ¡esto es una farsa! ¡Una burla! ¡Los hechiceros jamás abrirán el Portal! ¡Es una sentencia de muerte! ¡No te lo llevarás! ¡No te lo permitiré!

Antes de que ninguno de los presentes en la sala pudiera impedirlo, Caramon saltó de la silla y se arrojó sobre Steel. El peso del hombretón y el impulso hizo que los dos salieran lanzados y chocaran contra la pared.

—¡Caramon, detente! —Tanis y Palin pugnaban por quitar al posadero de encima del caballero negro. Caramon estaba intentando rodear el cuello de Steel con sus manos—. ¡Esto no servirá de nada!

Steel no sacó ningún arma. Agarró los brazos del hombretón y se las ingenió para soltarse. Luego empujó al posadero, echándolo a los brazos de su hijo y su amigo. Se puso de pie, respirando fatigosamente, cauteloso y alerta.

—He sido indulgente por tu hondo pesar —dijo fríamente—. La próxima vez no haré concesiones.

—¡Caramon, querido esposo! —Tika se aferró a él, tranquilizándolo—. Nos ocuparemos de esto y todo se arreglará. Tanis está aquí. Él nos ayudará, no dejará que se lleven a Palin, ¿verdad que no, Tanis?

Sus ojos estaban asustados, suplicantes. Tanis deseó de todo corazón poder decirle lo que tan desesperadamente quería oír. Tal y como estaban las cosas, sólo pudo sacudir la cabeza.

Tika volvió a sentarse en la silla con pesadez; sus manos crispadas agarraban el delantal y estrujaban la tela. No había derramado una sola lágrima. Ahora no. Todavía no. La herida era demasiado profunda. Aún no la sentía, sólo un frío entumecimiento. Y así siguió sentada, mirando fijamente el suelo, esperando que el dolor se abriera paso en su mente.

—Padre —dijo Palin en tono bajo—, querría hablar contigo...

—¡Llévame a mí, maldito seas! —demandó el posadero, soltándose del amoroso abrazo de su mujer—. Mi vida a cambio de la de mi hijo. Puedes retenerme hasta que sepáis la respuesta de los magos.

—Hablas con los sentimientos de un padre —contestó Steel—, pero debes de saber que tal petición es imposible. Nuestros hechiceros conocen el valor del sobrino de Raistlin Majere. Consideran muy probable que el propio archimago se interese por el bienestar del joven.

—¿Mi hermano? —Caramon estaba perplejo—. ¡Pero si mi hermano está muerto! ¿Qué podría hacer él?

—¡Padre! —susurró Palin con apremio, tirándole de la manga—. ¡Por favor, necesito hablar contigo!

Caramon no le hizo caso. Steel esbozó una sonrisa sarcástica y se encogió de hombros.

—Esperemos que pueda hacer algo, señor. —La sonrisa del caballero se tensó—. O, en caso contrario, perderás un tercer hijo.

Tika soltó un grito ahogado, gimió, y apretó los puños contra la boca. Tanis estaba a su lado, pero Dezra, que bajaba por la escalera, lo apartó de un codazo, rodeó con los brazos a Tika y le susurró palabras tranquilizadoras:

—Vamos. Ven conmigo, querida. Ven arriba y descansa.

Tika recorrió la sala con la mirada y contempló a su familia y a sus amigos como si no los conociera. Luego cerró los ojos, apoyó la cabeza en el pecho de Dezra, y empezó a sollozar bajito.

Dezra, con los ojos brillantes por las lágrimas, alzó la vista hacia Tanis.

—Puedes decir a ese lord elfo que su dama está a punto de dar a luz. Su salud es buena y está animosa. Creo que todo irá bien con ella y con el bebé.

—Porthios está esperando fuera —repuso el semielfo. Dioses benditos, se había olvidado completamente de la otra crisis—. Se lo haré saber.

Steel, al oír el nombre del soberano elfo, se llevó la mano a la empuñadura de la espada. Sus labios se fruncieron.

—Debería estar aquí, junto a los demás —dijo Dezra, iracunda—. ¿Qué hace, zafándose así de los problemas?

—Es mejor que se haya marchado, Dezra. Me costó no poco trabajo convencerlo para que saliera. Tenemos una guerra a punto de estallarnos en las narices, aquí mismo.

—¡Guerra! —exclamó Dezra con amargura—. Una nueva vida viene a un mundo de tristeza y dolor. ¡Quizá sería mejor que esa criatura naciera muerta!

—¡No digas esa, Dezra! —gritó Tika de repente—. Cada niño recién nacido es la esperanza de un mundo mejor. Tengo que creer eso. ¡Que las vidas de mis hijos han servido de algo!

—Sí, querida. Así ha sido. Lo lamento, no sabía lo que me decía. Ven arriba —pidió Dezra, sollozando quedo—. Me..., me vendría bien que me echaras una mano con lady Alhana, si te sientes con ánimos.

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