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Temeroso de tocar el objeto arcano (el posadero había visto magia suficiente para saber que podía acabar convertido en una lagartija), lo dejó donde estaba. Un mes después, dos Túnicas Blancas llegaron con el propósito específico de visitar el «santuario». Al parecer, el primer hechicero, después de dejar la posada, había tenido una estupenda racha de buena suerte. Siendo esto algo poco habitual para el Túnica Roja, de inmediato lo atribuyó a un gesto de buena voluntad de Raistlin. El hechicero había divulgado lo ocurrido, y estos dos habían venido para contribuir con sus pequeñas «ofrendas».

Sobre el barril de cerveza fueron depositados un rollo de pergamino y una pócima. Los hechiceros se quedaron dos noches, gastando dinero y charlando de Raistlin con Caramon, al que siempre le gustaba recordar el pasado. Al cabo de un mes, llegó una hechicera Túnica Negra. Vino y se marchó sin hablar con nadie, salvo para preguntar dónde estaba «el cuarto». No se quedó a pasar la noche, pero pidió el mejor vino de la casa y pagó con monedas de acero.

A no mucho tardar, había magos de todo Ansalon visitando la posada. Algunos dejaban objetos arcanos como ofrendas, otros dejaban sus componentes de hechizos para que sus cualidades se intensificaran y volvían después para recogerlos. Los que hacían esto, juraban que el poder mágico de los objetos había aumentado.

Tika se mofaba de la idea de que el cuarto tuviera «poderes» especiales, y atribuía el fenómeno a la rareza general de los magos. Caramon le daba la razón, hasta que un día —revolviendo entre algunos de los viejos papeles de Otik, el hombretón se encontró con un burdo plano de la antigua posada, antes de que fuera destruida por los dragones durante la Guerra de la Lanza. Al estudiarlo mientras revivía recuerdos agridulces, Caramon se quedó pasmado (y no poco desconcertado) cuando descubrió que el «cuarto de Raistlin» actual estaba situado directamente encima del lugar cercano a la chimenea donde su hermano tenía por costumbre sentarse.

Tras su descubrimiento, que a Tika le puso el pelo de punta —o eso dijo—, Caramon vació el cuarto de almacenaje, sacando las escobas y las cajas de madera, aunque dejó el barril, sobre el que ahora había innumerables objetos de aspecto misterioso.

Empezó a llevar un cuidadoso registro de todos los artículos arcanos. Nunca vendió ninguno de los entregados como «ofrendas», pero a menudo se los regalaba a magos que pasaban una mala racha o a jóvenes aprendices que estaban a punto de pasar la penosa Prueba, en ocasiones mortal, en la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth. Tenía la sensación de que estos regalos estaban bajo una influencia benéfica porque, a despecho de sus muchas faltas, Raistlin siempre había sentido una especial inclinación por los débiles y los escarnecidos, y se volcaba en ayudarlos.

Fue a esta habitación, al cuarto de Raistlin, adonde Palin condujo a su padre.

El pequeño cuarto había cambiado considerablemente con el paso de los años. El barril de cerveza seguía allí, pero se habían agregado cofres de madera tallada para guardar en ellos los múltiples anillos mágicos, broches, armas y saquillos de conjuros. Unos estantes de madera, colocados contra la pared, contenían todos los rollos de pergaminos, esmeradamente atados con cintas blancas, rojas o negras. Los libros de conjuros cubrían otra pared; los objetos arcanos más horribles estaban escondidos en un rincón oscuro. Una ventana pequeña dejaba entrar la luz del sol y, lo que era más importante para los magos, la luz de las lunas roja y plateada, así como la luz invisible de la luna negra. Un búcaro de flores frescas descansaba sobre una mesa que había debajo de la ventana. Se había puesto una cómoda silla en el cuarto para uso de los que entraban a meditar o estudiar. No se permitía a los kenders acercarse siquiera a este cuarto.

Caramon entró, sin reparar realmente dónde estaba y sin que tampoco le importara, y tomó asiento en la única silla del cuarto. A despecho de su herida y su debilidad, Palin estaba ahora en mejores condiciones que su padre. Para el joven, el espantoso y debilitante pesar empezaba a remitir. Quizá se debiera a la influencia tranquilizadora que ejercía en él esta habitación que siempre había amado. O tal vez la responsable fuera la voz que sonaba en su mente, la voz que conocía tan bien aunque nunca la había oído en vida. En alguna parte, de algún modo, Raistlin vivía.

—Mi obligación es encontrarlo, aunque para ello tenga que entrar en el propio Abismo.

—¿Qué? —Caramon alzó la cabeza bruscamente y miró a su hijo con gesto ceñudo—. ¿Qué has dicho?

Palin no se había dado cuenta de que estaba hablando en voz alta. No tenía intención de llegar al asunto de manera tan brusca, pero, puesto que lo había dicho y era evidente que su padre sabía lo que estaba pensando, el joven decidió que era mejor seguir adelante.

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