—Una nueva vida —musitó Tika—. Una se va y otra viene. Sí, puedo ayudar. Quiero ayudar...
—Padre —dijo Palin, cuando su madre se hubo marchado de la sala—, tenemos que hablar. Ahora.
Sobresaltado por la inusual firmeza en la voz de su hijo, Caramon lo miró. Palin estaba mortalmente pálido, con profundas ojeras.
—Lo..., lo siento, hijo —farfulló mientras se pasaba los dedos por el pelo—. No..., no sé muy bien qué estoy haciendo. Pero deberías acostarte un poco. Ve y descansa...
—Lo haré, padre —dijo Palin pacientemente. Cogió al hombretón por un brazo—. Ven conmigo. Acompáñame y hablemos. ¿Podemos hablar a solas?
Steel, al que iba dirigida la pregunta, dio permiso con un breve cabeceo.
—Me has dado tu palabra de honor de que no intentarás escapar, mago.
—Y la mantendré —respondió el joven con dignidad—. Padre, por favor.
—Ve con él, Caramon —instó Tanis—. Tus otros dos hijos están con Paladine. Es Palin quien te necesita ahora.
—No entiendo esto, Tanis. —El semblante del posadero estaba contraído por el dolor y el desconcierto—. ¡Raistlin está muerto! ¿Qué más quieren de él? No lo entiendo.
Tanis abrigaba sus dudas sobre eso. ¿Estaba Raistlin muerto realmente? ¿O los hechiceros Túnicas Grises habían descubierto lo contrario? El semielfo sospechaba que Palin sabía más de lo que daba a entender.
—He de hablar con Dalamar —musitó mientras padre e hijo abandonaban la sala—. Es preciso que hable con el Comandante. Tenemos problemas... Graves problemas.
Pero, ahora mismo, con quien tenía que hablar era con Porthios.
Y decirle que su hijo nacería pronto.
Unos dejan el mundo y otros llegan a él.
¿Esperanza?
De momento, él no la veía.
Años atrás, Caramon había construido la mejor casa de Solace para Tika. Era lo bastante grande para que tuviera cabida una familia en crecimiento, y durante muchos años resonó con las risas y los juegos ruidosos y violentos de los tres niños Majere. Más adelante, vinieron al mundo dos hijas, con el propósito expreso de jorobar a sus hermanos mayores, o eso es lo que Palin decía a menudo.
Para entonces, Caramon y Tika eran dueños absolutos de la posada El Último Hogar. Los chicos se hicieron hombres y partieron en busca de aventuras. La casa estaba a cierta distancia de la posada. Las idas y venidas entre una y otra a cualquier hora del día o de la noche (Tika se despertaba a menudo con la firme convicción de que en la posada se había prendido fuego y mandaba a Caramon para que lo comprobara) resultaban agotadoras y les nacían perder mucho tiempo. Finalmente, aunque los dos adoraban la casa, Tika y Caramon decidieron que sería más cómodo instalarse en la posada y vender su vivienda.
Una de las habitaciones de la antigua casa la habían denominado como el «cuarto de Raistlin». En los primeros años de matrimonio, después de que su hermano gemelo hubiera tomado la Túnica Negra y se hubiera instalado en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas, Caramon había seguido manteniendo la habitación con la ferviente —aunque ilusoria— esperanza de que un día Raistlin se daría cuenta de su equivocación y volvería con ellos.
Tras la muerte de Raistlin, Caramon planeó hacer del cuarto «otra habitación más», pero sus esperanzas y sueños se habían centrado en él de tal manera que eran como fantasmas que rehusaran ser desalojados. El «cuarto de Raistlin» siguió siéndolo hasta el día en que se vendió la casa. Cuando los Majere se trasladaron a la posada, no se pensó en hacer otro «cuarto de Raistlin» hasta que un día Caramon se sobresaltó al oír a sus dos hijitas refiriéndose a una de la habitaciones —un pequeño cuarto de almacenamiento en la parte posterior— como el «cuarto de Raistlin».
Tika lo atribuyó al hecho de que las niñas estaban intentando hacer su casa nueva y desconocida lo más parecida posible a la que habían dejado. Caramon estuvo de acuerdo, pero los dos cayeron en la costumbre de llamarlo el cuarto de Raistlin. Dio la casualidad que un mago viajero que hacía noche en la posada los oyó hablar de la habitación en esos términos y pidió que por favor le permitieran ver el cuarto en el que el famoso hechicero sin duda había pasado muchas horas.
Caramon se esforzó por hacer comprender al mago su equivocación, ya que esta parte de la posada ni siquiera existía en vida de Raistlin. Pero el Túnica Roja era persistente y, puesto que también era un buen cliente habitual que pagaba con monedas, no con dientes de lagartija, Caramon permitió que su huésped visitara el cuarto de almacenaje. La habitación le pareció encantadora al mago, aunque un poco atestada con escobas y cajas de madera. Preguntó si podía dejar un anillo mágico como una «muestra de su aprecio». Caramon no podía negarse, y el hechicero dejó el anillo sobre un barril de cerveza vacío y se marchó.