Читаем Los Caballeros de Takhisis полностью

El cristal que aferraba la garra de dragón en lo alto del Bastón de Mago empezó a emitir una suave luz. Steel dirigió a Palin una mirada aprobadora.

—Bien hecho, Majere.

—Gracias, pero no tengo que ver nada con ello —comentó Palin en cuya voz se advertía de nuevo un tono de amargura—. El cayado lo hace por sí mismo. Ni siquiera estoy seguro de cómo funciona el conjuro. —Sostuvo el bastón en alto y alumbró los letreros de las tiendas a medida que pasaban ante ellas.

—¿Por qué te menosprecias de ese modo? —dijo el caballero—. Un hombre debería conocer su propia valía.

—Yo lo sé. Valgo exactamente nada. Pero eso cambiará pronto.

—Cuando encuentres a tu tío. Pero él llevaba la Túnica Negra, ¿no? Y tú la llevas blanca. ¿Es que vas a cambiar, Majere?

Buena pregunta. Palin también se la había estado haciendo.

—No —contestó al cabo de un momento—. Tomé la decisión durante mi Prueba. Estoy satisfecho con quién soy, aunque quizá no con lo que soy. Si soy ambicioso, si quiero superarme, no es algo malo. Mi tío lo entenderá.

—¿Y le enseñará su negro arte a un Túnica Blanca? —Steel resopló con desdén—. ¡El día que pase eso yo me haré clérigo de Paladine! —Miró de soslayo al mago—. Cambiarás, Majere. Toma en cuenta mis palabras.

—Confía por tu bien en que no lo haga —replicó Palin fríamente—. Si es así, desde luego no me sentiré obligado a mantener mi palabra y seguir siendo tu prisionero. Puedes encontrarte con mi daga clavada en la espalda.

Steel sonrió, y faltó poco para que soltara una carcajada.

—Buena contestación. Lo tendré presente.

—Ahí está el cartel —señaló Palin, haciendo caso omiso del sarcasmo—. Un pez con un solo ojo.

—¡Ah, excelente! —Steel fue hacia la puerta. Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que no había nadie a la vista, y llamó a la puerta de un modo peculiar.

Palin, desconcertado, aguardó en silencio.

Al parecer, quienquiera que vivía allí tenía el sueño muy ligero, si es que estaba dormido siquiera. Tras una brevísima espera, el ventanillo instalado en la puerta se entreabrió una rendija. Una mujer, que llevaba un parche negro, se asomó.

—Está cerrado, señores.

—Sin embargo la marea está subiendo —contestó Steel en tono coloquial—. Aquellos que quieran aprovecharla deberían tener sus botes en el agua.

El ventanillo se cerró de golpe, pero la puerta se abrió casi de inmediato.

—Entrad, señores —dijo la mujer—. Adelante.

Los dos pasaron a la pescadería. Estaba limpia, con el suelo bien fregado. Las tablas que normalmente se usaban para mostrar el pescado recién capturado estaban vacías, y no se llenarían hasta que los botes entraran con las capturas matutinas. Unas botellas marrones que contenían aceite de pescado se alineaban en una estantería. El olor a pescado fresco era muy fuerte, pero no desagradable. La mujer cerró la puerta tras ellos, observó intensamente el bastón de Palin y su suave fulgor.

—Es magia —explicó el joven—, pero no te hará daño.

La mujer se echó a reír.

—Oh, eso lo sé muy bien, maestro. Conozco el Bastón de Mago.

Palin, sin saber muy bien si le gustaba esa contestación, apretó el cayado con más fuerza mientras observaba a la mujer con detenimiento. Era de mediana edad, atractiva, a pesar del parche del ojo. Estaba completamente vestida, lo que a Palin debería haber chocado a estas horas de la noche; pero, como el hecho de encontrarse aquí era ya de por sí tan raro e irracional, el que una pescadera que llevaba un parche en un ojo estuviera despierta y vestida en mitad de la noche sólo era una parte más de la pesadilla.

—Soy Steel Brightblade, mi señora —se presentó el caballero mientras se inclinaba sobre la enrojecida y áspera mano de la mujer como si lo hiciera sobre la suave y blanca de una noble—, Caballero del Lirio.

—Se me advirtió de tu llegada, señor caballero —contestó la mujer—. Y éste debe de ser Palin Majere.

Se volvió hacia el joven mago, su ojo visible reluciendo a la luz del cayado. Sus ropas eran tan sencillas y simples como las de cualquier campesina, pero su porte era regio, y su voz era culta, educada. Sin embargo, aquí estaba, ¡en una pescadería!

—Sí, soy Palin... Majere, mi... mi señora —respondió, atónito—. ¿Cómo lo sabes?

—Por la hembra de dragón, naturalmente. Me llamo Catalina, y soy Guerrera del Lirio, un miembro de la caballería de su Oscura Majestad.

—¿Un Caballero de..., una Dama de Takhisis? —Palin estaba boquiabierto por la sorpresa.

—Y de alto rango. El título de Guerrero del Lirio es del nivel doce en la escala del uno al dieciocho —añadió Steel con énfasis—. Lady Catalina combatió en la Guerra de la Lanza.

—Al mando de lord Ariakas —explicó Catalina—. Así fue como perdí el ojo, en un combate con un elfo.

—Lo..., lo siento, señora —balbució Palin.

—No tienes por qué. El elfo perdió algo más que un ojo. Conocí a tu tío, por cierto. Raistlin Majere. Acababa de tomar la Túnica Negra cuando nos conocimos. Me pareció... encantador. Enfermizo, pero encantador. —Lady Catalina se giró rápidamente hacia Steel.

»¿Queréis entrar en Palanthas sin llamar la atención?

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