Читаем Los Caballeros de Takhisis полностью

—Sí, mi señora, si eso es posible.

—Nada más sencillo. Ésa es, por supuesto, una de las razones por las que estoy aquí y utilizo este disfraz. —Miró directamente a Palin mientras decía esto, como si adivinara sus pensamientos.

El joven sintió arderle la cara, pero al mismo tiempo un helor le recorrió el cuerpo. ¡A través de esta tienda los servidores de la Reina Oscura se infiltraban en Palanthas! Espías, encargados de reclutar muchachos para la caballería, tal vez asesinos, homicidas que acudían a la pescadera. Ella los ayudaba a entrar en la ciudad inadvertidos.

«¿Por qué me dejan que vea esto? A menos que estén seguros de que no diré una palabra. ¿Y cómo iba a hacerlo? Después de todo, estoy prisionero.»

Casi decidido a huir, Palin echó una ojeada a la puerta. Probablemente podría lograrlo antes de que Steel lo alcanzara, al menos para llegar a la calle. Sus gritos atraerían a los guardias.

Palin se imaginó pidiendo socorro a gritos —algo muy parecido al enano gully— y su rostro se encendió todavía más.

Lady Catalina le sonrió y, de nuevo, el joven tuvo la impresión de que sabía todo lo que estaba pensando.

—Entonces, venid por aquí, si estáis decididos a entrar. ¿Encontraste la tienda sin dificultad, caballero Brightblade? —preguntó mientras los conducía hacia una mesa de madera que había puesta contra la pared del fondo.

—Un enano gully nos dijo dónde estaba, mi señora.

—Ah, ése debía de ser Alf. Sí, lo aposté ahí de centinela, para que estuviera atento a vuestra llegada.

—Menudo centinela —comentó Palin—. Nos dijo que sabía dónde estaba la tienda.

—Y se las arregló para sacarte algo de dinero, ¿verdad, Túnica Blanca? Astutas criaturas, esos gullys. La gente no les da la importancia que merecen. Aquí es. —Catalina colocó las manos sobre la mesa—. Tenemos que moverla hacia un lado.

—Permíteme, señora —se ofreció Steel, que desplazó la pesada mesa sin esfuerzo.

Catalina se dirigió hacia lo que parecía ser una sólida pared de piedra. Puso una mano sobre ella y empujó. Una sección del muro giró sobre un eje, dejando a la vista un pasadizo secreto.

—Id túnel adelante, y saldréis a un callejón. Está en los dominios del Gremio de Ladrones, pero les pagamos bien por su silencio... y su protección. Ojo Amarillo os acompañará para asegurarse de que no haya problemas.

Catalina silbó de un modo peculiar.

Palin supuso que Ojo Amarillo era un secuaz de la dama, y se preguntó dónde había estado escondido el hombre. Su idea saltó hecha añicos y él se llevó un susto de muerte cuando sonó un ronco graznido y un súbito aleteo de plumas negras. El mago alzó los brazos en un gesto instintivo para protegerse de un ataque, pero el ave se posó suavemente en su hombro. Entonces vio que era un cuervo.

Ladeando la cabeza, Ojo Amarillo miró fijamente a Palin. Los ojos del ave relucían como dos trozos de ámbar a la luz de la lámpara.

—Le gustas —dijo lady Catalina—. Buen augurio.

—¿Para mí o para vosotros? —preguntó Palin sin pensarlo.

—No seas irrespetuoso, Majere —lo reconvino Steel, iracundo.

—No lo regañes, Brightblade —intervino lady Catalina—. El joven dice lo que piensa... Una característica que debe de haber heredado de su tío. Si Paladine y Takhisis estuvieran delante de ti, Palin Majere, ¿a cuál de los dos pedirías ayuda? ¿Cuál de ellos, crees tú, sería el que estaría más dispuesto a ayudarte a lograr tu propósito?

Con un sentimiento de culpabilidad, Palin cayó de repente en la cuenta de que no había solicitado a Paladine su divina ayuda.

—Se hace tarde. —El joven mago se volvió hacia Steel—. Deberíamos ponernos en marcha.

La sonrisa de lady Catalina se ensanchó. El cuervo lanzó otro penetrante graznido, que sonó casi como una risa. Desplazándose sobre el hombro de Palin, el ave picoteó, juguetona, la oreja del joven.

El pico del cuervo era puntiagudo, y los picotazos, dolorosos. Sus garras se hincaban en el hombro del joven.

Steel dio las gracias a la mujer y se despidió de ella con cortesía y deferencia.

Lady Catalina le devolvió el cumplido y les deseó éxito en su empresa.

Acompañados por el cuervo, que iba encaramado triunfalmente al hombro de Palin, Steel y el mago entraron en el estrecho túnel. El bastón les iluminaba el camino. A medida que la oscuridad del pasadizo se hacía más intensa, ocurría otro tanto con la luz del cayado, un fenómeno que Palin ya había advertido en otras ocasiones. El túnel los estaba llevando bajo la muralla de la Ciudad Vieja, comprendió el joven, que se preguntó cómo se las habían arreglado los caballeros para excavarlo sin levantar sospechas.

—Con magia, supongo —se dijo, al recordar a los hechiceros Túnicas Grises. Era más que probable que hubiera algunos de estos hechiceros en la propia Palanthas, viviendo justo en las narices de Dalamar.

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